Bienvenid@

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Este blog no es de crítica especializada ni académica, solo de comentarios «al dente» de un espectador común.

Advertencia: destripe.

Algunos comentarios hacen referencia a momentos claves del argumento o al desenlace de este (destripe, spoilers).

25 abril 2014

Simplicio - Franco Rubartelli (1978)



A veces quiero ser viejo, porque los viejos se mueren pronto.


Esta es la segunda de las únicas tres películas que ha realizado el fotógrafo italiano Franco Rubartelli, hoy radicado en Margarita. A Simplicio lo conoció Rubartelli mientras realizaba un comercial en Juan Griego. Ambos personajes fueron representados por dos lugareños, el viejo pescador de nombre Simplicio y el niño Luis Salazar. El rodaje duró bastante tiempo, pues Rubartelli lo adelantaba solo cuando iba a Margarita, mientras trabajaba en Caracas. La música es de Miguel Ángel Fuster.

Simplicio es un viejo pescador de la isla de Margarita que un día rescata a un pequeño niño abandonado en una barca. Luego de consultarlo con el párroco del pueblo, decide hacerse cargo del niño. Ambos viven en el pecio de un viejo barco que había sido de Simplicio, ahora hecho ruinas. Pasan los años y Simplicio el viejo le va enseñando al niño, al que nombró Simplicio, todas las artes de la pesca. Un buen día muere el pescador y el niño queda desamparado, viviendo solo en el arruinado barco y bajo la amenaza de unos delincuentes que se lo quieren adueñar para venderlo como chatarra. La muerte del viejo hunde al muchacho en la tristeza y la impotencia. El sacerdote no logra convencer a Simplicio de que vaya a vivir en la sacristía. Simplicio intenta ahorrar dinero para comprar un bote nuevo y así suplir el pequeño bote que tenía el «capi» —como él le llamaba al viejo lobo del mar— que los delincuentes habían incendiado. Sin embargo, el infortunio no ha concluido.




La voraz realidad en la que queda sumido el joven Simplicio es encarada por este con el estoicismo que le enseñó su «capi», haciendo de tripas corazón, con la valentía propia de los pobres, de acuerdo a lo que el veterano pescador decía: «pobres son ellos [los que se supone que no son pobres], que le tienen miedo a la pobreza». Esa entereza, sin embargo, se hacía agua cuando se trataba de recordar las vivencias que tuvo con su padre postizo. A tal punto que en una ocasión le llevó a pensar: «a veces quiero ser viejo, porque los viejos se mueren pronto».

Este filme nos habla de la profunda y pura amistad entre un niño y su anciano ayo, de su enfrentarse a la vida con gallardía en medio de una pobreza máxima; de la vida simple y sencilla de esas gentes cuya existencia está anclada al mar, donde la pesca del día determina lo que comerán ese día, donde no hay un mañana cierto; del abandono en que el Estado tiene a esas gentes; de la supremacía de los intereses económicos sobre la vida de las personas; de la escasa ayuda que la iglesia aporta. Es el drama de la condición de los pobladores pobres en las áridas tierras costeñas.

Pese a que las actuaciones del viejo y el niño no son destacadas (no se esperaría que lo fuesen si no las realizaron actores profesionales[1]) y tiene algunas escenas un tanto sensibleras[2], se puede considerar una buena película venezolana. Fue un loable esfuerzo para diversificar el cine de entonces, plagado de películas con historias de criminales, y darle cierto toque poético del que estaba escaso.


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[1] Básicamente, la exagerada gesticulación con brazos y manos le quitan realce a lo que pudo haber sido una actuación aceptable. Me pregunto si Rubartelli influyó en que fuese así: no instruyéndolos para hacerlo mejor. Pero, como además trabajaron de gratis, poco se les podría haber exigido, ¿no?
[2] Que se podrían haber mejorado quitándoles parlamento, pues las escenas se explican por sí solas. Ante este tipo de escenas, uno se pregunta si el realizador se planteó que los espectadores serían tan simples como para no entender las escenas sin parlamento.


Entrevista a Franco Rubartelli:
http://www.reporteconfidencial.info/gcw_semanario/pdf_1258220591.pdf
Trabajo fotográfico de Rubartelli en Flickr:
http://www.flickr.com/photos/53035820@N02/sets/72157625194905354/
Sinopsis y fotogramas:
http://cine100por100venezolano.blogspot.com/2010/02/simplicio-1978-sinopsis-y-duracion.html


18 abril 2014

¡Adiós Gabo!



