Imagen del póster en IMDb.
Más sabe el diablo por viejo que por diablo.
Este filme es una nueva versión de uno anterior, de título «Los muchachos de antes no usaban arsénico». En una decadente casa viven cuatro viejos trabajadores del medio cinematográfico: una diva (Graciela Borges) que tuvo mejores tiempos; su esposo, también actor; un director y un guionista. A excepción de ella, todos fueron personajes más bien grises del medio artístico. Ella fue una gloria pasada (de nombre Mara Ordaz), relativamente conocida en el tiempo presente. Unos jóvenes ejecutivos, con estereotipo de yuppies, llegan un día a la casa con la excusa de que están perdidos y la adulan para entablar amistad con ella; con el objeto oculto de comprar la propiedad para urbanizarla. El director y el guionista (que siempre andan juntos como uña y mugre) se dan cuenta de que algo traman los jóvenes desde el mismo momento en que los conocen. Los jóvenes logran convencer a Mara de vender su propiedad; sin embargo, los tres hombres (que no quieren irse de ahí) la convencen de que los jóvenes están urdiendo un plan miserable y preparan una trampa en la que ambos ejecutivos caerán, quedando al descubierto su despreciable talante. El guionista y el director diseñan la trampa en la que harán caer a los yuppies con ingeniosos artificios, dignos de un thriller hollywoodense. Tan así que el final es sorprendente (sería una maldad contarlo).
Los cuatro ancianos son tan viles como los jóvenes de los que se defienden. De hecho, en el pasado hicieron cosas oprobiosas, de las que el filme da cuenta. A pesar de ello, el espectador siente empatía por ellos, el humor biseló las aristas que podrían tener esos personajes y los convirtió en «dulces ancianos desvalidos», por decir lo menos.
Juan José Campanella logra una película entretenida, con numerosas secuencias graciosas entre las que emergen otras de corte crítico. El humor, más bien de color muy oscuro (negro) sirve de telón de fondo para los juicios que se revelan en contra del mercado engañoso en relación a los bienes inmuebles; la voracidad de rapiña de los yuppies; la hipocresía como herramienta de robo y fraude; y también para el enaltecimiento de valores como la amistad o el respeto a los mayores.
Los cuatro ancianos son tan viles como los jóvenes de los que se defienden. De hecho, en el pasado hicieron cosas oprobiosas, de las que el filme da cuenta. A pesar de ello, el espectador siente empatía por ellos, el humor biseló las aristas que podrían tener esos personajes y los convirtió en «dulces ancianos desvalidos», por decir lo menos.
Juan José Campanella logra una película entretenida, con numerosas secuencias graciosas entre las que emergen otras de corte crítico. El humor, más bien de color muy oscuro (negro) sirve de telón de fondo para los juicios que se revelan en contra del mercado engañoso en relación a los bienes inmuebles; la voracidad de rapiña de los yuppies; la hipocresía como herramienta de robo y fraude; y también para el enaltecimiento de valores como la amistad o el respeto a los mayores.
El reparto es acertado y las actuaciones muy buenas (las que destacan), al igual que la fotografía, la ambientación y la música. El montaje (o edición) también es adecuado. Las películas de este director, entre otros, le permiten a uno pensar y afirmar que el cine argentino, al igual que el mexicano, está pasando por un buen momento.
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Reseña Wikipedia:
Ficha en IMDb: https://www.imdb.com/title/tt8453986
Ficha en Filmaffinity: https://www.filmaffinity.com/es/film377316.html
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