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23 agosto 2019

Gilsotteum - Im Kwon-taek (1985)


Imagen tomada de IMDb

Cuando un país es partido por la mitad


Un programa de la televisión surcoreana, en los años ochenta, facilita la reunificación de familias que fueron separadas durante la Guerra de Corea. Algunos quedaron en el norte, otros en el sur. En cualquier caso, hubo separación de las familias. Hwa-yeong (Kim Ji-mi), por sugerencia de su esposo, acude a la televisión para ver si puede reunirse con un hijo que tuvo siendo joven. En la televisora, se reencuentra con quien había sido su primer amor y padre del hijo que ahora buscan, Dong-jin (Shin Seong-il, destacado actor surcoreano, fallecido recientemente). Ambos padres acuden a visitar al posible candidato, al que había contactado la televisora. 

Ella, que ahora pertenece a la clase media y vive en Gilsotteum, es reticente a reconocer al sujeto como su hijo, pese a la cantidad razonable de pruebas que avalan que, en efecto, es su hijo. Entre las pruebas más contundentes se encuentran diversos reportes médicos que, si bien no son de análisis de ADN (no existía aún en esa época), tienen una correspondencia altísima todos ellos. Tanta correspondencia como la que se da en un caso cada veinte millones de casos. Pero ella le pide el cien por ciento de seguridad al médico. Este le responde que, tratándose de seres humanos, la matemática cuenta menos; que, aunque no fueran relacionados por la biología, el hecho de conformar una familia que fue rota, es ya un logro importante para esa sociedad. El médico también le dice que ha visto como muchos le abren los brazos a gente desconocida, a sabiendas de que no son familiares, y ahora se regocijan porque conforman una familia. Quizás sea esta la reflexión más importante del film, la del médico, casi al final.

Imagen tomada de https://pixabay.com

El supuesto padre, del estrato pobre, es más receptivo a la idea de que el hombre sea su hijo y pretende llevarlo a su casa, donde viven sus numerosos hijos y su nueva mujer, que ve en ello una gran insensatez, pues son pobres y no podrían con más carga. Además, el sujeto tiene esposa e hija. Él es más receptivo a la idea de que el hombre sea su hijo, pero la supuesta madre no cede. Al final, ella se regresa a su casa sin reconocer que el hombre al que la televisora mostró sea su hijo. Y el supuesto padre también se va. Ella le da una tarjeta a quien un día fue su primer amor y le dice que si necesita algo que la llame; cuando ella se marcha, él tira la tarjeta en una papelera. La mujer se volvió soberbia con el paso de los años y el ascenso social, es otro planteamiento que se desprende del filme.

Al final de la película, hay un exordio sobre la desgracia que ha sido haber dividido a un país que estaba conformado por un solo pueblo, en dos pueblos, ahora separados por las ideologías. Habiendo sido un solo pueblo, ahora había gente que no reconocía a sus familiares o no quería volver a verlos ni contactar con ellos.

El cine surcoreano posterior a la Guerra de Corea (1950-1953) abunda en el tema de la división del país. No es para menos. Para más inri, los coreanos no fueron los que dividieron a su país, que hubieran tenido el derecho a hacerlo, sino que les «ayudaron» muchos países a ello. Es una gran tristeza y su cine, en reiteradas ocasiones, hace alusión a ello. Por otra parte, me pregunto si el cine de norcorea, que debe ser una rareza verlo, también indague en esta temática. Algo me dice que no...

No se puede decir que sea una gran película desde el punto de vista cinematográfico, pero es un gran tema el que toca y lo hace con honestidad y con los recursos con los que contaron sus realizadores. Eso vale mucho.

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Imagen tomada de https://pixabay.com 
Al sur del paralelo 38

Conozco un país en Sudamérica en el que los apetitos primigenios de una horda de criminales, por saquearle sus riquezas, han ocasionado una diáspora de inmensas proporciones, entre otras desgracias colaterales al saqueo masivo. En Corea, la división es el paralelo 38 y tanto al norte como al sur están buena parte de los coreanos; pero en este caso, sin dividir el país geográficamente (aún) ya le han dividido a su población. No es el único país en esa condición. A Cuba, también saqueada por los mismos delincuentes, le tocó hace sesenta años y aún lo está pagando.

La Ley de Godwin

No sé qué pena habría que darle a los que dicen que a esos hampones no hay que juzgarles; o que hay que dejar que se vayan con lo robado; o que no paguen por sus asesinatos, que los amnistíen; o que haya que hacerle honores (porque hay quienes les hacen honores y los ponen en el altar de gente honorable cuyo ejemplo hay que seguir; vamos, el summum de la idiotez, de la irracionalidad); o cualquier otra propuesta rosada parecida, en lugar de castigarles con la mayor pena posible. Repito, no sé qué pena habría que darle a esa gente. Quizás deberían recibir alguna pena, aunque fuera leve.

Pero de lo que sí estoy seguro es de la pena que habría que darle a los hampones que han destruido un país. Máxime si la destrucción incluye no solo los recursos naturales, sino también su historia, su medio ambiente, su infraestructura, su tejido social, sus habitantes con sus sueños y su futuro, entre otras instancias. Estos son los casos en los que uno, inevitablemente, y tal como dice Mike Godwin, recuerda a Núremberg, al Centro Simon Wiesenthal y al Código de Hammurabi.


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Ficha en IMDb (inglés): https://www.imdb.com/title/tt0089205/
Ficha en Koreanfilm (inglés): https://www.koreanfilm.or.kr/eng/films/index/filmsView.jsp?movieCd=20081066
Artículo en Wikipedia (inglés): https://en.wikipedia.org/wiki/Gilsoddeum
Film en YouTube (inglés, agosto 2019): https://www.youtube.com/watch?v=_by9vE3trI8
Reseña en C.C.Coreano: http://spain.korean-culture.org/es/447/board/434/read/97812


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