El totalitarismo visto a través del humor
Las películas de Terry Gilliam (Las aventuras del Barón Munchausen, Doce monos, El imaginario mundo del Doctor Parnassus, entre otras) tienen su sello muy particular. Este director ha creado un mundo fantástico propio, al igual que Tim Burton. Ambos son una especie de Fellinis hollywoodenses, que llevan el mundo onírico al plano del espectáculo visual de gran factura, que apreciamos en sus películas.
Las películas de Terry Gilliam (Las aventuras del Barón Munchausen, Doce monos, El imaginario mundo del Doctor Parnassus, entre otras) tienen su sello muy particular. Este director ha creado un mundo fantástico propio, al igual que Tim Burton. Ambos son una especie de Fellinis hollywoodenses, que llevan el mundo onírico al plano del espectáculo visual de gran factura, que apreciamos en sus películas.
Brazil no es la excepción. Pero Brazil tiene como trasfondo una
peculiar crítica sobre política y burocracia, con un fuerte contenido
sarcástico, aderezado con un toque de humor. No podría ser de otra manera
viniendo de un ex Monty Python. El personaje central, ilusamente, persigue dos
cosas que no tiene y que solo consigue en sus sueños: la libertad y la belleza,
pues está inmerso en un mundo opuesto: caótico, distópico, gobernado por un
sistema totalitario, cuyos procedimientos burocráticos hacen de la sociedad un
ente disfuncional y frustrante; amén de lo exagerado de las penas impuestas a
los habitantes que “se salgan del carril”.
Realizada un año después de 1984 (la versión de Michael Radford, con Richard Burton), no esconde la influencia del planteamiento original de George Orwell, aunque tiene diferencias. La diferencia más notoria estriba en la
exageración de los procedimientos burocráticos y, sobre todo, en la aparente
libertad que ofrece un sistema, igual de totalitario que el del Gran Hermano,
pero sin Gran Hermano. La falsa libertad del régimen no solamente está evidenciada por la libertad de expresión (incluida la disensión discreta), sino que abarca
todo el entorno ciudadano. Este hecho está simbolizado por los ductos flexibles, presentes en
todos los semi góticos hábitats, por los que fluyen los servicios, entre ellos el de
“información”, dando la impresión de que es una sociedad con mayor
participación ciudadana, más informada, y a la que le llegan todos los
beneficios de una tecnología moderna (caricaturizada en la película con objetos
antiguos y bizarros, de ridícula apariencia). También está ridiculizada la fútil y banal frivolidad de las clases altas de la sociedad. La careta del régimen la
constituye, precisamente, su antítesis. Cualquier parecido con la realidad es
mera coincidencia. Bueno, esta es una lectura posible de la cinta.
Hay que destacar que la despiadada crítica que hace la
película, cabalga sobre una alfombra de humor negro (Monty Phyton), muy inglés,
muy Chaplin: seductoramente, a través del humor, se invita al espectador a
reflexionar sobre los aspectos criticados. No es en balde que este filme está en
la lista del BFI de los 100 mejores filmes británicos. Como muchas otras películas que pasaron desapercibidas en su estreno, hoy, sin embargo, se ha convertido en una película de culto. Discrepamos de Roger Ebert, y nuestra apreciación tiende más a la que tiene la película en
Metacritic. Otra buena película de Terry Gilliam. Una tragicomedia humana, demasiado humana.
Interesante análisis! Gran película que me fascinó. La temática de distopias siempre me encantó, y hoy en día se puede considerar un sub-género importante dentro de la ciencia ficción.
ResponderEliminarHay tantas escenas locas y surrealistas, que tendría que volver a verla para terminar de admirarla. Me gustó mucho.
Justamente armé una crítica sobre la cinta en mi página de cine.
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