Páginas

08 agosto 2014

El niño con el pijama de rayas - Mark Herman (2008)



Yo creo que es muy importante mantener viva esta historia para no repetirla, y cualquier cosa que hagamos en este sentido, cualquier paso que demos para que una persona mire el mundo un poco diferente, creo que vale la pena.
David Heyman, productor del film.


Cuando era niño me fastidiaba en ocasiones oír hablar a los adultos de la II Guerra Mundial y del monstruo Hitler. Era un tema recurrente en sus tertulias, por su trascendencia y porque era reciente: el fin de la guerra había ocurrido hacía tres a cuatro lustros. Las repercusiones de esa guerra aún hoy se debaten y dejan perplejo a cualquiera que se adentre un poco en los detalles del enorme genocidio, de la irracionalidad imperante, de la iniquidad a la que pueden someter los humanos a sus congéneres. Eso fue una monstruosidad. Creo que ya lo he mencionado en el comentario de otro filme, que fue la crisis más grande de la razón. Un quiebre de 180 grados. Un antes y un después. Hoy, con varias décadas encima, no dejo de asombrarme de lo que pasó, buscando razones —realmente comprensibles— que no he conseguido, ni siquiera de la mano de Hannah Arendt. Debe ser que es muy difícil, por no decir imposible, comprender algo que uno jamás haría, bajo ninguna circunstancia.

Esta película del británico Mark Herman narra la amistad entre el hijo de un militar nazi de alto rango, Ralf, interpretado por David Thewlis, que tuvo la delicadeza de llevar a su familia a vivir en su sitio de trabajo, al lado de un campo de concentración (llamado en el filme campo de trabajo) y un niño judío recluido en dicho campo. Bruno (Asa Butterfield), el infante germano, trata de entender qué es lo que ocurre, pues los adultos le ocultan la verdad, y de lo poco que se entera es por su propia deducción con base en lo que ve y en lo que conversa con el amigo judío, Shmuel (Jack Scanlon). La desaparición del padre de Shmuel dará ocasión para un desenlace sorpresivo. El argumento más detallado (cuidado: incluido el final) en este enlace. El filme se basa en la novela homónima de John Boyne.




Para decirlo con toda franqueza, en todas las aldeas se necesita un breve período de terror.
¿Quién podría haber dicho frase tal? [1].


En esta película se nos muestra un ambiente de tensión permanente: la madre de Bruno, Elsa (interpretada por la bella actriz Vera Farmiga), no comulga con las ideas nazis; el niño intenta enterarse de qué es lo que ocurre y por qué los judíos son malos y no son humanos (cosa que le oye decir a muchos, entre ellos al maestro nazi que les da clase en casa), aunque no es lo que aprecia en su amigo Shmuel; Bruno también tiene miedo de un teniente que es asistente del padre y amigo de su hermana nazi; hay miedo en las miradas de los judíos que trabajan en su casa y en su amigo Shmuel cada vez que suena la sirena del campo. Los únicos que tienen plena libertad, incluso de castigar a los otros, son los infames que visten uniforme y llevan la esvástica en el cerebro, y algunos también en el corazón. Un miedo que envuelve una existencia amarga y repulsiva para todos menos para los nazis, que parecen disfrutar humillando y asesinando. Una emblemática escena se da en el entierro de la madre de Ralf, cuando su esposa se da cuenta de una misiva del Führer que está sobre el ataúd de su suegra y ella la quiere quitar de ahí, pues su suegra era opositora al régimen. Ralf se encarga de controlar a su esposa Elsa y su propia madre es enterrada con la firma del déspota. Él, siendo de alto rango, también era presa del miedo. Más que del miedo, del terror. El reino del Führer, el reino del terror.


Niños gitanos en Auschwitz, víctimas de experimentos médicos.
Tomada de Wikipedia.


En medio de esta atmósfera enrarecida, Bruno, hastiado de la vida monótona de la casa y del encierro, sale en busca de aventura y de gente. Se topa un día con Shmuel, al otro lado de una cerca de alambre púa. Rápidamente entablan amistad, esa amistad infantil, desprejuiciada y sincera. La cerca, en este caso, no solo simboliza la abismal diferencia de dos mundos que no son compatibles, que están separados, sino que de facto es la que separa esos mundos. Sin embargo, es tan permeable como lo son los niños a la amistad del otro. Son los niños las personas más sinceras que hay, y sacan provecho de eso mucho más que los adultos de la hipocresía. Y, si nos pudieran enseñar, o nosotros aprender cómo lo hacen, de seguro este mundo sería otro.

La película, y también el libro base, son de ficción. De hecho, tuvieron algunas críticas negativas en relación a la existencia de niños en los campos de concentración (decían que no había niños porque eran los primeros en ser ejecutados). Esas observaciones no se ajustaban a la realidad, pues sí había unos pocos niños en los campos, unos pocos que dejaban vivos para utilizarlos en trabajos menores (como a Shmul para limpiar las copas por dentro), esos que Mengele no necesitó para sus horribles experimentos. Hasta donde yo sé, a La vida es bella no se le objetó ese seudo error.

Película hecha sin grandes pretensiones, pero honesta. Aunque sea de ficción, sirve para el propósito que dice la nota al inicio: para no olvidar este negro capítulo de la Historia humana y para que no vuelva a ocurrir jamás.


Interesantes notas sobre la producción (en inglés):


No hay comentarios:

Publicar un comentario