Imagen del póster en IMDb.
Mosaico sobre la intrahistoria de un microcosmos.
Basada en la novela homónima del nobel egipcio Naguib Mahfuz, Jorge Fons ha construido una hermosa película coral que retrata la vida de los pobladores de un vecindario pobre y decadente de Ciudad de México; su intrahistoria, sus anhelos y frustraciones, sus alegrías y tristezas, sus grandezas y sus miserias. La cinta está dividida en cuatro capítulos: Rutilio, Alma, Susanita y El regreso. Si bien en cada capítulo enfatiza la historia del personaje que le da el título, abarca también lo que acontece con los vecinos, en especial la interacción de ellos con el personaje principal de dicha parte. Las historias se entrelazan, tal como las relaciones humanas reales, creando un tejido, como si fuese una red interneuronal o, para llamarlo con el término de moda, el «tejido social». Nos recuerda que la vida de personajes sencillos, pero reales, puede ser tan conflictiva como la de los épicos dramas en los que un héroe (o un superhéroe) se enfrenta a indecibles dificultades para lograr su objetivo.
Cada capítulo comienza (de forma idéntica) con el juego de dominó que cuatro vecinos disfrutan en el bar de Rutilio (Ernesto Gómez Cruz), el amargado y muy macho hombre maduro que descubre su tendencia homosexual ya en el umbral de su senectud. Su hijo, Chava (Juan Manuel Bernal), con quien Rutilio no puede tener más desencuentros; cuando se entera de las aventuras hermafroditas de su progenitor, en un ataque de ira hiere al joven amante y decide emigrar a Estados Unidos (aspiración de cualquier joven en su situación). No sin la compañía de su mejor amigo, Abel (Bruno Bichir), el peluquero del barrio que recién ha comenzado su noviazgo con Alma (la hermosa Salma Hayek); la pundonorosa y bella chica de la vecindad, la que todos desean; en especial don Fidel, el viejo dueño de una tienda de antiguallas que muere de un infarto unos días antes de desposar a la doncella Alma; a pesar de que su madre, Catalina (María Rojo) bien hubiera deseado desposarlo ella pero, como toda madre, hace sacrificios por los hijos. Cata (Catalina) es la que le lee las cartas a los vecinos, ergo, les desvela el destino; a la dueña del inmueble, la solterona Susanita (Margarita Sanz), le advierte sobre un hombre que le depara el futuro. Ni corta ni perezosa, la hidrópica de amor Susanita se lanza a los brazos del primero que ve. Es Chava, pero él se va a EUA, huyendo de la ira de su padre, con el dinero que ella le presta; entonces le echa el guante al ayudante del bar de Rutilio, el joven Güicho (Luis Felipe Tovar), con quien se casa; y a quien después saca de su casa por ladrón.
Un día Chava regresa de EUA casado y con un hijo; Rutilio al comienzo no los quiere ver ni en pintura, menos en su hogar; pero el filme nos deja entrever que se encariñará con el bebé, al que también nombraron Rutilio. Luego regresa Abel de EUA con algo de dinero y, al descubrir que su amada Alma, con la que pretendía casarse, ha caído en las fauces de la prostitución, se echa a morir. Suceden más eventos y hay más personajes, pero sería menester extenderse más.
El filme recuerda (¿responde?), al estilo de Ripstein; describe los personajes con detalle en su mundo precario (mugriento en algunos aspectos). Constituye un gran mural, cual si fuera uno de los de Diego Rivera, que refleja en un microcosmos buena parte de la sociedad mexicana (latinoamericana si se quiere); con sus virtudes y sus muchos defectos. Da cuenta de la corrupción, la prostitución, el engaño, el fraude a través del mito, la homosexualidad velada, el deseo inmenso de algunos personajes de migrar del callejón, el conformismo de otros, el descontento y la desesperanza de buena parte de los personajes. Recrea un fragmento del mundo real con tal maestría como si fuese un documental de personajes verdaderos. Y hace que el espectador reflexione sobre la etérea diferencia, si la hay, entre la ficción y la realidad; que cavile acerca del dramatismo que descansa sobre los hombros de personajes reales; que bien podrían ser sus vecinos. Recuerda en particular a Crash, de Paul Haggis; a Magnolia, de Paul Thomas Anderson; o a El lugar sin límites de Ripstein. Más a esta última que a las otras. Inexplicablemente, no está en la lista de las cien mejores del cine mexicano. Pero sin duda merece estarlo; es extraordinaria.
Cada capítulo comienza (de forma idéntica) con el juego de dominó que cuatro vecinos disfrutan en el bar de Rutilio (Ernesto Gómez Cruz), el amargado y muy macho hombre maduro que descubre su tendencia homosexual ya en el umbral de su senectud. Su hijo, Chava (Juan Manuel Bernal), con quien Rutilio no puede tener más desencuentros; cuando se entera de las aventuras hermafroditas de su progenitor, en un ataque de ira hiere al joven amante y decide emigrar a Estados Unidos (aspiración de cualquier joven en su situación). No sin la compañía de su mejor amigo, Abel (Bruno Bichir), el peluquero del barrio que recién ha comenzado su noviazgo con Alma (la hermosa Salma Hayek); la pundonorosa y bella chica de la vecindad, la que todos desean; en especial don Fidel, el viejo dueño de una tienda de antiguallas que muere de un infarto unos días antes de desposar a la doncella Alma; a pesar de que su madre, Catalina (María Rojo) bien hubiera deseado desposarlo ella pero, como toda madre, hace sacrificios por los hijos. Cata (Catalina) es la que le lee las cartas a los vecinos, ergo, les desvela el destino; a la dueña del inmueble, la solterona Susanita (Margarita Sanz), le advierte sobre un hombre que le depara el futuro. Ni corta ni perezosa, la hidrópica de amor Susanita se lanza a los brazos del primero que ve. Es Chava, pero él se va a EUA, huyendo de la ira de su padre, con el dinero que ella le presta; entonces le echa el guante al ayudante del bar de Rutilio, el joven Güicho (Luis Felipe Tovar), con quien se casa; y a quien después saca de su casa por ladrón.
Imagen del póster en Filmaffinity.
El filme recuerda (¿responde?), al estilo de Ripstein; describe los personajes con detalle en su mundo precario (mugriento en algunos aspectos). Constituye un gran mural, cual si fuera uno de los de Diego Rivera, que refleja en un microcosmos buena parte de la sociedad mexicana (latinoamericana si se quiere); con sus virtudes y sus muchos defectos. Da cuenta de la corrupción, la prostitución, el engaño, el fraude a través del mito, la homosexualidad velada, el deseo inmenso de algunos personajes de migrar del callejón, el conformismo de otros, el descontento y la desesperanza de buena parte de los personajes. Recrea un fragmento del mundo real con tal maestría como si fuese un documental de personajes verdaderos. Y hace que el espectador reflexione sobre la etérea diferencia, si la hay, entre la ficción y la realidad; que cavile acerca del dramatismo que descansa sobre los hombros de personajes reales; que bien podrían ser sus vecinos. Recuerda en particular a Crash, de Paul Haggis; a Magnolia, de Paul Thomas Anderson; o a El lugar sin límites de Ripstein. Más a esta última que a las otras. Inexplicablemente, no está en la lista de las cien mejores del cine mexicano. Pero sin duda merece estarlo; es extraordinaria.
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Artículo en Wikipedia:
Ficha en IMDb: https://www.imdb.com/title/tt0112619
Ficha en Filmaffinity: https://www.filmaffinity.com/es/film336235.html
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