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29 abril 2022

Cerezos en flor - Doris Dörrie (2008)


Imagen del póster en IMDb.


Todos juntos; todos conectados; todos solos.


Las comparaciones no siempre son felices. No; casi siempre son infelices. Pero uno no puede visionar este filme sin recordar la obra maestra de Ozu Cuentos de Tokio. Van casi de lo mismo; pero no son iguales, ¡faltaría más! Doris Dörrie es buena cineasta lo suficiente como para no copiarse.


Trudi va con Franzi a un espectáculo de danza butō.
Rudi las esperó fuera del teatro. Eso le dolió a Trudi.


Frente al mar Báltico, el día de la muerte de Trudi.
Ambos visten el cárdigan azul de Trudi. 


Trudi Angermeier (Hannelore Elsner) y Rudi Angermeier (Elmar Wepper) viven en un pequeño pueblo; sus hijos ya se han ido de casa, son mayores. Rudi solo ha dejado de ir a trabajar una semana en veinte años; pero ahora tiene una enfermedad terminal que solo conoce su mujer, Trudi. Ella decide no informarle a él nada; a cambio, le convence de viajar, tal como le recomendó uno de los médicos. Van a Berlín, a visitar a dos de sus hijos: Klaus, que vive con su esposa Emma y sus niños Robert y Celine; y Karolin (Birgit Minichmayr), que tiene como pareja a Franzi (Nadja Uhl). El tercer hijo, Karl (Maximilian Brückner), vive en Tokio. Los niños de Klaus y Emma están pendientes de sus cónsolas de juegos electrónicos y los adultos fastidiados de que los viejos estén de visita. No los esperaban y no los quieren ahí. La que menos los soporta es Karolin, la lesbiana, quien le pide a su novia Franzi que los lleve de paseo. Un día, Rudi asiste con Franzi a un espectáculo de baile butō, disciplina que ella —admiradora de la cultura japonesa— practicaba y dejó para criar a los hijos y atender al marido. Para no molestar más a sus hijos, dejan Berlín y se van a visitar el mar Báltico. En el hotel donde se alojan, frente al mar, Trudi fallece una noche. La noche anterior, se había puesto su kimono para bailar unos minutos con su reticente esposo. A las exequias de sus cenizas acompañan a Rudi amigos y Franzi, la novia de Karolin, los demás no pudieron ir (¡los hijos no fueron!).


Tras mucho insistir, Trudi logró bailar con su esposo. El kimono
que viste ella es el que él vestirá al morir.


Llevó a Tokio ropa de Trudi y la extendía para hablarle.


Rudi se siente cada vez más solo. Cada rincón, cada gesto, cada olor, cada objeto, le recuerda a Trudi. Decide hacer las maletas de nuevo e ir a Tokio; no solo para ver a su hijo Karl, el preferido de ella, sino para «llevarla a ella» a ver el monte Fuji. En las maletas van libros y ropa de Trudi; él se pondrá la ropa de ella para mostrarle lo que él ve. A los pocos días, su hijo Karl tampoco lo soporta. Rudi pasea solo por Tokio mientras Karl trabaja(1); así, un día hace amistad con Yu (Aya Irizuki), una joven sin hogar que baila butoh en un parque y que, para su fortuna, habla la misma lengua que él. Yu le enseña lo que es el baile butō, la filosofía subyacente a sus característicos movimientos. Con ella va hasta el monte Fuji; el cual no se deja ver el día que llegan(2). Se alojan en un hotel por varios días, hasta que la montaña se deja ver. Él se maquilla y va a bailar a la orilla de un lago en el que se refleja el monte sagrado. Ahí da los últimos pasos de butō junto a su querida Trudi. Lo incineran y las cenizas las entierran junto a las de su esposa. Todo el dinero que tenía en el banco en Alemania lo llevó en su viaje a Tokio; le dejó mucho a ella, en un sobre que estaba en su equipaje y que decía «para Yu». Los hijos lo conocían tan poco que se escandalizaron de que estaba en un hotel con una adolescente (a la que ni tocó) y vestía el kimono de su esposa (para que ella bailara butō frente al Fuji).


En el baño, a punto de llorar. Estadio material, estético;
esto no es para mí, ¿qué hago yo aquí?


El día que se celebra la floración de los cerezos con Karl. Ese día,
su hijo se emborrachó y él le prodigó cuidados maternales.
Estadio ético.


