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12 octubre 2021

El perfume: historia de un asesino - Tom Tykwer (2006)


Imagen del póster en IMDb.

Todavía tenía suficiente perfume para esclavizar al mundo entero si así lo deseaba. Podía caminar hasta Versalles y hacer que el rey le besara los pies.
Podía escribirle al Papa una carta perfumada y revelarse como el nuevo Mesías. Podía hacer todo esto, y más, si quisiera.
Poseía un poder más fuerte que el poder del dinero, o el terror, o la muerte: el poder invencible para ordenar el amor del hombre.
Solo había una cosa que el perfume no podía hacer: no podía convertirlo en una persona capaz de amar y ser amada, como todos los demás.
Entonces, al diablo con eso, pensó. Al diablo con el mundo, con el perfume, con él mismo.
Voz en off del narrador.


Percibimos el mundo a través de nuestros sentidos básicos: vista, oído, olfato, gusto y tacto. Eso nos enseñaron en la escuela primaria. Para una persona media, en un momento dado, el 83% de la información que le llega es a través de la vista; el 11% a través del oído; el 3,5% por el olfato; el 1,5% por el tacto y el 1% por el gusto(1). Según las investigaciones, el 80% de los sabores que probamos provienen de lo que olemos, razón que explica que cuando estamos constipados la comida nos sepa insípida.


La primera chica cuyo aroma atrae a Jean-Baptiste.
Imagen tomada de IMDb.


Hay otra estadística, que señala que el 65% de la población es visual, capta el mundo con la vista (los pintores, por ejemplo; los cineastas, los arquitectos); el 30% son auditivos, su interacción con el entorno es a través del sonido (sin duda los músicos; también los jueces, cantantes, intérpretes); el 5% restante son quinésicos, su relación con el mundo pasa por el movimiento, el tacto (terapistas, bailarines, mecánicos, actores, carpinteros). La estadística anterior, sin embargo, presenta una amplia variación según la fuente que se consulte. Aún así, los visuales son la mayoría, seguidos de los auditivos. Los quinésicos (y otros, si los hay) son minoría. Pertenece a esta minoría exclusiva el protagonista de esta extraña película del cineasta alemán Tom Tykwer, basada en la novela homónima de Patrick Süskind.


Jean-Baptiste es capaz de asesinar sin pestañear,
sin mostrar el menor remordimiento.
Imagen tomada de IMDb.


La historia en corto

Jean-Baptiste Grenouille (Ben Whishaw) nace en un pestilente puesto de venta de pescado en el mercado de París en 1738. Su madre patea el recién nacido hasta donde están los residuos; igual que había hecho con otros retoños suyos. Pero Jean-Baptiste llora a moco tendido. La madre es ahorcada por infanticidio y el bebé va a dar a un hospicio. Los otros niños intentan matarlo pero no lo consiguen. No lo quieren porque no habla, solo sigue a los olores de las cosas que le rodean con obsesiva fijación. A los trece años, Madame Gaillard (Sian Thomas), que regenta el hospicio, lo vende al curtidor Grimal. La señora Gaillard es asesinada casi de inmediato. Ahí trabajará en régimen de esclavitud hasta que es un espigado joven, esquivando enfermedades y malos tratos.


Giuseppe Baldini, el maestro de Jean-Baptiste.
Imagen tomada de IMDb.


Su oportunidad llega cuando Grimal, en un gesto de confianza, le pide que lleve unas pieles a un comprador. Estupefacto por la variedad de olores que pululan en el ambiente parisino, detecta a uno particular que le atrae y lo sigue. Pertenece a una bella joven vendedora de ciruelas (Karoline Herfurth). Obsesionado por la fragancia la huele de cerca, ella se asusta y él la inmoviliza con fuerza para que no grite, pero la asfixia. Luego de muerta seguirá oliendo su cuerpo. Es la primera víctima directa de Jean-Baptiste, que no se inmuta ni un ápice por ello. La memoria del olor de esta mujer le perseguirá toda su vida.

Recibe una golpiza de Grimal por su ausencia tan dilatada. En la siguiente salida para llevar pieles conoce a Giuseppe Baldini (Dustin Hoffman), que fuera un gran perfumista en el pasado, pero ahora tiene la membrana pituitaria caducada. El joven le hará perfumes al codicioso Baldini y aprenderá de este la forma de capturar la esencia de la fragancia de las flores y demás objetos. Y de los seres vivos. Según Baldini, les falta el décimo tercer ingrediente para el perfume perfecto, que los egipcios conocían, según la leyenda. El día que Jean-Baptiste parte en busca de nuevos derroteros, Baldini y su mujer mueren en el colapso de su vivienda, ubicada sobre un puente.


Miles de pétalos para unos gramos de esencia.
Imagen tomada de IMDb.


En el camino hacia Grasse (la meca del perfume, al sur de Francia) se aloja en una cueva, lejos de los olores del mundo de los humanos. Ahí descubre que él no tiene olor. ¿Será por eso que nadie lo toma en cuenta, nadie lo quiere? Su búsqueda ahora tiene un motivo más profundo que la búsqueda del ingrediente secreto para el perfume perfecto: dar con una fragancia para sí. En Grasse aprende una técnica para capturar el aroma de los cuerpos: untarlos con grasa animal y luego destilar la grasa con alcohol. Comienzan los asesinatos, innumerables asesinatos, todos de mujeres bellas y jóvenes, incluso vírgenes. Lo atraparán cuando mate a la hija del aristócrata Antoine Richis (Alan Rickman), la hermosa Laura Richis (Rachel Hurd-Wood). Jean-Baptiste, al igual que un perfume, que deja su estela de fragancia al paso, dejó una secuela de cadáveres en su transitar por este mundo. El argumento más detallado se puede leer en este enlace.


