Entre realidad y deseo
Esta película fue el último
proyecto de Stanley Kubrick, quien lo llevaría a efecto conjuntamente con otro
gigante del cinema: Steven Spielberg. Kubrick murió antes de cristalizarlo,
pero Spielberg lo concluyó, y la película está dedicada a Kubrick(1). Narra la
historia de un robot niño que quiere ser humano, que quiere ser
amado por su “madre” humana. Esta historia no es nueva, ya la habíamos visto en
producciones anteriores; una de ellas es el Hombre bicentenario, con una
decente actuación de Robin Williams, que –sin embargo- no logró eximir de empalagamiento sentimental el film, que raya en lo cursi, pese a que la
historia ofrece la oportunidad para un tratamiento más profundo de los diversos tópicos
que toca. Inteligencia artificial no llega tan allá, no raya en lo cursi, pero por poco. Para quienes
somos amantes de la ciencia ficción, la trivialidad con la que es abordado -las
más de las veces- este subgénero, nos irrita.
Pienso que el proyecto no sería
el mismo con el aporte de Stanley Kubrick. Al menos, el edulcoramiento típico
del cine estadounidense no hubiese sido uno de los ingredientes de este film. Sin embargo,
la película es todo un Spielberg, y está muy bien lograda, muy bien puesta en
escena, y con efectos especiales de primera categoría, que la hacen destacar, aunque está lejos de ser la mejor Spielberg. Sobre
los posibles temas que asoman en la historia, nos llama la atención el que
subtitula estas notas. Cual Pinocho, el androide David, dirigido por un
algoritmo especial que su “madre” humana activa, comienza a amarla y desea ser
correspondido. Debido a múltiples vicisitudes, no lo logra
durante la vida de ella. La humanidad sucumbe ante la glaciación y este robot
hiberna durante dos mil años. Sus descendientes cibernéticos lo reactivan y le
ofrecen una reminiscencia de su madre: un día con ella (con un clon de ella) para poder disfrutarla y
acceder a su amor. Estos postreros androides muestran el mayor de los respetos -casi adoración- por la
especie humana, celebran sus grandes logros y se placen por acceder a los recuerdos que David porta sobre ella, y a través de los cuales nuestra especie se muestra en todo su esplendor a los androides del futuro. Sin embargo, en escenas previas,
un grupo de gente contraria a la irrupción de los robots en la vida humana,
destrozaban a los sofisticados mecanismos, en una suerte de salvaje “carnicería”,
de la que se salvó David por mostrar rasgos humanos que lo distinguían de las
demás máquinas.
Pese a los desafueros humanos, la
película opta por reivindicar la naturaleza humana, su grandeza y su espíritu de
trascendencia. La realidad nos ha mostrado que somos más animales de lo que
deseamos ser, que queremos llegar a una humanidad que aún nos es algo ajena, de la que solo tenemos una idea, en el sentido platónico del término idea. El alcanzar el gran logro humano: el amor, es el sino del robot niño,
como lo era alcanzar la condición de humano para el robot Andrew de El hombre bicentenario. El nuestro es alcanzar esa humanidad de la que tenemos una idea que se nos hace inasible.
Debido a que los androides del futuro pueden también entenderse como alienígenas, no deja uno de reflexionar sobre
nuestra propia existencia, y recordar ese pensamiento según el cual sería tan
extraordinario sabernos únicos en el Universo como lo sería sabernos
acompañados. Si somos únicos ¿por qué somos únicos? Si no estamos solos ¿cuántas
especies más habrá y en qué estadio evolutivo estamos nosotros? Finalmente,
¿qué es lo que realmente desearíamos: estar solos o no estar solos en el
Universo?
Inteligencia artificial también
plantea un tema muy polémico, aunque menos trascendente, que es la evolución de los androides: ¿podrán
llegar al nivel nuestro, nos igualarán? Las máquinas han sido nuestra
competencia desde siempre, pero también nuestras aliadas, nos han facilitado el
trabajo, pero también nos lo han quitado. De ellas dependen nuestras vidas, pero
también están supeditadas a nuestra voluntad. Ya tenemos máquinas que hacen
máquinas, aunque bajo nuestras órdenes. Pero no veo cómo vayan a tener algún día esos atributos intangibles
que nosotros tenemos; eso que llamamos alma, o espíritu, nuestra mente, nuestra
voluntad y curiosidad, nuestro juicio y racionalidad, nuestra capacidad comunicacional, perceptiva
e intuitiva, todas esas cualidades que nos distinguen de los demás seres vivos que conocemos. Desde hace mucho tiempo se
han presagiado cosas imposibles que, a la postre, se han hecho una realidad cotidiana
en nuestras vidas. Podemos mencionar centenares de objetos e incluso ideas que
son ejemplo de ello. Si algún día llegan los objetos cibernéticos a tener una especie de remedo de
alguno de nuestros atributos intangibles, sin duda éste será definido por algún algoritmo
diseñado por humanos. Tal como el algoritmo especial de David, que su "madre" activa para que ame. A pesar de ello, queda en el aire otra incógnita, mencionada por uno de los técnicos de la empresa que creó a David: Aunque ellos (los robots) fuesen capaz de amar, ¿seríamos los humanos capaces de corresponder a ese amor?
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(1) Como dato curioso, La lista de Schindler fue un proyecto que Kubrick abandonó y Spielberg retomó.
Que ganas de volver a verla.
ResponderEliminarSaludos
David