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15 octubre 2021

Cadena perpetua - Arturo Ripstein (1979)


Imagen del póster en IMDb.

El macabro círculo vicioso.


Javier Lira (Pedro Armendáriz hijo) fue proxeneta y delincuente menor; ahora es un ciudadano honorable, con esposa e hijo, y trabaja como cobrador de un banco. Un infeliz día, recibe la visita de quien lo había capturado varias veces en el oscuro y olvidado pasado, el comandante Prieto (Narciso Busquets). Prieto se mofa de la nueva vida de Javier, antes alias «el Tarzán», y lo extorsiona; le pide 600 pesos diarios, 50% más de lo que Javier gana. A cambio, ellos «lo protegerán», puesto que esa cantidad de dinero solo la conseguirá delinquiendo. Prieto y su secuaz lo abandonan maltrecho. Javier busca a su jefe para denunciar los hechos, no lo encuentra; piensa mientras vaga por la ciudad desesperado. No sabe qué hacer. Sus pensamientos lo obligan a debatirse entre la denuncia, la huida a otra ciudad u otro país o la complacencia de los deseos de Prieto. Exhausto y con deseos de una opinión fresca, imparcial, visita a Gallito (Roberto Cobo), quien tiene un billar y comercia con mercancía robada, para pedirle consejo. La potente (quizás descarada) escena final es una invitación del cineasta a la reflexión impostergable del espectador.


En su vida pasada, Javier era mujeriego y delincuente.
Pero luego de su prisión en las islas Marías, se regeneró.


Mientras la película cuenta la historia sintetizada en el párrafo anterior, presenta flashbacks del pasado de Javier (el Tarzán). Lo vemos en sus facetas de proxeneta, chuleando a las prostitutas que protege; en robos menores; en la policía declarando y recibiendo palizas; con mujeres, muchas mujeres (parecía sufrir de satiriasis). A pesar de este perfil, Javier era un hombre dócil y respetuoso con la autoridad. Este talante apacible fue aprovechado por el malévolo comandante Prieto para establecer una relación amo-esclavo entre él y el Tarzán. De por vida, de ahí el título. El mecanismo utilizado por Prieto fue la violencia por la supremacía de la autoridad que él representaba. Más o menos el mismo que empleaba Javier con las prostitutas.


Prieto forjó una relación de poder con el Tarzán,
en la que él era el amo y Javier el esclavo.


Una parte importante de su pasado transcurre en la prisión de las islas Marías, donde trabajó en las salinas y se hizo amigo del cabo Pantoja (Ernesto Gómez Cruz). El cabo le cambió el duro trabajo de pico y pala por uno administrativo y departía con él en su propia casa, tomando aguardiente. Un día que el cabo regresaba de tierra firme, lo convidó a beber y le pidió a su mujer (Pilar Pellicer) que buscara más licor. Pantoja le contó que él sabía que su mujer era una piruja (prostituta), pero que un hombre que tenga madre no se debe acostar con la mujer de su amigo; acto seguido lo apuñaló. Javier no pudo negarse a la mujer de Pantoja, que lo solicitó; es una de las desventajas de la satiriasis. Él le susurró al oído: «no tenemos madre» y ella contestó: «¡cállate y dale!» mientras fornicaban a un par de metros de Pantoja, que estaba dormido en la cama, borracho.


En la salina de las islas Marías forja amistad con
el cabo Pantoja, que lo respeta. Javier traiciona
esta confianza acostándose con su mujer.


Arturo Ripstein no rueda películas en las que no cuente algo relevante de su sociedad. Esta no es la excepción. Hace un retrato vívido del bajo mundo en México (extensible a Latinoamérica), el que comprende a los criminales y a los policías, que muchos también son criminales. En esta historia (que no es para nada descabellada) se lleva a cabo un ejercicio de prestidigitación inmoral en el que una relación que pudo haber sido ganar-ganar, se trueca por una perder-perder hábilmente disfrazada por una macabra lógica utilitarista. No es exclusivo de Latinoamérica y tampoco se inventó allá; pero la estructura social y política, la educación, la idiosincrasia, hacen de esta región un caldo de cultivo idóneo para estas prácticas.


La relación de antaño vuelve a cobrar vida. Prieto
se hace dueño y señor de «el Tarzán» otra vez.


La película está muy bien realizada; destacan la actuación de Pedro Armendáriz hijo, digno descendiente del inolvidable ícono Pedro Armendáriz, y las de los demás integrantes del reparto, el guion y el montaje. En el guion colaboró Luis Spota, autor de la novela Lo de antes, en la que se basa la película. No es de las películas de Ripstein favoritas de quien esto escribe, pero debo admitir que es una gran película; describe con fidelidad el mundo latinoamericano de hoy (a pesar de sus cuarenta años de edad). Está incluida en la lista de las 100 mejores películas de todos los tiempos de la extensa cinematografía mexicana. Con sobrados méritos.


Gallito (Roberto Cobo) y el Tarzán (P. Armendáriz h.)


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