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27 octubre 2020

El lugar sin límites - Arturo Ripstein (1977)


Imagen del póster en IMDb.

Fausto: Primero te interrogaré acerca del infierno. Dime, ¿dónde queda el lugar que los hombres llaman infierno?
Mefistófeles: Debajo del cielo.
Fausto: Sí, pero ¿en qué lugar?
Mefistófeles: En las entrañas de estos elementos. Donde somos torturados y permanecemos siempre. El infierno no tiene límites, ni queda circunscrito a un solo lugar, porque el infierno es aquí donde estamos y aquí donde es el infierno tenemos que permanecer...
Epígrafe del filme.


La historia se desarrolla en un pueblo mexicano de nombre El Olivo. El cacique del pueblo, don Alejo (el legendario Fernando Soler), ha comprado casi todas las casas para venderlas a una empresa. Le falta por comprar la del prostíbulo. Don Alejo se ha encargado de que no llegue la electricidad al pueblo; de manera que sus moradores han emigrado a medida que le han vendido sus casas. Él también quiere irse con su esposa enferma (¿de Alzheimer?). La vieja casa donde funciona la mancebía (y donde viven las mujeres) es propiedad de la Manuela (Roberto Cobo, el Jaibo en Los Olvidados), un travesti viejo y decrépito y de su hija, la Japonesita (la hermosa Ana Martín). Él quiere irse, pero su hija no. La casa era de don Alejo, pero la perdió en una apuesta con la Japonesa (la bella Lucha Villa): le apostó a don Alejo que ella lograba que la Manuela se portase «como un hombre» con ella. De ese coito nació la Japonesita y cambió la propiedad de la casa. Eran los buenos tiempos del pueblo; había mucha gente, alegría, movimiento. Ahora está apagado.


La Japonesa (Lucha Villa, muy sensual 
en este filme). Imagen tomada de IMDb.


Al pueblo llega Pancho (Gonzalo Vega), conduciendo un viejo camión que compró gracias a un préstamo de don Alejo. Su cuñado Octavio (Julián Pastor), le ayuda para que termine de pagar el préstamo que le adeuda al viejo y así no depender más de él ni ser víctima de su trato despótico. Luego se van a celebrar al lupanar (o lo que queda de él). La Manuela se esconde, pues tiempo atrás fue golpeado por Pancho; pero él (ella) gusta de Pancho. Cuando Pancho, que está muy bebido, se excede en su trato con la Japonesita, aparece la Manuela vestida para bailar. Le baila a Pancho, luego bailan los dos y llega a besar a Pancho en la boca; su cuñado se percata de ello y lo llama maricón. La Manuela, anticipándose a la furia, escapa y, tras él (ella), van Octavio y Pancho. Siendo un filme de Arturo Ripstein, ya podrá suponer el lector cómo concluye.


La Japonesita (¡bella Ana Martin!) y Pancho.
Imagen tomada de IMDb.


El macho machote, el estereotípico macho alfa, se enfrenta a su propia e insoportable homosexualidad y reacciona como una bestia; pero no se ataca a sí mismo. El cacique se lava las manos, pero con seguridad logrará su objetivo; apenas un poco antes de morir, pues le dan un año de vida. Las chicas se retiran a dormir y esperarán por un nuevo día. Un nuevo día; en el que tendrán que someterse a los designios de don Alejo: venderle la casa e irse a San Juan, el poblado cercano que se menciona en el filme, donde se supone que viven las esposas de Octavio y de Pancho. Las chicas son jóvenes y aún pueden prosperar. Así, nadie más quedará en el pueblo y podrá ser borrado de la tierra y de la memoria. Quedará como un recuerdo de lo que fue, como la Comala de Pedro Páramo o el Macondo de los Buendía; pleno de ánimas en pena, vagando por caserones vacíos y arruinados.


Interpretación inolvidable de Roberto Cobo como
la Manuela, aquí flirteando con Pancho.
Imagen tomada de IMDb.


La película está basada en la novela homónima de José Donoso. Ripstein, coguionista con Donoso y unos ayudantes, se ciñó al argumento literario. No solo se plantea el tema de la homosexualidad velada, también asoman el machismo, la prostitución, la decrepitud de los pueblos (en este caso porque la vía férrea cambió de trayecto), la voracidad de los amos y señores, el resentimiento de los de abajo, la infidelidad, la pérdida de sindéresis por el licor, el masoquismo por amor. Toca más asuntos de los que parece.


La Manuela presta a bailar La leyenda
del beso para su objeto de deseo.
Imagen tomada de IMDb.


Las atmósferas que logra Ripstein en sus películas pintan la cara oscura y preocupante de México; dan cuenta de las capas sociales que son arropadas por la miseria (no la miseria en sentido económico o pobreza física; mas la miseria humana, la pobreza de espíritu). Sus personajes tienen un patrimonio mucho mayor de penas que de alegrías, de fracasos que de éxitos; son los loosers, los perdedores. Creo que no ha habido en el cine mexicano un cineasta que lo haya hecho mejor. Buñuel lo hizo muy bien en Los Olvidados (demasiado bien para no ser mexicano); pero solo en esa película y se circunscribió a la pobreza física. Ripstein lo hace en todas; es un maestro dibujando los bajos mundos de la sociedad mexicana. Muy parecidos, por cierto, a los bajos mundos de otros países latinoamericanos. Por eso su cine le es afín a uno.


Poco antes del fatídico beso en la boca.
Imagen tomada de IMDb.


Extraordinaria película; entre las diez mejores del cine mexicano, según una encuesta de la revista Somos a 25 especialistas en cine mexicano. Solo comparable con algunas películas del mismo Ripstein(1) y con El callejón de los milagros; película que, inexplicablemente no está en esa lista de las 100 mejores películas del cine mexicano. La lista está en este enlace. La actuación de Roberto Cobo fue sobresaliente; pero todos lo hicieron muy bien. Parece que Ripstein es buen director de actores. La fotografía, muy buena, logró expresar esa atmósfera de sopor, tan característica de los pueblos en el medio de la nada, en la zona tórrida, al mediodía. La música, muy apropiada, incluye legendarios temas caribeños de Dámaso Pérez Prado o Miguel Matamoros, entre otros; el Juancito Trucupey cantado por Celia Cruz o pasodobles (El beso y La leyenda del beso) de Los Churumbeles de España. ¡Excelente!


Imagen del póster en Filmaffinity.


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