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13 diciembre 2013

Dios y el diablo en la tierra del Sol - Glauber Rocha (1964)



La tierra es del hombre, no de Dios ni del Diablo.
Dice la canción del final del film.


Manuel y Rosa son dos campesinos del depauperado nordeste brasileño. Son explotados por los terratenientes del lugar y sus esperanzas se ven  frustradas cuando el coronel para el que trabajan no le reconoce la muerte accidental de unas reses. Manuel lo mata y mata a sus guardaespaldas, mientras que su madre muere en el tiroteo. Luego huye con su mujer y sigue al beato Sebastián, un negro que tiene prendado a un grupo de incautos con la promesa de un mañana mejor en el que el sertão (la árida sabana) se convertirá en mar proveedor de riqueza y viceversa (ese viceversa del discurso cristiano: los pobres serán ricos y los ricos serán pobres, para solaz de grandes y chicos). Sebastián representa al mito religioso, no a la Iglesia formal, institucional. A pesar de que Sebastián predica la no violencia, termina apuñalando a un bebé para sacrificarlo. Rosa lo mata, al tiempo que llega al lugar Antonio das Mortes, un mercenario que han pagado la Iglesia (la Iglesia formal) y los terratenientes (el grupo con poder económico) para aplacar las revueltas de los campesinos. Antonio deja vivos a Manuel, Rosa y un ciego de nombre Julio. Posteriormente se unen a Corisco, un cangaçeiro (bandolero), que al igual que Sebastián, les promete lo que no podrá cumplir: su emancipación. Corisco, a diferencia de Sebastián, lleva a cabo su objetivo a través de la lucha armada. Representa la revolución del proletariado. Rebautiza a Manuel como Satanás y juntos saquean y destruyen. Antonio das Mortes, quien también va tras Corisco, le da alcance y lo mata. De esta suerte Manuel y Rosa podrán buscar juntos el tan ansiado mar: el sertão convertido. Otra sinopsis de la historia en este enlace (en portugués).




Dios y el diablo en la tierra del Sol es, a decir de muchos, la mejor película del llamado cinema novo brasileño, movimiento cinematográfico de los años 60, pariente del neorrealismo italiano de posguerra. Nuevas propuestas que son ecos de la realidad social del Brasil de esa época (y anterior a ella), y nuevas formas expresivas, divorciadas de las maneras tradicionales de hacer cine, enmarcan este movimiento que produjo algunas de las mejores películas del gigante del sur. Glauber Rocha, su mayor exponente, destaca como un niño prodigio dentro de ese agitado crisol. Contaba con solo 25 años cuando rodó Dios y el diablo en la tierra del Sol, también conocida como Dios negro, diablo blanco.

Esta producción, plagada de simbolismo, resulta ser un cine realizado con escasos recursos, pero con gran vastedad intelectual. Las actuaciones son teatrales, no cinematográficas; lo que hace que muchas tomas (y escenas) tengan una atmósfera sui géneris y cierta estética pictórica. Hay escenas de gran belleza, como las del interior de la capilla donde se lleva a cabo el sacrificio de la criatura. Empero, debemos hacer caso omiso de los defectos técnicos, marcadamente visibles en las escenas de violencia entre personas, escenas no bien logradas desde el punto de vista técnico e histriónico. Pero no es una película que presume de técnica, lo que le importó a su realizador fue el contenido, el mensaje, por demás muy importante y aún vigente. Es más, el descuido es visto desde otro ángulo por el cinema novo brasileño, tal como el mismo Rocha lo señaló: «El "cinema novo" apoyó la utopía brasileña. Si es feo, irregular, sucio, confuso y caótico, es, al mismo tiempo, bello, brillante y revolucionario»[1]. La hermosa fotografía en blanco y negro (típico de las películas de la época hechas con bajos recursos) le infunde al filme un carácter dramático que es vital en este caso.




La historia lleva a Manuel y Rosa a zigzaguear entre uno y otro postigo buscando la solución a sus súplicas, allende la esperanza. Inicialmente el homicidio del terrateniente los obliga a la huida. El camino religioso, liderado por el santo Sebastián (Dios negro), no logra siquiera acercarlos a la tierra prometida, pese a la perpetración de un real sacrificio de Abraham y a la prédica de la paz. El bandido Corisco (diablo blanco) tampoco les proporcionó la respuesta a sus plegarias. La revuelta armada no les sirvió más que el camino religioso. Finalmente, es Antonio das Mortes, el sicario de los poderosos, el que los libera de los yugos en los que habían caído y les pone en bandeja de plata la emancipación. Rocha no opta por la salida religiosa ni por el discurso -y acción- marxista para la liberación del campesinado; se decide por una especie de solución existencialista: el individuo en plena libertad, sin las ataduras sociales, religiosas o políticas que lo constriñen, es quien decidirá sobre su futuro, aunque este sea incierto. Es muy avanzado este planteamiento, pues aún hoy el concepto de una «vida existencialista» es difícilmente asimilable por la generalidad de las personas, a sabiendas de que no todos tenemos el nivel educativo y la disposición que permita tal asimilación (eso incluye gente de todos los estratos sociales), y menos aún las posibilidades para cristalizarla. Es asombroso que un joven de 25 años haya hecho una película con un planteamiento tan original y profundo. Tal como todos los comentarios, esta es una interpretación personal, y no tiene que ser necesariamente igual a la académica o a la que el director tuvo o tendría sobre su propio filme. Como se observa al inicio de este blog: son solamente comentarios al dente.




Para llegar a la conclusión planteada, Rocha pone en evidencia las contradicciones de ambas facciones. Una vía positivista si se quiere. La religión es la manipulación del individuo para los fines de la religión misma, para ejercer el poder hegemónico; retórica sin acción benéfica. La revuelta armada es la destrucción por la destrucción misma; retórica sin acción benéfica. Ambas, religión y lucha armada, sin dialéctica ni discurso argumentativo razonable. La destrucción representa el «pan para hoy y hambre para mañana». Es lo que vivimos nosotros actualmente. Dice Manuel en un momento: «No se puede hacer justicia derramando sangre». Antonio das Mortes, cuya ideología no está precisamente identificada con otra cosa que no sea la retribución por el asesinato, funge como un emancipador involuntario, pues limitó sus funciones a la erradicación de los principales revoltosos, y no del campesinado inocente atrapado en las fauces de las corrientes seudoliberadoras; pero no es, desde el punto de vista discursivo del filme, el verdadero interesado en que Manuel y Rosa se liberen y se encaminen hacia su tierra prometida, la cual deberán crear a partir de sus propias capacidades, tal como dijo Manuel al comienzo: «Vámonos, no tenemos nada que llevar, a no ser nuestro destino». Antonio das Mortes simplemente retiró algunos obstáculos del camino porque se le instruyó para ello, no los retiró para facilitar el rumbo de Rosa y Manuel.

Este filme es un icono de la filmografía brasileña. Extraordinaria producción, de visionado imprescindible para los cinéfilos.

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[1] Si de errores se trata, consolémonos con el Quijote, obra cumbre de la literatura universal (*), contentiva de errores que ni el mismo Cervantes logró evitar. Todo arte es producido por humanos, dueños y señores de los errores, no por dioses.
Otros comentarios de este filme en:
http://www.cinemaldito.com/dios-y-diablo-en-la-tierra-del-sol-glauber-rocha/
http://fr.wikipedia.org/wiki/Le_Dieu_noir_et_le_Diable_blond (en francés)


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