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04 junio 2021

La extranjera - Fernando Díaz (2008)


Imagen del póster en IMDb.

Cuando el sentido de la vida está donde menos lo esperas.


María (María Laura Cali) vive en Barcelona (España) y recibe un día la noticia de que su abuelo, su único familiar vivo, ha muerto en la población de Indio Muerto, en Argentina. Ella viaja hasta el sitio, un mísero pueblo que queda en el medio de la nada, en plena pampa. Va con intenciones de ver lo que ha heredado, evaluar qué provecho le puede sacar, y regresar a Barcelona. La chacra, que está muy sola, consta de un pobre conuco lleno de monte y de algarrobos, una vieja casa con precario mobiliario, un gallinero sin gallinas, un pozo y algunos utensilios que dejó su ascendiente (que, por cierto, no han saqueado). También es bañada por un inconmensurable viento. No vale nada. Se queda la primera noche porque no tiene forma de salir (el bus se ha accidentado y el tren no pasa desde hace 25 años). Se queda la segunda. Poco a poco pone a funcionar el conuco, en el que un puma va a visitarla de vez en cuando. Comienza a hacer arrope (dulce con el fruto del algarrobo) de manera artesanal y pronto planea desarrollar su manufactura a mediana escala. Juan (Arnaldo André), un rico vecino de una hacienda cercana, la ayuda suministrándole animales e intentando que ella desarrolle un sentido de pertenencia con el lugar.

Injustamente calificada en IMDb (4,4 al momento de escribir esto), este filme no cuenta con una gran fotografía; sin embargo, tiene buena música, actuaciones aceptables y un guion realizado con gran economía de diálogos. Este «defecto» lo suple con gestos de los actores, miradas, oportunas tomas y escenas explícitas para entender de sobra lo que ocurre; incluso las emociones que anidan en el personaje en cuestión, sea tribulación, alegría, o cualquier otra. El sitio, desploblado en grado sumo, es la soledad convertida en algo tangible; no solo soledad de la geografía, sino de los pobladores que la habitan y, en particular, la soledad de María. En el medio de la nada también se puede encontrar el jardín que hay que cuidar (aquél jardín del que dio cuenta Cándido), un objetivo que perseguir, personas por las que sentir afecto; en fin, felicidad y sentido de la vida. Si el espectador logra captar la atmósfera provinciana que mana de la película y si, por añadidura, conoce parajes y gentes similares, va a disfrutar del filme y va a entender el proceso de cambio de María: cambiar la vorágine de la gran ciudad por el sosiego de la vida rural; ser cabeza de ratón en lugar de cola de león.

El tempo, quizás algo lento para el gusto de las mayorías, recuerda, sin embargo, películas de Bergman, Tarkovski, Antonioni. Quizás sea por esto (por el ritmo lento) su baja calificación. 


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