La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla.
Gabriel José de la Concordia García Márquez

Se nos ha ido un inmortal de las letras. El que pintó con gran maestría el realismo subyacente en el imaginario latinoamericano, que rescató el encanto del sopor tropical, de los personajes que divagan entre la fantasía y la realidad, de la relatividad del tiempo y de los cuentos de fantasmas de antaño. El que nos transportó con la magia de la palabra a los recónditos sitios inexistentes y nos embriagó con su apasionante prosa.

También el que navegó en las aguas cinematográficas, junto a Arturo Ripstein, Roberto Gavaldón, Miguel Littín, Tomás Gutiérrez Alea y Akira Kurosawa, entre otros. Presidente de la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano y fundador de la Escuela Internacional del Cine y TV. El séptimo arte también le debe a este prolífico heredero de Cervantes.

Fragmento final del discurso de aceptación del premio Nóbel (subrayado mío):

En cada línea que escribo trato siempre, con mayor o menor fortuna, de invocar los espíritus esquivos de la poesía, y trato de dejar en cada palabra el testimonio de mi devoción por sus virtudes de adivinación, y por su permanente victoria contra los sordos poderes de la muerte. El premio que acabo de recibir lo entiendo, con toda humildad, como la consoladora revelación de que mi intento no ha sido en vano. Es por eso que invito a todos ustedes a brindar por lo que un gran poeta de nuestras Américas, Luis Cardoza y Aragón, ha definido como la única prueba concreta de la existencia del hombre: la poesía. Muchas gracias.

Gracias a ti, Gabo.

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GGM En el Centro Virtual Cervantes
En Literatura.us
En Wikipedia
En el website del Premio Nóbel
En el website de la Fundación para el Nuevo Periodismo Iberoamericano
Discurso de aceptación del premio Nóbel


Belleza americana - Sam Mendes (1999)



Look closer
Mira más de cerca; lema del film.


La historia: una más, pero muy buena, de alienación.

American beauty guarda mucha similitud con Teorema, de Pasolini. Narra la historia de una familia norteamericana de clase media que «despierta» de su sueño dogmático, cual Kant y cual familia de Teorema. Y el sexo juega un papel de primer orden en dicho despertar, si bien no con la intensidad e importancia que tiene en el filme del realizador italiano. El film trata de la alienación de la clase media caída en la trampa del consumismo, del arduo y no siempre satisfactorio trabajo, de la monótona y vacua vida moderna y, sobre todo, de las apariencias, del dar una imagen que no corresponde con el Ser de cada uno, pero que es socialmente aceptable, «políticamente correcto». Este mal no es exclusivo de la sociedad norteamericana ni lo inventaron ellos[1]. En la familia de Teorema, la alienación parece ser marcusiana, mientras que en esta familia hay una especie de mezcla de alienación marcusiana con foucaultiana (aunque esto es discutible); en cualquier caso, los individuos parecen tener la capacidad para salir de ella, tal como lo hicieran los de Teorema. La alienación de la que habla esta película se puede entender como secuela de la imposibilidad de cristalizar el american dream para alcanzar a plenitud el american way of life.


Angela, el objeto del deseo de Lester.


