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12 mayo 2020

Los comulgantes - Ingmar Bergman (1963)


Imagen del póster en IMDb.

El silencio de Dios


Ya en 1960, Ingmar Bergman había reflexionado sobre los contradictorios deseos del divino ser en El manantial de la doncella, filme en el que el padre de la joven injustamente fallecida levanta una plegaria con sesgo a medio camino entre la ira y la aceptación sumisa. En Los comulgantes, también llamada Luz de invierno, el pastor Tomas Ericsson (Gunnar Björnstrand) asiste atónito a la claudicación de su fe; no logra explicar el silencio de Dios. Corren los primeros años de la década de los sesenta, cuando en Suecia todavía circulaban los vehículos por la izquierda. La historia se ubica en un pequeño poblado de Suecia, país que vivió con estremecedora cercanía la escalada belicista de las armas nucleares debido a su cercanía con la URSS. La Guerra Fría tuvo un cariz distinto en esas latitudes, donde sentían el vaho de la muerte a diario. Un deprimido feligrés, Jonas Persson (Max von Sydow), acude a él para que le explique las razones para vivir, toda vez que el mundo ha degradado a tal punto que hasta los chinos están a punto de tener su bomba nuclear. La amenaza de que el fin del mundo, simbolizado por el hongo de la explosión atómica, está a la vuelta de la esquina, fractura la existencia y el día a día de Jonas. Tomas no logra articular un discurso que le permita al preocupado parroquiano derivar su depresión hacia un estado de sosiego y tranquilidad; por lo que no evita el suicidio de aquél.

Por otra parte, Märta Lundberg (Ingrid Thulin) es una devota vecina cuya razón de vivir gira en torno al amor que le profesa a Tomas. Su actitud, que raya en lo servil, hastía al pastor a tal punto que éste la increpa por ello. La pérdida de la fe cristiana que experimenta el impertérrito sacerdote es percibida por la feligresía, la cual asiste cada vez en menor cantidad y con menguado entusiasmo a sus liturgias.


Imagen del póster en Filmaffinity.


Este es uno de los muchos filmes existencialistas de Bergman. El individuo, solo y «arrojado» en el mundo (dasein), con una única herramienta para ejercitar el libre albedrío: la razón; es víctima de la angustia existencial cuando con esa razón no puede responder a las más acuciantes preguntas ni logra entender los inefables designios de Dios. Ni siquiera logra responder de forma adecuada al amor desinteresado de Märta. Está condenado a un callejón sin salida, emplazado en un mundo que ha perdido el sentido común y que no le ofrece respuestas; ni mucho menos intenciones de redención. Su reacción es continuar haciendo lo que hace de forma mecánica, continuar viviendo, pero con la máxima imperturbabilidad de la que puede hacer gala. La cubierta de insensibilidad es su escudo protector ante la agresiva realidad y el abandono del interés que por él parece tener el ser supremo.

La fotografía en blanco y negro del infaltable Sven Nykvist es impecable y las actuaciones de algunos de los actores fetiches de Bergman (Ingrid Thulin, Gunnar Björnstrand y Max von Sydow) son excelentes (si bien destaca la de Thulin). De cadencia lenta (a veces de inexplicable lentitud) y con diálogos filosóficos, es un filme pesimista o, si se quiere, realista; pues todos hemos visto ambos testimonios a lo largo de nuestras vidas: evidencias aparentes de la existencia de Dios (la magnanimidad de la Creación y el milagro de la vida se pueden entender como tales) y también evidencias de su silencio (quizás hasta complicidad con el mal, al permitir los desmanes y los desastres naturales). En cualquier caso, es una de las muchas películas de Bergman cuyo visionado es imprescindible para el cinéfilo. Incluso para el estudiante de filosofía o de teología.


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