El pan nuestro de cada día
Tal como lo hiciera la película, también venezolana, Hermano, La hora cero nos muestra lo patético que es el estado de degradación social en el que se encuentra nuestra sociedad. En el caso de esta película, a diferencia de Hermano, se añaden al argumento (real o ficticio, no importa) los vínculos entre el hampa, representada por los sicarios, y la “gente decente”, representada por un gobernador. La trama de fondo es el simple secuestro de una clínica privada, mientras hay una huelga de médicos públicos, para salvar la vida de la “princesa” (Lady Di) de nuestro villano (Parca). Esta historia, empero, concluye con un baño de sangre. Distintos elementos sociales y políticos se conjugan en esta coctelera que Diego Velasco ha batido para ofrecernos un coctel agrio, macabro, triste; pero vivo reflejo de la descomposición existente en este país en particular, y muy probablemente en buena parte de los países iberoamericanos, por no decir de todos los países del tercer mundo. La componenda gobierno-sicarios, el rol de los medios de comunicación, la injusticia social, el incumplimiento del gobierno en materia laboral, la vanidad fútil, el abuso de poder, la violencia de los delincuentes, el acoso sexual, la infancia abandonada, el arribismo, los amores no correspondidos, los platónicos, cierto asomo del síndrome de Estocolmo, y tantos otros tópicos que podrían añadirse, son los ingredientes que dibujan esta historia de final no feliz, muy bien llevada a la pantalla grande.
No puede decirse que sea fácil ser optimista cuando uno ve la misma problemática hoy que en la Venezuela de hace 40 o 50 años. Se observa, tal como en otros países, un desarrollo científico, técnico, físico, pero no hay un desarrollo en lo social, cultural y moral; específicamente en lo moral más bien ha ocurrido una involución que ha llevado a la situación de anomia, en todos los estratos sociales; si bien en diferentes grados de gravedad, en todos se registra la anomia generalizada. Siendo este pueblo dado a los mitos, a la fortuna del azar y a las creencias que incluyen un mesías, espera de los gobiernos (por ende de sus representantes) que sean una especie de pater familias; quizás muchos prefieren un gendarme necesario. La traición que deviene del incumplimiento inmoral de los sucesivos gobiernos para con el país ha llevado al resentimiento y a la decepción, a la par que son los gobernantes y, en general, las clases dirigentes quienes han dado ejemplos reiterados de corrupción y delito que resulta impune, generando en la población la sensación de que ese es el camino para la autorrealización: si aquél ministro o distinguido empresario roba (y, a veces, matan) y no le pasa nada, yo también puedo robar, así escalo posición social y económica. La anomia. El drama iberoamericano es que parece que llegó para quedarse. Toda esta disquisición, que pareciera fuera de lugar, es producto de una reflexión que el espectador puede llevar a cabo durante la proyección de esta película.
Es probable que el cine donde la pude ver no tuviese calibrada la pantalla para la relación de aspecto correcta, pero se evidenciaban demasiadas tomas en las que la parte superior de la imagen resultaba cortada (cabezas a la altura de la frente, por ejemplo). Supongo que eso fue, y creo que no haya sido la intención de los realizadores. El movimiento de cámara, del tipo reporteril, y del que no soy precisamente un admirador, resulta ser comedida e, incluso, necesaria. Ciertas tomas son particularmente interesantes, como la carrera en moto al comienzo de la película. Las actuaciones de los actores que representan a los delincuentes merecen ser destacadas, aunque el lenguaje sea soez. Pero ese lenguaje es el que corresponde en este caso. Nos queda la intriga de por qué el villano principal (Parca) se deja matar al final de la película. Cada espectador tendrá su razonamiento al respecto. Algo romántico me parece,... pero se puede perdonar. Muy buen film.
No me sorprende que se haya dejado matar, según vi la peli, crei que el mismo se mataria
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