Libertad = felicidad

Ya los presocráticos dieron cuenta de nuestra maniqueísta vida, en la que las dicotomías han marcado lineamientos pero también han hecho estragos[2]. Apariencia y esencia. Las apariencias por una parte y el Ser genuino por otra, pero velado al prójimo, es una dicotomía casi siempre presente en nuestra vida; pero es más acentuada y asfixiante en la vida de la moderna ciudad, donde las apariencias son una suerte de puerta de entrada al éxito económico; de ahí la vital sentencia del marketing: «para ser exitoso hay que comenzar por parecer serlo». Ese es el drama de Lester (Kevin Spacey), el páter familias de esta historia que, en plena crisis de los 40, de súbito se siente lujuriosamente atraído por la adolescente Angela (la hermosa Mena Suvari), quien es amiga de su hija Jane (Thora Birch). Lester cambia radicalmente su vida al darse cuenta de que está agonizando en un círculo vicioso cuyos ingredientes (consumismo, trabajo, monotonía, vacío, desamor, frustración, apariencias y un largo etcétera) han hecho de su vida un infierno existencial. Es la lujuria la que le ha hecho despertar, y lo hace alegre y desenfadadamente[3]. Incluso comienza a llevar una vida más juvenil para acercarse a Angela, joven frívola, que aparenta ser segura de sí misma y que se sabe hermosa y deseable (motivo que la hace expresarse dando a entender que es una mujer experimentada sexualmente). Luego de ser, tal como señala Roger Ebert, «desestimado por la hija, ignorado por la esposa e innecesario en el trabajo», toma las riendas de su vida, hasta que llega al clímax: sentirse libre, que interpreta —correctamente— como sentirse feliz. Este momento se da cuando se dispone a tener sexo con Angela y ella le confiesa que es virgen: decide no ser él quien desflore tan hermosa y prístina criatura. Lester responde de una manera totalmente racional y responsable. La libertad se manifiesta en toda su plenitud: el individuo escoge libremente en atención a su conciencia, no a sus pasiones. Eso, contrariamente a lo que se podría suponer, lo libera, lo hace feliz.


Lester, disfrutando del recuerdo de Angela.


Esto no es vida, esto son objetos.
Le dice Lester a Carolyn.

La esposa de Lester, Carolyn (la bella y simpática Annette Bening), es consumista hasta la médula, solo ve el bienestar material como el logro y el sentido de la vida, como el norte de la existencia, en cuyo altar resplandece el dinero como tótem. Su desafortunado devenir la lleva a la infidelidad, a la adquisición de un arma de fuego y al uso de las tan actuales técnicas de autoayuda para reducir el estrés[4]. Jane, la adolescente de la familia, es una extraña en su casa, distanciada de sus padres y con baja autoestima; no es precisamente «popular» en la escuela y se cree no atractiva. Entabla amistad con Ricky (Wes Bentley), hijo del nuevo vecino, el coronel Frank Fitts (Chris Cooper), un recalcitrante ex marine, portador del orgullo patrio, que mantiene una férrea dictadura totalitaria en su hogar, a tal punto que ha reducido a la mínima expresión a su esposa Barbara (Allison Janney). El muchacho, Ricky, consume y vende droga a escondidas de su padre; también gusta y aprecia de verdad a Jane, con la que se supone tiene relaciones sexuales. El coronel, a pesar de su coraza de supermacho, sufre de homosexualidad reprimida y se la manifiesta a Lester, pensando que este es gay debido a que infirió erróneamente que tenía relaciones con su hijo Ricky. A la repulsa de Lester ante la erótica propuesta, sucede la desgracia por la incontinencia emocional de Frank. Como se ve, el sexo fluye en todos estos «despertares», aunque no exactamente con la misma óptica pasoliniana (esto también es discutible). Tampoco la política reviste la importancia que tiene en Teorema, pero no está totalmente ausente. El argumento detallado está en este enlace, así como acertados comentarios sobre el filme.


Lester con su esposa y su hija


La belleza como esencia

Si bien Lester es el personaje central de esta película, cada personaje encuentra su vía de liberación a las ataduras sociales asociadas a las apariencias, al hipócrita esfuerzo para ser una pieza que encaje en el rompecabezas social y que responda a las expectativas de otros. Y si no la encuentra, al menos se da cuenta de dichas ataduras y de que hay posibilidades de liberarse una vez conocidas estas. Sam Mendes, a pesar de no ser norteamericano, puso el dedo en la llaga de la sociedad estadounidense. Pero no es una crítica destructiva, es una invitación a reflexionar; por eso el lema del film es look closer: mira más de cerca. Es una explícita invitación a que el espectador se vea en el espejo; a examinarse para descubrir los elementos que lo oprimen y cómo liberarse de ellos o neutralizar su presión. Asimismo, a que explore la belleza de las cosas, la que está allende la primera percepción sensitiva del objeto admirado. De esta manera, Mendes recuerda al espectador la posibilidad que ofrece esta «válvula de escape» para evitar su colapso, lo insta a que recupere su capacidad de asombro y de contemplación de la belleza que hay en todas las cosas. Pero se refiere a lo bello en el sentido platónico, la belleza como esencia, no solamente la belleza de las características físicas de una cosa, sea una pintura, una sinfonía o una persona[5]. Es lo que diríamos modernamente, en el caso de los seres humanos, la «belleza interna» de la persona. De ahí que Ricky pretenda capturar la belleza de la muerte para ver a Dios (sin que ello signifique la banalización de la muerte), o la de una bolsa de plástico impelida por el viento. La propuesta relativa a la belleza constituye la principal diferencia con Teorema.

