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19 octubre 2012

Rojos – Warren Beatty (1981)



La inmersión en un sueño


Muchas veces las cosas vistas en retrospectiva sirven para darse cuenta de los aciertos y de los errores cometidos anteriormente. No parece justo que Carros de fuego le haya arrebatado el Óscar a Rojos en su edición de 1981, si bien es una película muy bien hecha y que incluso tiene serios planteamientos existenciales, amén de la extraordinaria banda musical del genial Vangelis. Rojos ha trascendido más en el tiempo, a tal grado que fue incluida en la lista del American Film Institute de las 10 mejores películas norteamericanas de género épico. A pesar de su traumático rodaje, en el que incluso las obsesiones de su director-escritor-productor-protagonista Warren Beatty hicieron de las suyas, es una admirable película, y con seguridad la mejor de las escasas producciones que ha hecho Beatty. Este film tiene otro mérito: quizás sea el único filme norteamericano que trata sobre el comunismo sin ser peyorativo con los personajes o con la filosofía comunista. El tema es expuesto con la misma sinceridad que pareció tener entonces este movimiento político.

Reds tiene como careta la historia de la pareja de John Reed y su mujer Louise Bryant, ambos periodistas y escritores, ambos comunistas y testigos de primera fila de la Revolución de Octubre. Si bien esa es una historia de la película, no es la única. A lo largo de la proyección se presentan testimonios de testigos reales que conocieron a los personajes históricos, dando sus impresiones sobre lo que ésta pareja hacía y pensaba, a veces rallando en la especulación y siempre en franca contradicción unos con otros. Algunos de los personajes ya habían fallecido cuando se rodó el film, pero su figuración se debe a que Beatty grabó dichos testimonios diez años antes de rodar la cinta, proyecto en el que había comenzado a pensar veinte años antes de su realización. Además de los testimonios, hay diálogos de naturaleza política e intelectual entre los personajes y sus amigos, entre los que se incluyen Eugene O’Neill (interpretado por Jack Nicholson), Max Eastman o León Trotski. La trama principal, sin embargo, tiene que ver con el compromiso que el periodista Reed va adquiriendo con la Revolución Bolchevique y su deseo de exportarla a los Estados Unidos, vía sindicatos laborales.




Esta producción cuenta con una gran belleza formal y unas excelentes actuaciones de Diane Keaton como Louise Bryant y de Warren Beatty como John Reed, pareja con una relación un tanto heterodoxa e irregular. Ambos eran comunistas, en una época en la que esta doctrina política sedujo a intelectuales y a obreros por igual, bajo las ilusorias promesas de sus utópicos enunciados, sinceros o no, viables o no. John Reed fue un periodista que cubría especialmente movimientos subversivos, revoluciones y guerras, y fue activista en los círculos socialistas estadounidenses y posteriormente rusos. La revolución bolchevique lo atrapó y dejó un famoso libro sobre sus experiencias en Rusia (Diez días que sacudieron al mundo). Es el único norteamericano sepultado en el Kremlin.

La ilusión de una sociedad justa, equitativa y libre del aprovechamiento de unos hombres por otros, cegó la razón y llevó al terreno de las pasiones las acciones de quienes protagonizaron las revueltas. Los rusos salieron del injusto y brutal zarismo, pero entraron en otro sistema igualmente injusto y brutal, como lo fue el comunismo, que conculca los derechos individuales en aras de un supuesto bien colectivo. Ya sabemos que eso simplemente no funcionó. Por otra parte, el capitalismo en su vertiente neoliberal, definido por Juan Pablo II como el "capitalismo salvaje", tampoco ha parecido funcionar(1). Severas diferencias sociales logran que una sociedad sea disfuncional. Hay una suerte de trampa consumo-producción que origina crisis como la que actualmente vive buena parte de los países europeos. El comunitarismo, pese a que aún tiene importantes seguidores, no considera las ambiciones y derechos particulares de las personas y enuncia el bien común como premisa para el bien individual; mientras que su opuesto, el liberalismo, se centra en el individuo, dándole la espalda al bien comunitario como premisa, partiendo del supuesto de que si le va bien a los individuos le irá bien al conjunto de ellos. Ambas líneas de pensamiento presentan, sin embargo, matices atenuantes en algunos autores menos radicalizados.

Si seguimos la visión aristotélica del medio justo, llegaríamos a concluir que ambos sistemas por sí solos no son solución para nuestras complejas sociedades, pero una posible simbiosis de ambos podría ofrecer un camino más razonable para dirimir las diferencias y solucionar los problemas de los distintos (incluso antagónicos) actores sociales. Si esta línea de acción la emplazamos en algún modelo avanzado de democracia, tal como la democracia deliberativa a lo Habermas, estaríamos ante un sistema de gobierno viable para las sociedades complejas.

Regresando a Reds, éste filme nos relata la vida de Reed en medio de un convulsionado mundo que buscaba una solución socialmente aceptable para reducir los sinsabores que la industrialización imponía a las clases trabajadoras. Una visión romántica que está excelentemente plasmada en esta vital película que no puede excluirse de la lista de películas que hay que ver.

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