La denuncia de Chaplin sobre la postmodernidad
Las películas de Charlie Chaplin no son meras películas cómicas para reír, son películas que tienen -casi todas- mensajes que transmitir, críticas para tomar en cuenta y análisis para reflexionar. Todas son buenas, aunque -de las más de 80 producciones- personalmente me parecen geniales El chico, La quimera del oro, El circo, Luces de la ciudad, El gran dictador, Candilejas y Tiempos modernos, sin que las demás desmerezcan. De estas, varias han sido incorporadas al Registro Nacional de Filmes de la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos por su significado cultural e histórico. Ciertamente la obra de Chaplin es trascendental desde cualquier punto de vista que se la vea: social, artístico, cultural, político, moral. Uno de sus más importantes filmes fue Tiempos modernos, su primera película abiertamente política.
Rodada en plena Gran Depresión, la cinta se hace solidaria -como era de esperarse- con la clase trabajadora, que lo estaba pasando muy mal en ese período. Ataca directamente a los patronos o dueños de las empresas y a la creciente mecanización de la industria, a la que ridiculiza. El personaje principal, Charlot, pasa por diversas vicisitudes buscando trabajos de los que eventualmente es despedido por alguna falta que comete. En su aventura se topa con una huérfana cuya vida se desarrolla en la ciudad, viviendo en ningún sitio o en cualquiera, robando comida para subsistir. El personaje de la pilla lo interpreta la hermosa Paulette Goddard, tercera y penúltima esposa de Chaplin. El final de esta película es parecido al final de El circo, con la diferencia que Charlot en esta se aleja acompañado de la chica.
A diferencia de Metrópolis, que trató un tema similar pero de manera seria, Tiempos modernos es una refrescante sátira de la sociedad norteamericana de los años 30. Al igual que en Metrópolis, se muestra a la gente (al hombre masa) de manera matemáticamente homogénea, estandarizada e idiotizada como si se tratase de rebaños de ovejas, y a los dueños de empresas los presenta despóticos, personas que lo único que les interesa es el dinero, dinero que obtienen del trabajo de los hombres-rebaño potenciado por la cadena de montaje de Henry Ford. Pero la diferencia es que Tiempos modernos lo muestra de manera más simpática, y quizás más penetrante en el público que ve la película, porque el humor es más incisivo para dejar huella, y pedagógicamente parece ser más eficaz que el drama: hace reflexionar y tomar posiciones sin que el espectador siquiera se dé cuenta. Ambas, sin embargo, mantienen su vigencia y su alto sitial en el cinema.
Hoy sabemos que sin la industrialización, sin la revolución industrial y luego la revolución verde, el mundo sería distinto. Estos avances se necesitaban, porque somos muchos, consumimos a nivel masivo y así mismo debe ser la producción: masiva. Muchas labores pasaron a realizarse a través de máquinas, y muchos obreros tuvieron que convertirse en operadores de máquinas. Es la evolución, aunque resulte antipática, excluyente y contaminante. Hoy también hay una revolución, la de la información. Desde Gutenberg no ocurría algo tan revolucionario en el mundo de la información como lo que hoy ocurre: un fluir masivo y multidireccional de información en todos los niveles. El acceso a la información ahora es más universal que hace tan solo dos o tres décadas. El conocimiento cada vez es menos exclusivo, lo que convierte al manejo de información en algo muy competitivo.
No se queda ahí esta realización. También habla sobre la relación hombre-máquina, sobre las autoridades y las penas por las faltas, sobre la solidaridad entre los plebeyos, y sobre la relatividad de la moral en función de lo que podríamos asociar con el derecho natural. En este último punto -quizás expresado de modo algo nebuloso- me refiero a que, debido a la simpatía que irradian los personajes más desfavorecidos del filme, el espectador no solo les «perdona» las faltas que cometen sino que se las aplaude y se solidariza con ellos, aprobando el pillaje que eso supone, pero que de alguna manera parece justo desde el punto de vista del iusnaturalismo. Este enfoque utilitarista de la moral es una constante en toda la obra de Chaplin. Esa empatía Charlot-espectador era odiada por Edgar Hoover, quien cultivó una repulsión por el personaje Charlot y por Chaplin que terminó por llevar a este al exilio.
Concluyo este comentario haciendo alusión a la enorme capacidad elástica de Chaplin, que le permitió realizar cualquier tipo de graciosos gags en sus filmes, muchos de ellos logrados gracias a esa versatilidad para contorsionarse. Al rodar esta película tenía 47 años; pese a ello se mueve con la facilidad y ligereza de un muchacho.
Otra obra maestra para la galería del Séptimo Arte. Si aún no la ha visto, aproveche de verla ahora mismo. No va a perder su tiempo.
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