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21 enero 2020

Dolor y gloria - Pedro Almodóvar (2019)


Imagen del póster en IMDb.

Almodóvar 8-½


Salvador Mallo (Antonio Banderas) es un viejo director de cine que arrastra un dilatado período sin producir, aquejado por dolencias físicas diversas, acompañadas por dolencias del alma, también diversas, entre las que se encuentra la muerte —no superada— de la madre, hace cuatro años. El estado de postración no le permite escribir ni rodar, y el no escribir ni rodar le acentúa su aflicción. Es un círculo vicioso del que comienza a salir gracias a que la Filmoteca ha desempolvado una vieja película suya, la ha restaurado y la exhibirá; para lo cual le piden que asista a un coloquio junto con el actor de la cinta, del cual se enemistó porque no interpretó el personaje como él quiso. Pero han transcurrido treinta y dos años y logra limar las asperezas con Alberto (Asier Etxeandia), el actor, el cual lo hace ingresar al mundo de la narcodependencia. Alberto lo persuade de llevar a las tablas un guion que Salvador escribió hace tiempo, en el que rememora viejos tiempos con su amante Federico (Leonardo Sbaraglia) en los años 80, la época de «la movida madrileña». Casualmente Federico pasaba por ahí, pues vive en Argentina, y asiste al monólogo que interpreta Alberto. Reconoce que él es uno de los personajes mencionados en la obra y habla con Alberto; este le da la dirección y el teléfono de Salvador, con el que tiene un corto y emotivo reencuentro. Este «renacer», junto con la ayuda incondicional de su amiga Mercedes (Nora Navas), el abandono de la droga por su propia determinación y la buena nueva de que se descarta que tenga un tumor en la garganta, lo impelen a dejar la modorra, el dolce far niente, y continuar con su vida. Así, escribe otra obra, cuyo título es El primer deseo y la rueda.

En 8-½, de Federico Fellini, el director de cine Guido Anselmi (Marcello Mastroianni) pasa por el amargo momento de falta absoluta de inspiración para su próxima película. Eso lo limita y lo desespera; busca en su pasado, desde la infancia, para salir del atolladero en el que está, una trampa existencialista que lo inmoviliza. Pero el tratamiento que le da Fellini es muy distinto al de Almodóvar. En ambos hay remembranza, ensoñación, onirismo, fantasía, mujeres, pero la forma de la resolución es muy distinta. En 8-½, Guido recurre a mayores dosis de racionalidad, de intelectualidad, mientras que el Salvador de Dolor y gloria acude más a las instancias emocional y sentimental para superar las dificultades. Un estímulo externo, en este caso un reconocimiento a su obra, despierta su autoestima y pone en funcionamiento su voluntad de poder (o su voluntad de vivir, al menos) para remontar las vicisitudes.

El filme hila muy bien las escenas del pasado y del presente, lo que permite ir comprendiendo el por qué de sus carencias afectivas y del sufrimiento que lo embarga a medida que avanza la película. La cadencia de la emotividad a lo largo de la historia se desarrolla in crescendo, logrando sensibilizar e impactar cada vez más al espectador, hasta llegar al culmen final, cuando una escena que recrea su niñez es retratada incluyendo al equipo de rodaje; que hace a uno recordar una célebre escena de Persona, de Ingmar Bergman. Las secuencias de la época de la niñez de Salvador, junto a su madre Jacinta (Penélope Cruz), son cautivadoras y llenas de significados y significantes. No así las que explican su condición médica: unas animaciones con voz en off que, pese a ser poseedoras de una adecuada estética, parecen fuera de lugar; mejor acabadas son las de Frida.

Mucho se habla de los aspectos autobiográficos de esta producción, ya que Almodóvar es también guionista. Toda obra literaria o cinematográfica puede contener elementos autobiográficos, ninguna está exenta de ellos, si bien pueden responder a muy distintos grados de fidelidad. Eso lo sabe solo el que la escribe. Si es o no autobiográfica no es relevante para los efectos del análisis del filme, el cual funciona muy bien como ficción pura.

Esta película es, quizás, la más intimista de Almodóvar, la que logra mayor empatía con el público, la que se muestra más desnuda, más sincera. Salvando algunas coincidencias que son reiterativas en su cine y que lo hacen desplazarse al borde del acantilado de la verosimilitud, es una gran producción. La fotografía es impecable y las actuaciones también, al igual que la música. Fuerte candidata a mejor película en la 34a. edición de los premios Goya.


Imagen del póster en Filmaffinity.


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