Esa belleza esencial está, probablemente, simbolizada por los pétalos de una rosa híbrida, eterna y muy costosa, de nombre American beauty, de origen francés, que se ve por doquier en esta película. Por cierto, la mayoría de los pétalos que aparecen en el filme fueron añadidos digitalmente durante la postproducción... apariencias, solo apariencias.


Ricky, intentando capturar la belleza con una cámara.


No quisiera concluir el comentario sin hacer alusión a algunos elementos destacados del filme. Son estos las excelentes actuaciones, particularmente las de Kevin Spacey y Annette Bening, sin que las otras desmerezcan. La fotografía y la edición son también muy buenas, al igual que la cinematografía. Un elemento que me llamó la atención fue la música, totalmente adecuada para cada escena. En cuanto a la dirección es sobreentendido que es de primera. Esta película recibió cinco premios Óscar en 2000 (película, director, actor, guión y cinematografía) y seis BAFTA (película, cinematografía, actor, actriz, música y edición), entre otros numerosos reconocimientos.


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[1] Mucho antes de Adam Smith, del capitalismo, de Marx y de Estados Unidos, ya existían en este mundo la alienación, la discriminación, la opresión y otras odiosas condiciones similares.
[2] Véase, por ejemplo, el comentario sobre El árbol de la vida, película en la que el tema medular es la dicotomía fe-razón.
[3] Sin entrar en consideraciones según las cuales los personajes podrían haber redireccionado sus vidas por un mejor derrotero, ese despertar, esa recuperación del juicio o la rotura de una falsa conexión entre esencia y apariencia, no solo tiene una explicación psicológica que es más o menos evidente: sin «válvulas de escape», el individuo explota un buen día luego de tanta presión y frustración; sino que tiene incluso una explicación que nos es dada desde la perspectiva de la metafísica aristotélica: «De suerte que si hay algo necesario, los contrarios no podrían existir a la vez en el mismo ser... El ser se toma en un doble sentido. Es posible en cierto modo que el no-ser produzca algo, y en otro modo esto es imposible. Puede suceder que el mismo objeto sea al mismo tiempo ser y no-ser, pero no desde el mismo punto de vista del ser. En potencia es posible que la misma cosa represente los contrarios; pero en acto, esto es imposible». Entendiendo potencia y acto en el sentido aristotélico de los términos. El referido «despertar» sería la ruptura de esa, según Aristóteles, «imposible» dicotomía, desviando la actitud del individuo hacia su autenticidad. Aristóteles, Metafísica, libro IV, cap. V. Leer en:
http://www.filosofia.org/cla/ari/azcarate.htm
En cuanto al elemento erótico, o sexual, como catalizador del despertar, se puede entender como en el caso de Teorema: que el sexo es nuestra necesidad primaria más comúnmente reprimida.
[4] Un negocio redondo en la convulsionada sociedad moderna. Quizás sea por la influencia nietzscheana que le asalte a uno la duda de si se trata solo de un negocio o de si realmente sirven las técnicas de autoayuda para la superación personal. Probablemente a muchos les ayude, de manera que —provisionalmente— se puede pensar que son más un bien que un mal. Sin embargo, a ciertos autores de estos libros y técnicas no les ha ayudado de manera contundente su misma medicina (salvo para hacer dinero con la venta de sus libros o dictando conferencias), al igual que a muchos de sus lectores y practicantes.
[5] «En cuanto a la belleza, ella brilla, como ya he dicho, entre todas las demás esencias, y en nuestra estancia terrestre, donde lo eclipsa todo con su brillantez, la reconocemos por el más luminoso de nuestros sentidos. La vista es, en efecto, el más sutil de todos los órganos del cuerpo. No puede, sin embargo, percibir la sabiduría, porque sería increíble nuestro amor por ella, si su imagen y las imágenes de las otras esencias, dignas de nuestro amor, se ofreciesen a nuestra vista, tan distintas y tan vivas como son». Platón, Fedro. Leer en:
http://www.filosofia.org/cla/pla/azcarate.htm


