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11 septiembre 2020

El ángel - Luis Ortega (2018)


Imagen del afiche en IMDb.

De nuevo, la banalidad del mal.


Esta película es una libre adaptación de los hechos delictivos de Carlos Eduardo Robledo Puch (apodado por la prensa El ángel negro o El ángel de la muerte) uno de los asesinos más despiadados que haya parido Argentina. Ambientada en los inicios de la década de los años setenta del siglo XX, mismo tiempo en el que se desarrollaron los hechos reales, nos cuenta las andanzas del joven criminal y sus secuaces. Con tan solo diecisiete años, el chico mató a mansalva. Gratuitamente, porque no se «justificaban» los homicidios, pues su vida no estaba en peligro. Los asesinatos fueron daños colaterales de su actividad principal: el robo. Incluso mató a dos de sus compinches.

El filme tiene los elementos que conforman una buena obra dramática en las dosis adecuadas y con el tempo apropiado: acción, descripción de los personajes y escenas que permiten el análisis de semejante monstruo y de quienes le rodearon. La fotografía es cuidada, las actuaciones están muy bien y la música correctamente empleada. Destaca la actuación del para entonces novato Lorenzo Ferro en el papel de Carlitos. No deja de mostrar algunos aspectos románticos, quizás poéticos, relacionados con el pérfido personaje, como son sus bailes, las canciones en general y algunas escenas de los robos, las cuales fueron tratadas de tal manera que hacen ver el acto de robar como si fuese una especie de manifiesto de la rebeldía del ladrón frente al universo que lo rodea, de acto necesario y consecuente con la vida (véanse las notas del director en este enlace)(1).

Lo más llamativo de este caso (el real y el de la película, ambos) es que la apariencia angelical, andrógina(2), del joven delincuente, no permite en una primera aproximación que se conecte el horrendo crimen del asesinato con alguien de su porte. Incluso su temperamente tranquilo y sosegado coadyuva a tener una impresión equivocada del talante vil de esta criatura. Su postura ante el homicidio, ante la muerte del otro, es fría y distante, como si se tratase de una simulación impuesta por una naturaleza que desconoce, pero a la cual reta. Parece una suerte de reencarnación del Adolf Eichmann que inspiró a Hannah Arendt a sentenciar su célebre frase la banalidad del mal. La diferencia con el nazi es que aquél obedecía a un aparato burocrático, el del III Reich, mientras que Carlitos parecía obedecer a sus propios designios, a su voz interior, su personal oráculo.

Pero eso fue cuando era joven. Ya de mayor, el presidiario que tiene más tiempo retenido en Argentina, amenazó con matar a Cristina F. de Kirchner si salía libre(3). Cuando fue sentenciado, amenazó de muerte a los jueces: «Algún día voy a salir y los voy a matar a todos», les gritó. El sujeto es un enajenado, un asesino furibundo. Cuesta pensar que de joven actuó como Eichmann cuando ahora manifiesta abiertamente su insania. Si no es psicópata, está muy cerca de serlo. Es un caso muy llamativo, muy apropiado para llevar al cine, y Ortega acertó en ello. Sus oportunas notas (aquí) son muy recomendables para contextualizar este caso y la película como tal.


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(1) Al encarar la historia de un niño asesino devenido en ladrón decidí seguir la tradición del cine donde el acto de delinquir es una declaración de principios, una extensión de la infancia, una celebración, y no una experiencia necesariamente violenta o realista. De entrada, quise presentar el robo como un acto bello, como una ofrenda al espectador.
Es muy atractivo seguir a un personaje que se siente un espía de Dios, es fascinante verlo actuar, porque lo hace para un orden superior...
(2) Robledo Puch pidió en 1980 ser transferido al pabellón de reos homosexuales en el penal de Sierra Chica (ver: 
En la película hay varias escenas en las que se deja entrever su probable homosexualidad.
(3) Ver:

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Artículo en Wikipedia sobre la película:
Artículo en Wikipedia sobre Carlos Robledo Pucha:
Reseña en el sitio web de Casamérica (incluye notas del director):


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