Páginas

21 noviembre 2014

James Bond, el agente 007



Sobreviven los de mayor capacidad de adaptación

Esta saga, que ya supera la veintena de filmes rodados en 50 años, ha sido una de las más longevas de la historia del cine y, sin duda, una de las más taquilleras, registrando ingresos por 14 millardos de dólares. Debe haber muy poca gente que no haya oído hablar o haya visto una película, o al menos algunas escenas de alguna película, de James Bond, también conocido como el agente 007; el que tiene «licencia para matar», miembro del MI6, servicio secreto de inteligencia británico.


Su persistencia a lo largo del tiempo le ha permitido convertirse en un verdadero fenómeno de masas, en objeto de culto. A tal grado que en 2007 se reunieron en París un grupo de intelectuales para debatir seriamente sobre el tema. El coloquio se llamó «Historia cultural y apuestas estéticas de una saga popular»[1]. Ya antes, en 1965, algunos intelectuales italianos, incluido el conocido Umberto Eco, se habían hecho eco (valga la aparente redundancia) de la importancia de este moderno personaje de ficción[2]. El mismo Eco es considerado un «bondólogo», especialista en Bond. El virtual personaje, no contento con tener su propio website[3], tiene su propia enciclopedia (Bondpedia) en la web[4].

Sus películas han sido burdos frescos del momento en que han sido rodadas y, salvo las inversimilitudes propias del género, evidenciadas en dispositivos inexistentes o en efectos especiales irreales, retrata —sesgadamente— la sociedad de la época. No en el carácter de las gentes no anglosajonas, en su verdadera idiosincrasia, pero sí en algunas de sus costumbres y muy bien en la geografía, en la forma de vestir, en los vehículos, en lo evidente y factual. Ha sabido adaptarse a los cambios que depara el tiempo, la principal virtud para sobrevivir de acuerdo a su compatriota Darwin.


Sean Connery, quien interpretó a James Bond en 7 filmes.
Este trabajo lo catapultó como actor.


El show

Las películas de 007, que como el lector bien sabe son de acción, con hilo narrativo muy sencillo, muy lineal (ni siquiera cuentan con flashbacks), todas tienen el mismo tema: el héroe que está al servicio de su majestad la Reina del Imperio Británico, salva al planeta de la hecatombe en la que lo querían hundir los malos. Salva al planeta de paso, porque la verdadera misión es salvar al Imperio Británico, sin importar los demás. Bond tiene todos los atributos envidiables: caucásico, alto, buen mozo, diestro en las artes de la violencia, encantador de mujeres, glamoroso, hábil operador de cualquier medio de transporte y de cualquier arma, y un largo etcétera. Claro, estos son atributos asignados al típico businessman anglosajón. No es despiadado como el Gekko de Wall Street, pero tiene casi la misma facha. Casi, porque la elegancia inglesa es más exquisita que la estadounidense. En su favor, podemos afirmar que Bond defiende su mundo de los ataques de los malos, mientras que los de Wall Street no precisamente son defensores de agresiones exógenas.



Los malos, todo lo contrario, son los portadores de todas las vilezas: no son caucásicos, no son guapos, no tienen principios ni valores, no son glamorosos, y un largo etcétera. En todas las películas hay elementos comunes que se han transmitido de generación en generación, que se han convertido en marcas de fábrica de este personaje; por ejemplo: el malo siempre captura a Bond y no lo maltrata ni lo mata, todo lo contrario, lo trata con una cortesía plena de flema inglesa. En esa espera, Bond lograr huir, casi siempre con la mujer que ha conquistado. Otro común denominador es que la mujer-objeto de Bond cae rendida a los pies de este homicida pre exculpado desde el primer instante en que lo ve, traicionando a sus compinches, los malos (porque siempre ellas son inicialmente aliadas de los malos). El lector puede hacer un listado de los factores comunes con el visionado de tan solo dos de sus películas.

Los artilugios de los que hace gala el agente inglés, como el vehículo con dispositivos especiales, o un reloj, o una pluma, son parte de este personaje, al punto que él no es él sin ellos. No podemos concebir un 007 sin alguno de estos dispositivos que le salvarán la vida en el momento más apremiante. Los efectos especiales también han sido una constante de la saga. Al principio, como era de esperarse, estos efectos especiales eran rudimentarios, como en cualquier película de la época. Pero las últimas peliculas de Bond incluyen efectos de gran calidad visual.

