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03 mayo 2019

La mujer de la arena - Hiroshi Teshigahara (1964)




No hay necesidad de huir todavía.
Soy libre para hacer lo que me gusta.
...
Reflexión final de Jumpei.


Un profesor, Jumpei, pasea por las dunas en busca de insectos, se duerme y es sorprendido por la noche. Ante la ausencia de hotel en la zona, los lugareños lo invitan a pernoctar en la casa de una joven y solitaria viuda. No desinteresadamente, pues ellos quieren que forme pareja con la viuda y la ayude en su pesada tarea. La casa está en un foso y es continuamente afectada por la arena que el viento deja sobre ella; la viuda vive de recoger la arena y entregarla para su venta a los vecinos, quienes a cambio le proveen de agua, comida y enseres. La arena, que es salada, la venden para la industria de la construcción. A pesar de que él desea regresar a la civilización cuanto antes, se ve imposibilitado para salir de ahí. Al principio los vecinos y la mujer sabotean para que se quede; pero con el tiempo nace un vínculo entre el profesor y la mujer, él pierde el interés en irse y llena su vida con pequeñas cosas como hacer un pozo en donde percola el agua freática. Ella queda embarazada y los vecinos la llevan al médico por presentar dolores, quedando el profesor solo en casa. Pese a ello, él no se va (argumento más detallado aquí).

No deja uno de pensar en ciertos paralelismos entre este argumento y el de El ángel exterminador, de Luis Buñuel. Pero hay diferencias. Mientras que en la película del cineasta español los personajes no tienen impedimentos para abandonar el recinto, el profesor Jumpei es víctima de una trampa y no puede irse de la casa de la mujer. Los personajes buñuelianos abandonan la casa sin saber por qué estaban retenidos, mientras que Jumpei no se va de su "prisión"; quizás con el conocimiento de por qué no debe hacerlo. El profesor cayó víctima de una trampa, tal cual los insectos que él atrapa. Valga como símil que la mujer de la arena sería una suerte de araña y él su presa. Todas sus disquisiciones sobre su ventajosa vida en la ciudad se diluyen como la arena en el viento y dejan de tener peso ante una nueva realidad que la vida le ha impuesto. Este sujeto, alienado en la ciudad, ahora es igualmente alienado en su nuevo sitio de encierro, pero no sin algunas satisfacciones como lograr extraer agua de un pozo o tener sexo con su pareja. Las nuevas condiciones de vida, que apenas le parecían dignas para pasar una sola noche, son ahora su realidad diaria; la costumbre y el tiempo han hecho su trabajo: Jumpei se ha adaptado a una nueva y muy diferente forma de vida con la misma parsimonia que el viento esculpe las dunas; al principio de una manera forzada, debido a la inviabilidad de fuga, luego porque él mismo valora lo que tiene y concluye que puede seguir viviendo así. Pero no todo es malo en su nueva vida, sino su deseo de huir se mantendría incólume. El nuevo Jumpei, por ejemplo, tiene una concepción del tiempo muy distinta al Jumpei que llegó a las dunas, siete años atrás, un tiempo más ralentizado. También se siente más libre que en su vida citadina anterior. Su reflexión final se parece -guardando las distancias- a la del Cándido de Voltaire: quedarse tranquilo a cultivar su jardín es suficiente, en contraposición con las grandes expectativas que tenía en el pasado. ¿Conformismo, costumbre, satisfacción? Hiroshi Teshigahara no pretende contestar, le deja eso al espectador.

Sin pretender ser cursi, hay que acotar que es posible que uno de los elementos que hacen que Jumpei no se fugue sea el amor. Ya transcurridos meses en la casa, la relación entre él y la mujer -relación un tanto extraña para el canon estándar- tiene muchas posibilidades que haya sido permeada por el amor, un amor cuyo fruto será un nuevo miembro para conformar una familia. No es algo trivial. Si él no se va, ¿es porque descubrió un pozo de agua, porque tiene una mujer con la que tener sexo, porque tiene comida garantizada a cambio de palear arena, porque puede atrapar insectos libremente, porque ya hay amor y un futuro hijo en su existencia?

La mujer de la arena es un filme con temática existencialista por excelencia. Plantea diversos problemas comunes al morador urbano postmoderno. Tópicos como alienación, pobreza, libertad y libre albedrío, conformismo, ambiciones, la vida rural frente al mundo urbano, la fuerza de la costumbre, la ética, la relación hombre-mujer como relación de poder, la interacción con el entorno social, la relación hombre-mujer desde el punto de vista utilitarista, etcétera, son confrontados o abordados con más o menos profundidad. El discurso de Teshigahara no solo es construido por el argumento central, también por la enorme cantidad de símbolos explícitos o sugeridos que captan la atención del espectador y lo invitan a pensar. La película, que uno va a ver por vez primera con algunas reservas, atrapa desde el principio, a pesar de su cadencia lenta, porque está realizada de manera magistral, no solo desde el punto de vista discursivo sino también desde el punto de vista técnico, con unos primeros planos muy pertinentes e incisivos, iluminación y fotografía impecables, muy buenas actuaciones y una oportuna y excelente música que, cuando acompaña a las imágenes, dista mucho de ser transparente. Mención especial merecen las secuencias eróticas, que son soberbias, de gran sutileza y de una elegancia casi poética al tiempo que dejan entrever la pasión subyacente. Es, sin lugar a dudas, una extraordinaria película, una joya del cine asiático.

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