Otros comentarios:
http://www.filmaffinity.com/es/film505307.html.
http://www.labutaca.net/films/colabora/american.htm.
Argumento detallado, numerosos puntos de vista y referencias a estudios académicos de esta película (en inglés):
En Tomates podridos (en inglés):
http://www.rottentomatoes.com/m/american_beauty/.
Comentario de Roger Ebert (en inglés):
Website del filme (en inglés):
http://www.dreamworks.com/ab/


11 abril 2014

El castillo de la pureza - Arturo Ripstein (1972)




Para ser moral basta proponértelo; para ser inmoral hay que poseer condiciones especiales.
Enrique Jardiel Poncela


El protagonista de esta historia, Gabriel Lima (Daniel Brook), tiraniza a su familia para que no tenga contacto con el corrupto mundo exterior. Los ha mantenido retenidos en casa durante 18 años. Su esposa Beatriz (Rita Macedo) y sus hijos Utopía (Diana Bracho), Porvenir (Arturo Beristáin) y la pequeña Voluntad (Glady Bermejo), sufren no solo el encierro sino un maltrato cruel y despiadado por parte de Gabriel, que subsana —en pocas ocasiones— con una fugaz y falsa dulzura, debido a su comportamiento bipolar. Llegan al inteligible extremo de tenerle miedo. Hipocresía de alto tenor, pues él cuando sale de casa a vender el raticida que fabrican sus hijos, se convierte en un libertino, de tal talante que acosa a las jóvenes y frecuenta prostíbulos. Fuera de casa tiene un comportamiento muy distinto al Gabriel padre de familia, moralista en dañino exceso, capaz de penalizar a sus hijos y regañarlos brutalmente por cualquier nimio motivo. Igual es con la esposa. Cuando tiene algún ataque de ira incontrolable encierra a los hijos en calabozos especiales que tiene para cada uno. Una cárcel dentro de la cárcel. Una especie de «caverna platónica» dentro de otra «caverna platónica». Vigila todos los cuartos a través de un ladrillo removible antes de ir a cama. También el cuarto de la esposa, pues duermen separados. Sin embargo, al final vence la razón y el tirano descarnado cae por su propio peso. Este filme está basado en un hecho real ocurrido en México entre finales de los años 40 y los años 50[1].


Beatriz y Utopía


La película está muy bien realizada y constituye una pieza fundamental de la filmografía de Arturo Ripstein, importante cineasta azteca. El montaje, la actuación y la cinematografía son excelentes, y la escenografía extraordinaria. Hay varios elementos que hacen recordar otras cintas: la insistente lluvia no solo recuerda a Macondo, también a Rashōmon (Akira Kurosawa, 1950); el encierro de la familia recuerda a El ángel exterminador (Luis Buñuel, 1962), entre otras escenas que se nos antojan rememoraciones.

Respecto a Gabriel, podemos asegurar que es uno de los personajes más repugnantes del cine, al menos del cine mexicano. De nada le sirve leer a los grandes filósofos. Recuerda al déspota guardia civil de El laberinto del fauno, si bien este no es un asesino. Sus retroactivos celos recuerdan a Francisco, protagonista del film Él de Luis Buñuel, director con el cual trabajó Arturo Ripstein como asistente en El ángel exterminador. Su patológica neurosis y el miedo a que su familia se pervierta con el mundano exterior lo hacen llegar al extremo de, entre otras cosas, tener tres calabozos para castigar a los hijos; vituperar al menor gesto o frase de sus hijos o de su esposa; castigarlos física y sicológicamente; tener una especie de cátedra en el sitio de reunión de la familia, de manera que él queda en un nivel superior al resto; espiarlos en sus cuartos; tratarlos como esclavos. Incluso le corta el cabello a su hija cuando es objeto de las alabanzas de un visitante. En fin, siente y hace saber que esa casa (que no hogar) es su feudo, en el que puede ser un tirano despiadado, mientras que en el exterior es un pecador como el que más. Fachada frente a su familia, una triste y vana fachada de moralidad con la que esconde su inmundicia. Llevó la máxima rousseauniana de la pureza del individuo y la corrupción de la sociedad que lo envuelve al extremo, pero no aplicó las técnicas emilianas del pensador francés para educarlos. De lecturas sesgadas de grandes filósofos muchos han hecho de las suyas, entre los que destacan los aberrantes nazis.


