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27 agosto 2021

Como en un espejo - Ingmar Bergman (1961)


Imagen del póster en IMDb.

No puedo vivir en dos mundos. Debo elegir. 
Estoy cansada de pasar de uno a otro. No puedo más.
Le confiesa Karin a su padre.


Esta extraordinaria película, también titulada Detrás de un vidrio oscuro y A través del espejo (Såsom i en spegel en sueco, Through a Glass Darkly en inglés), fue premiada con el Óscar a la mejor película de habla no inglesa en 1962. La segunda de Bergman en ganarlo; la primera fue la también extraordinaria El manantial de la doncella, en 1961. Esta producción está dedicada a la entonces esposa del director, Käbi Laretei.

Una familia está de vacaciones en una isla: Karin (Harriet Andersson), que descansa de su estancia en el hospital siquiátrico porque padece de esquizofrenia; su esposo Martin (Max von Sydow), médico, quien la apoya lo más que puede gracias al amor que siente por ella; David (Gunnar Björnstrand), el frío y distante padre de Karin, escritor, que está terminando una novela; y Frederik (Minus), el hermano menor de Karin, que comienza a escribir obras de teatro. A medida que se suceden los días, Karin, que llegó a la isla lúcida y llena de vida, va desmejorando su estado mental hasta que, al final, es ingresada de nuevo en el sanatorio.


Karin en un momento de delirio(1).
Imagen tomada de IMDb.


Las enfermedades mentales son de las más crueles que se pueden padecer. Bastaría mencionar que el individuo deja de ser consciente de su existencia para calificarlas entre las peores; pero hay más: le altera la vida a los que rodean al enfermo. No termina ahí su poder maléfico. Los seres queridos no son capaces de ayudar de manera significativa en la mejoría del afectado, menos aún en la erradicación de la enfermedad. Ninguno de los tres hombres que la acompañan puede auxiliarla en su tormento interno, ninguno puede evitar la explosión espiritual y emocional de Karin.


Karin con su esposo y su padre.
Imagen tomada de IMDb.


No podemos entender a plenitud la tortura de quienes padecen enfermedades como la esquizofrenia. Sus pacientes viven en dos mundos, transitan de uno a otro pero, a veces, están en ambos mundos simultáneamente. La clave nos la da la frase que sirve de epígrafe a este escrito: Karin está cansada de vivir ambos mundos; el que se considera real por quienes la rodean y su mundo interno, dominado por voces que le imponen las acciones que ella debe emprender. Quizás lo más cruel es que tengan conciencia de algunos actos que ejecutan cuando están inmersos en las alucinaciones. Karin es consciente de que hizo algo muy grave (el incesto) y eso ha alimentado su deseo de hospitalizarse cuanto antes. Le dijo a su padre: «Es horrible ver mi confusión y entenderla». Está consciente de que atraviesa un calvario.


Karin durante una de sus alucinaciones.
Imagen tomada de IMDb.


Pero no es lo único que está en el tapete. Bergman logra que nos preguntemos qué es la realidad y qué tan agradable es. Cuando David se confiesa ante su hija y le pide perdón por haberse alejado al morir la madre de ella (que también padeció esquizofrenia), Karin le dice: «Pobre papá» y él contesta: «Sí, debo vivir en el mundo real». Si bien la esquizofrenia de Karin es la columna central del filme, no es óbice para asomar otros asuntos. El padre de Karin se avergüenza de su curiosidad morbosa por utilizar la enfermedad de su hija como insumo para su producción literaria. Escribe en su diario —que Karin leyó por mandato de las voces internas—: «Me horroriza mi curiosidad, mis ganas de registrar la enfermedad, de describir su desintegración gradual con precisión. De usarla». Y aquí hace su presencia un bumerán al criticar el utilitarismo de David: ¿no utilizó el cineasta una enfermedad tan severa como la esquizofrenia para basar la historia de esta película? Es para pensar.


Momento de confesiones entre David y su hija, 
dentro de un pecio donde ella hizo lo peor.
Imagen tomada de IMDb.


Cada uno a su manera acepta que, ante el desafío que supone la insania de Karin, no puede hacer nada. Su esposo, por ser médico y por amarla, es su puntal. Su hermano es joven y distante, no sabe cómo lidiar con algo tan excepcional. Su padre se ha dado cuenta de qué tan inservible ha sido para ella desde su falsa atalaya intelectiva; antes estaba desconectado, como formando parte de una familia disfuncional, pero con la esquizofrenia como muralla su impotencia es mucho mayor.


Minus dentro del pecio donde Karin estaba acurrucada.
Escenas «tarkovskianas» antes de Tarkovski
(por el agua estancada, la lluvia, los desperdicios).
Imagen tomada de IMDb.


No hay que obviar que la fotografía de Sven Nykvist es soberbia, así como la puesta en escena. Pero lo que más descolla en esta gran película del célebre cineasta sueco es la actuación de Harriet Andersson. Ella, al principio, pensó que el papel la sobrepasaba, pero Bergman la motivó a enfrentarlo. Ya no es la novata veinteañera de Un verano con Mónica, a la que le era suficiene con mostrar su hermoso cuerpo; aquí se erigió como una actriz de grandes cualidades histriónicas. Repetiría otra gran actuación (también de mujer enferma), bajo la batuta de su amante de antaño, en Gritos y susurros. Gran película.


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(1) En esta escena, donde ella «habla con Dios», la primera vez que uno la ve, espera que haga como Remedios la bella en Cien años de soledad. Pero no pasa eso; esto no es realismo mágico caribeño. Sin embargo, Tarkovski sí rodó una escena así en El espejo, pero refiere a sueños (como en el inicio de 8-½ de Fellini). También en Sacrificio hay una escena de levitación; y en Solaris, pero en esta es por la falta de gravedad.

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