Varios niveles de lectura

Das Parfum - Die Geschichte eines Mörders, título original en alemán; Perfume: The Story of a Murderer en inglés, cuenta una historia extraña. Extraña porque está relacionada con una de las sensaciones que más pasamos por alto en nuestra vida diaria y que, sin embargo, es inescindible de los recuerdos. Su conexión con la memoria es monolítica: después de pasados muchos años, un olor puede traer al presente el pasado con precisión matemática y a la velocidad del pensamiento. En este contexto, es posible extraer diversas lecturas del film, al igual que de la novela.


De cuando en cuando, el aroma de la primera víctima le viene a
la mente a Jean-Baptiste (para el espectador es la imagen).
Imagen tomada de IMDb.


El nivel más superficial es la historia de un asesino serial, tal como Bufalo Bill, el de El silencio de los corderos. Jean-Baptiste no solo carece de fragancia corporal, también de un código moral que le dirija sus acciones con los semejantes. Odiado desde el nacimiento, ha sido víctima de constantes maltratos y no es capaz de responder a otros de manera cortés. Es un resentido; no tiene cargo de conciencia cuando mata; él está siguiendo un plan «superior», la búsqueda de un perfume perfecto, de una fragancia para sí. Y la consigue, captura el aroma corporal de las doncellas que mata. A la primera que le extrajo la esencia era una prostituta. No era su intención matarla, solo quería impregnarle grasa en su cuerpo; la oposición de la joven detonó su instinto homicida. El problema que tiene la película (y ya lo ha dicho algún crítico) es que el distanciamiento del actor con el personaje no permite que uno sienta suficiente repulsión por Jean-Baptiste. Él es un monstruo, un asesino serial, merece nuestro mayor desprecio; pero la película no logra que uno lo desprecie tanto. ¿Es porque persigue un «fin superior», el perfume perfecto?, ¿acaso juega con esta ambivalencia de la simpatía del espectador?


Con Baldini, Jean-Baptiste aprenderá las técnicas
para atrapar las esencias de las flores.
Imagen tomada de IMDb.


Por otra parte, desde que mostró destrezas inusuales, ello le hizo blanco de envidia y de repulsión. Como si fuese un monstruo, como si se tratase de El hombre elefante o algo similar, si es algo raro, si tiene algo que no tenemos los demás, deberá ser repudiado de inmediato. Este miedo al distinto, este etiquetamiento del que sobresale en algo, ha sido muy pernicioso. Los políticos y sus adláteres lo utilizan a diario, sembrando la envidia injustificada entre la gente.

En otro nivel se plantea un problema de egoísmo superlativo no saciado. Jean-Baptiste busca una fragancia para él. También la consigue porque es la misma: el perfume perfecto. Este aroma hechizará a las multitudes y le permitirá eximir la pena capital a la que fue condenado. En la escena en la que la gente está inmersa en la orgía él los ve con desprecio, el mismo desprecio que ha sentido de la gente hacia él toda su vida. Ha perpetrado una venganza aunque no era el objetivo inicial.


La hermosa Laura Richis, última víctima de Jean-Baptiste.
Imagen tomada de IMDb.


Quizás no haya sido la intención del escritor ni del director del film, pero puede haber una lectura política. Jean-Baptiste es el prototipo del político inescrupuloso y desvergonzado (¿no conoce ninguno?). Castigado durante su niñez, perjudicado durante su juventud, llega a la edad adulta con un baúl de resentimientos no satisfechos. Roba a otros lo que la vida le negó (o se lo negó él a sí mismo); asesina sin sentimiento de culpa; aún así es aclamado por las multitudes. En la escena mencionada, él podría haber dicho: «Os he matado vuestras doncellas» y la multitud respondería con vítores; tal como en un discurso de Lenin, Hitler o Chávez. Estos no dijeron algo similar, pero sí hicieron cosas parecidas y, después de ello, fueron aclamados. ¿Suena familiar?


—Os he matado vuestras doncellas.
—¡No, tú eres inocente!
Imagen tomada de IMDb.


Esta soberbia película está subvalorada en los portales de cine; pues se trata de una gran película. La ambientación es asombrosa, así como el vestuario, la música y el maquillaje. Las actuaciones de Hoffman y Rickman son muy convincentes; no tanto la de Whishaw, que no logró que odiáramos a Jean-Baptiste, su expresión facial parece ajena al personaje (a menos que fuese esa la desafortunada intención de Tykwer). Las chicas y los demás actores lo hicieron muy bien. Destaca la narración del inolvidable John Hurt. La producción se rodó en España casi toda, aunque esto no se nota de buenas a primeras. Es un filme que soporta más de un visionado.


Imagen del póster en Filmaffinity.


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(1) Cfr.:

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Artículo en Wikipedia:
Artículo en Wikipedia en inglés:


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