Este espectáculo lo puede uno disfrutar de acuerdo al humor del momento. No siempre uno está dispuesto a gastar dos horas viendo un filme que sabe a priori que es absolutamente insustancial. Pero a veces sí; porque estos filmes tienen cierto charm que atrapan al espectador, particularmente si es cinéfilo.


Algo bueno quedará

Pues sí. De bueno podemos convenir en que esta serie de películas ha lanzado al estrellato a actores como Sean Connery, Roger Moore, Ursula Andress o Jacqueline Bisset, y ha facilitado la formación de técnicos y directores de cine. También, probablemente, haya inspirado a los científicos y a los técnicos a desarrollar algunos dispositivos especiales de los que dispone Bond para sus misiones[5]. También ha servido de entretenimiento para el público; al menos muestra sitios de interés a lo ancho y largo del planeta, habitantes de sitios exóticos (eso sí, pintados a lo british) y mujeres bellas, mientras narra una historia que uno puede seguir aún con interrupciones. No todo puede ser malo.


El apartheid cinematográfico

Debido a que con el tiempo este personaje se ha adaptado a los cambios del entorno, en los filmes de hoy lo vemos de manera un poco más horizontal, más «humana», menos distante del resto de los mortales. Sigue siendo un seductor inigualable, sigue teniendo sus juguetes para combatir a los malos, sigue teniendo el mismo glamour que antaño, pero luce un poco más democrático, más terrenal, menos «perfecto». Y es que si no fuera así, ya nadie lo vería. En los primeros filmes (décadas de los 60, 70 y 80) sus películas reflejan una discriminación y un desprecio por quienes no sean ingleses que, a veces, llega a lo insoportable. Solo se puede disfrutar de la película haciendo caso omiso total de esa superioridad británica que envilece todo lo que no le sea conterráneo o haciendo un ejercicio de autosugestión para sentirse inglés. A este respecto, hay incluso escenas que son realmente indignantes. Se presenta a los extranjeros (ciudadanos comunes, aborígenes) como seres tan inferiores que dan lástima. Esa indignación afecta más cuando uno es habitante de un país del tercer mundo, al que James, M, MI6 y todo el Imperio Británico lo ven con un desdén realmente repulsivo. ¿Son tan superiores los ingleses? Si no lo son, no se entiende el por qué de esta visión tan despreciativa que tienen del resto del mundo, a menos que quieran pavonearse de algo que no son. Y si en efecto lo son, no tienen la madurez adecuada para entender la modestia y la humildad como virtudes. Quizás sea esto último, habida cuenta de que tanto Gandhi como Mandela los despidieron a fuerza de madurez.

Si es cierto lo que aseveró Wittgenstein, de que el límite de mi lenguaje es el límite de mi mundo, y si es cierto que el cine es una forma de comunicación o de lenguaje, entonces podemos concluir que el mundo de Bond, lejos de ser tan grande como el planeta Tierra, que es el espacio donde se mueve, es comunicacionalmente un mundo pequeño, Hoy el fenómeno Bond no tiene la talla que tenía en los años 60, cuando Eco compiló el libro mencionado, pero aún sus películas son muy vistas y tienen la suficiente taquilla para que el mito siga vivo. Tenemos James Bond para rato. Y también sus autorizados homicidios.


______________________
[1] Ver reseña noticiosa en:
[2] El libro, cuyo título es Proceso a James Bond - Análisis de un mito, compendia el estudio hecho por el grupo de intelectuales y comienza así:
Veinte millones de personas han comprado los libros de Ian Fleming, lo cual supone unos cien millones de lectores. Es muy probable que otros cien millones hayan contemplado en las pantallas las películas del agente 007. James Bond, con sus armas, cigarrillos, automóviles y trajes especiales, con sus bebidas alcohólicas, sus aviones, sus hoteles de lujo y sus mujeres-objeto, en el típico contexto de cinismo y violencia que acompaña habitualmente sus intervenciones, comparece en el banquillo de los acusados.
Este libro es imprescindible para el interesado en el personaje de Ian Fleming.
[3] Website del mítico agente 007: http://www.007.com/
[5] Como el caso de un jefe de la CIA que, inspirado en los dispositivos rastreadores que coloca Bond en los vehículos de los malos, solicitó a sus subalternos que inventaran algo así. Fue infructuoso, pero quizás haya sido una influencia valiosa para el desarrollo del GPS o dispositivos similares.


No hay comentarios:

Publicar un comentario