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08 noviembre 2011

El año pasado en Marienbad – Alain Resnais (1961)



El olvido en aire poético


Hay películas que no son fáciles de ver, y tampoco son fáciles de comentar. Es difícil transcribir en palabras lo que uno realmente quiere decir sobre su interpretación de la película, especialmente para quienes no somos escritores. A pesar de haber ganado el León de Oro del Festival de Venecia de 1961, es un film famoso por lo confuso, y está incluido en alguna lista de las peores películas que se han hecho.

A veces pesada, siempre lenta y confusa, esta extraordinaria película de Alain Resnais nos cuenta lo que puede entenderse como una visión, una interpretación de la memoria y su intemporalidad, del tiempo y del movimiento. Es un estudio de lo que esos conceptos son, velado por la historia de un hombre que intenta persuadir a una mujer de que el año pasado quedaron de acuerdo en reencontrarse el año en curso, para iniciar una vida juntos. Ella abandonando a su esposo, o a quien parece ser su esposo.

Entre escenas del pasado y del presente, no bien delimitadas (de ahí buena parte de la confusión), se desarrolla una historia que no tiene conclusión determinada, ni la requiere. De lo que parece hablarnos Resnais es de cómo parece funcionar la memoria, dicho en lenguaje artístico, en lenguaje cinematográfico codificado. Es clave en esta producción, lo estático, lo poco dinámico que actúan los personajes. Desde siempre el tiempo se ha asociado, consciente o inconscientemente al movimiento. Es común, cuando vemos un paisaje que permanece igual a lo largo de los años, decir “aquí el tiempo se detuvo”. El tiempo se congela cuando todo sigue igual, cuando no hay cambio, y el movimiento es justamente cambio, relación aceptada desde los tiempos de Aristóteles. En El año pasado en Marienbad abundan las escenas donde los personajes simplemente no se mueven, o lo hacen mínimamente. El tiempo detenido, y con él los recuerdos, la memoria; y la sutil inexactitud de los recuerdos, afectados por el recordar particular de cada quien, delineados por la personal experiencia, las sensaciones y la capacidad de percepción de la velada realidad.

Dos elementos que parecen ser importantes en esta sobria realización son la arquitectura y la iluminación, dignas de remedar la importancia que ha tenido en films como Iván el Terrible de Serguéi Eisenstein. No solo es la elegancia del chateau, sino su incólume imperturbabilidad y permanencia en el tiempo, su invariabilidad, que lo hace una referencia espacio temporal, siempre necesaria para el emplazamiento de un recuerdo.

Desde el punto de vista formal, la película es de gran belleza. Belleza basada en la elegancia de la edificación y de los personajes. La lengua francesa también le da un aire de elegancia, de sobriedad. Las escenas, cuidadosamente elaboradas, tienen inspiración surrealista, sin irrumpir demasiado en el absurdo.

El año pasado en Marienbad es una de esas películas que amerita más de una visualización, y que ofrece más de una interpretación. Magistral.


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