Como se puede apreciar; los Angermeier son desestimados por sus hijos tal como lo fueron los Hirayama de Cuentos de Tokio. Este distanciamiento entre los integrantes de las familias sometidos a la tiranía hegemónica de la dinámica moderna se traduce en un desgarramiento del tejido social, pues atenta contra su unidad mínima: la familia. Por contraposición, la inesperada amabilidad de una extraña viene a llenar el vacío que los familiares no son capaces de completar. No es la primera ni será la última película que aborde este tema; cada día más vigente y acuciante, pues el distanciamiento es hoy aún mayor que antes gracias a las RRSS que, sin quererlo (o no), están erosionando las relaciones cara a cara. Esto es lo que concierne al trato de los hijos hacia sus padres; la parte que más se parece a la película de Ozu.


De repente ante sus ojos, una niña baila butō con un teléfono.


La madre de Yu era asidua usuaria del teléfono; así, de esta
forma, ella se «comunica» con su madre.


La relación entre Trudi y Rudi tampoco queda incólumne; todo lo contrario, no llega al aprobado. Pero por parte de él, pues Trudi lo entregaba todo, incluso su entusiasmo para revitalizar la gris vida de la pareja. Él apenas la empieza a conocer tras su muerte; y la extraña y la quiere retener de manera torpe y fetichista, a través de su ropa. ¿Por qué no la atendió en vida? Esto concierne más al título y a lo efímera que es la vida; tal como las flores de los cerezos, que apenas duran días. Las moscas, a las que de forma reiterada se aluden en la película, también son seres efímeros; por ello se muestran, para recordarnos que somos igual de efímeros, cada uno (moscas y humanos) a su particular escala. Así que ¡a querer cada día y a demostrarlo! Para mañana puede ser tarde.

Esta parte del film es muy distinto a Cuentos de Tokio. En la película de Ozu, la pareja está compenetrada; en esta película no, están tan distanciados como los hijos de ellos. La monotonía de la vida diaria los ha arrojado a ese mar de individualismo, de personas-islas. Dörrie trabaja este aspecto en profundidad: le dedica más de la mitad de la película a mostrar cómo lidia Rudi con su soledad y con los recuerdos de su esposa, la cual anhela y a la que ahora sí quiere complacer. Complacencia post mortem. No solo eso, ahora sí comienza a comprenderla. Rudi evoluciona de forma radical luego de morir Trudi; pasando de lo que podría asimilarse a una fase estética (más terrena) a una ética y finalizando en la espiritual, cuando entiende lo que el butō era para su esposa. Pasó de esperar fuera del teatro mientras Trudi presenció el espectáculo de danza con Franzi, a maquillarse, vestirse de mujer y bailar butō con la niña o con la esposa muerta al aire libre, frente a la gente. Un dramático arco dramático que experimentó el personaje de Rudi, diríase que traumático. El actor Elmar Wepper recibió varios premios y nominaciones por su actuación.


Ataviado con el kimono de Trudi, baila con ella frente al Fuji.
Estadio espiritual.


Muy buenas las actuaciones; entre las que destacan las de la pareja protagónica. La puesta en escena es excelente, pese a su lentitud irremediable (debido al tema tratado y a la forma de tratarlo). La longitud del film sí se pudo haber reducido un poco, quizás entre quince y veinte minutos. El haber incorporado elementos fetichistas y surrealistas (Trudi fallecida bailando con Rudi) le otorgan una interesante impronta al filme. Muy buen trabajo de Doris Dörrie; pone a reflexionar al espectador con un film pulcro y bien realizado.


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(1) Rudi va a sitios en los que parece que nunca ha estado: un local de estriptís y un baño con doncellas desnudas, del que sale llorando: Rudi no es hombre de andar en estas cosas; ni siquiera él lo sabía. Esto es algo que el espectador podía intuir del personaje; sin embargo, Dörrie acentúa con estas inesperadas secuencias el talante de su protagonista.
(2) Es famosa la nubosidad que envuelve a su cima. Yu le dice a Rudi que es una montaña tímida.
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Cherry Blossoms; Kirschblüten – Hanami; Cerezos en flor; Las flores del cerezo.
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Artículo en Wikipedia:
Artículo en Wikipedia en inglés:
Ficha en IMDb: 
Ficha en Filmaffinity: 


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