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25 octubre 2019

Crónicas marcianas - Michael Anderson (1980)


Imagen tomada de IMDb.

La cosmovisión de Ray Bradbury.


Esta miniserie de tres capítulos, realizada en 1980 y estelarizada por Rock Hudson, está basada en el libro homónimo de Ray Bradbury, quizás su obra más acabada, junto a Fahrenheit 451, de la que Francois Truffaut hizo una inolvidable película. La miniserie es una adaptación de los relatos que comprende el libro, si bien no los incluye a todos. Los tres capítulos son: 1. Las expediciones, 2. Los colonos y 3. Los marcianos.

A pesar de no incluir todos los relatos del libro, el conjunto de los tres capítulos conforma un corpus complejo de la cosmovisión de Ray Bradbury. Al menos la que tenía cuando los escribió. Se tocan múltiples temas, todos desde un punto de vista crítico. El primero que resalta es el de la colonización a ultranza, tal como se hiciera en la Tierra desde la antigüedad, una ocupación predadora de los nuevos territorios sin que nada importen sus ocupantes ancestrales. El segundo es la creación del entorno a imagen y semejanza del que se abandonó en el planeta de origen, la terraformación literal, marketing incluido. El tercero es la incapacidad de los humanos para evitar el suicidio: una guerra mundial, nuclear, devasta a la Tierra hasta convertirla en un cuerpo incapaz de sostener la vida. Así podríamos seguir enumerando otros tópicos. Casi ninguno escapa a la pluma del consagrado escritor. Racismo, religión, visión sesgada de la realidad, homicidio, robo, romance, frivolidad, quema de libros (como en su posterior Fahrenheit 451), soledad, aburrimiento, androides como sustitutos de personas para combatir la soledad, esperanza, sentido de la vida, entre muchos otros (no todos en la miniserie).

Bradbury comenzó a escribir los relatos poco después de la II Guerra Mundial. Este dato es significativo porque enmarca el contexto bajo el cual se ha de apreciar la obra. No es apropiado descontextualizarla, dado que se trata de una crítica social y política de aquél entonces, en particular de la sociedad norteamericana de aquella época, de sus temores; del american way of life; del american dream; de la recién nacida Guerra Fría; del horror al holocausto nuclear, que puso en el tapete la reciente guerra mundial y los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki. Todo esto configura el marco de referencia de esta magna obra de la literatura de ciencia ficción. Si la leyéramos, o viéramos la miniserie, sin tener en cuenta esto, no se percibiría toda la agudeza que entraña.

De cada secuencia se podría escribir, como mínimo, un artículo. De algunas un tratado. En cada una discurre una frase llamativa que impele a la reflexión. Una de tantas es la que le dice el marciano al coronel Wilder (Rock Hudson), en el tercer episodio, cuando le pregunta que le dé el secreto de ellos para vivir en Marte (planeta que el marciano llama Tir). El marciano le contesta que ellos viven «...contemplando la vida, observando la naturaleza y cooperando con ella, haciendo causa común con el proceso de la existencia; viviendo la vida por sí misma, encontrando placer en el don de la simple existencia...». En este encuentro, ni el marciano ve lo que ve Wilder, ni este lo que ve el marciano. Piensan que ambos están en tiempos diferentes, pues tampoco notan la sustancia uno del otro: para ambos el otro es un espectro, se ven pero no se perciben al tacto. Surge la pregunta de si los marcianos son descendencia de los humanos o los humanos en realidad han irrumpido en Marte, como todas las escenas anteriores han dado a entender. A raíz de la explicación del marciano, Wilder dispone que su familia, aburrida en casa, cambie de estilo de vida a uno contemplativo, con toda probabilidad mucho más aburrido para ellos, si bien eso no se plantea. En la escena final, Wilder le promete a sus hijos que verán marcianos y los asoma a un río en el que ven sus reflejos.

Es desafortunado que, cinematográficamente, la miniserie sea tan pobre. Tiene muchas imprecisiones científicas, carece de buenos efectos especiales y actuaciones. Incluso el fondo musical no es el mejor. Le falta lo que podríamos llamar punch, fuerza, carácter, energía, dinamismo. Ya antes de 1980 se hacían cosas mucho mejores, tanto en el aspecto técnico (La guerra de las galaxias) como en el técnico sin menoscabo del conceptual (Viaje a las estrellas, El planeta de los simios o 2001). Es probable que haya sido una serie con poco presupuesto (lo cual se le nota a leguas) o que haya intervenido gente inexperta en su ejecución. Es una lástima, porque abunda en conceptos y propuestas nada superficiales. No todo es fondo, también el cine requiere de forma, más aún el de ciencia ficción. A fin de cuentas, el cine pertenece —o debería pertenecer— al arte. Sería interesante que se hiciese, con la tecnología de hoy, un nuevo intento de llevarla a la pantalla.


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