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20 junio 2014

Estación Central - Walter Salles (1998)


Imagen del póster en IMDb.

No debería existir la fotografía para no tener que recordar. Bien podrían dejarnos olvidar.
Dora


Dora (Fernanda Montenegro) es una inescrupulosa maestra jubilada, que se gana la vida escribiendo cartas al público analfabeta en la estación central de trenes de Río de Janeiro. Luego lleva las cartas a su casa, las ojea y las rompe. Si alguna vez tuvo moral como maestra, ya eso pasó a la historia. Ahora es la supervivencia tras el fraude y el engaño a un incauto y esperanzado público. Una de esas personas es la madre de Josué, que solicita una carta para que el padre del niño lo reciba, pues este lo quiere conocer, o que venga a ver a su hijo a la ciudad. Por designios de la vida, esta señora es atropellada y muere. A partir de entonces, Dora (que nunca envió la carta) se hace cargo del niño a regañadientes. Incluso lo vende a una organización que supuestamente da niños en adopción a familias extranjeras. La amiga de Dora, Irene (interpretada por la hermosa Marília Pêra) le hace caer en cuenta que el verdadero negocio de esa gente es vender los órganos de los niños. Presa del remordimiento, rescata a Josué e intenta llevarlo hasta su padre, quien vive en el árido y pobre noreste de Brasil. Al final no consiguen al padre pero dan con dos hermanos de Josué. A lo largo del viaje, ambos personajes, cuya repulsión inicial del uno por el otro no escondían, llegan a entablar una verdadera amistad, nacida de la necesidad de sobrevivencia en un entorno agresivo y en el que son extraños a todos. Otro resumen en este enlace.

Central de Brasil, como también se le conoce (o Estación central de Brasil), nos habla de muchas cosas: de la infancia abandonada, de lo duro que es la pobreza, de lo vulnerable que son los analfabetas, del agreste sertão del noreste brasilero, de la esperanza y de los sueños, de la amistad que nace por la necesidad imperiosa de no perecer, de la prístina pureza de los niños, y de la inmoral mujer que aprovecha la ocasión para redimirse. Este último tema es interesante para detenerse en él.




René Descartes, cuando se dispuso a hacer de su conocimiento una tabula rasa, destrozando la casa (que simbolizaba lo construido epistemológicamente durante sus años de academia), no pudo, sin embargo, dejar esa casa sin cimientos[1]. Estos cimientos lo constituían los valores morales. Llegó a la conclusión de que, pese a que puede andar por el mundo ignorando absolutamente todo lo que sabe, no puede andar sin valores morales. Más aún, aplicó aquél adagio que reza «a donde fueres haz como vieres», dando por entendido que sus valores morales y sus costumbres deberían adaptarse a los de la zona que visitase. Dora, al igual que innumerables personas que uno ve a diario, andaba por el mundo sin el morral de la moral. Algo que, por cierto, es casi incomprensible en alguien que fuera maestro. Andar por el mundo así, deja una estela de disfuncionalidad, de desencuentro, de anomia, de indiferencia, de caos, de desgracias. Tal como la informe masa de transeúntes de la central de trenes. Eso, en primera instancia, es responsable de lo que ocurre en nuestra sociedad actualmente, donde los valores no son más que una entrada del DRAE. Dora, no obstante, intenta redimirse, cuando logra ver la bondad de un niño en estado puro, la ausencia de malicia y la plenitud de la esperanza que lo lleva a hacer de tripas corazón; todo porque simplemente quiere conocer a su progenitor. Su objetivo no es tangible. La satisfacción de haber ayudado a Josué, a pesar de que al comienzo le molestaba su sola presencia, le cambia el semblante y la hace encarar su futuro con renovadas fuerzas morales. Se había olvidado de que su casa también tiene cimientos que no pueden desprenderse así como así. Se puede enfrentar nuevamente a su agitada vida en la gran ciudad, esta vez sustentada en los olvidados valores, los cuales no tuvo que haber olvidado. De ahí la frase que encabeza estas notas, con las que Dora nos dice que el olvido debería ser selectivo.

Así, Walter Salles nos cuenta una historia de redención, aderezada con otros temas de interés, cualquiera de los cuales podría entenderse como el principal. Este filme está muy bien hecho, cuenta con excelentes actuaciones, particularmente la de Fernanda Montenegro, y ha sido galardonado a tal punto que es la película brasileña más premiada a la fecha. A pesar de que podría calificarse el desarrollo de la trama como estándar, un poco al estilo de Hollywood, lo cierto es que guarda las distancias que la cinematografía tradicional latinoamericana guarda respecto a la industria estadounidense; la principal de todas es su visión de los problemas particulares de los países latinoamericanos y el entorno -también particular- de la región que se trate. Esa diferencia se aprecia en las actuaciones, en las atmósferas, en la fotografía, en la música, en la cadencia de la diégesis y en los demás elementos fílmicos. Excelente película brasileña.


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[1] En el Discurso del método. Leer en:


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