Moral sin razón

Gabriel esconde inmoralidad y moralidad de acuerdo a su conveniencia; eso lo hace mucha gente. Pero no todos tratan inhumana e indignamente a los de su sangre. Es evidente que no es una persona que está en su sano juicio. Solo manifiesta un comportamiento humano cuando un hijo o su esposa muestran debilidad a punto de sollozo. Esto nos recuerda que los códigos morales, si bien nacidos de las costumbres y tradiciones, conforman un cuerpo de preceptos que normalmente están respaldados por la razón, por esa capacidad de análisis propia del ser humano. Por el mismo hecho de estar avalados por la razón, se supone que estos preceptos sean seguidos por los seres racionales, pero no se espera que los sigan los irracionales, ni siquiera los arracionales. Y he aquí que uno se pregunta qué tan razonable —y moral— es una persona cuyo estado mental pasa de una normalidad volátil e inestable al estrato más bajo de perversa aberración y viceversa, en un súbito estallido de fracciones de segundo. Es fácil aceptar que, en estados alterados, los códigos morales, la ética, las buenas maneras, se van al traste. El individuo no muestra ningún respeto por los derechos humanos, ni trato digno, ni siquiera una mínima cortesía. Su inmoralidad es mayúscula tanto en el seno familiar como extra muros. Es una persona absolutamente inmoral.


Calabozo «familiar»


Estocolmo en México

En los sistemas totalitarios de dominación, el Leviatán, el Stalin, el Gabriel, ejercen tan férreo control sobre el pueblo (habría que decir súbditos) que genera una dependencia de éste hacia aquél. Estos tiranos se mantienen en el poder gracias a la sumisión esclava y a la dependencia del pueblo, que lo considera no solo el jefe supremo sino el gran dador de todos los bienes que necesitan: comida, salud, educación, trabajo, entretenimiento, y sexo insípido en el caso de Beatriz. Al final del filme, la dependencia que tienen los hijos y Beatriz de Gabriel, aflora dolorosamente tal como en el caso de la vida real que sirvió de base al filme. ¿Qué haremos sin Stalin? ¿Qué haremos ahora sin Mr. Leviatán? Esa orfandad que sienten los cautivos ante la ausencia del padre protector y proveedor indica la minusvalía en la que él los hundió. Y es sintomático en países conformados por pueblos no autónomos ni autárquicos, al igual que la familia Lima. Cuando mataron a Kennedy en 1963, la sociedad norteamericana sintió pesar y dolor por el hecho, pero no se sintió huérfana. Sin embargo, cuando murió Tito, por ejemplo, el pueblo sí se sintió a la deriva, cayendo al vacío; y su muerte ocasionó nada menos que la desintegración de un país entero. El proceder del tirano, consciente o inconscientemente, es el que causa esa enferma dependencia que anula al individuo. El pesar de los hijos y de Beatriz no se reduce a lo sentimental, que es algo natural, sino que también refiere a la dependencia económica y social, pues ellos conforman su tapiado y pequeño mundo, y la falta del padre es motivo de colapso. Se les arrebató al único ser que los defendía del corrompido exterior, el padre proveedor y protector. Aparece, entonces, el miedo a lo desconocido: se sienten impotentes para enfrentar la vida en un mundo que les es ajeno. Pero esa carencia fue ocasionada por el mismo Gabriel, a través de la infranqueable muralla que construyó alrededor de ellos en nombre de la pureza, de la asepsia moral.


El castillo del tedio

En tan monótono y rutinario ambiente, los ratos de descanso, milimétricamente mesurados por el despótico padre patrón, cronómetro en mano, lo invierten los niños en el entretenimiento minimalista, consistente en juegos infantiles, algunos de manos, y el gozo de mojarse bajo la insistente lluvia, uno de los escasos elementos exógenos que penetran en su casta vida; lluvia que, si bien reduce aún más el espacio, también hace más intimista el ambiente de retiro. El llegar de la pubertad de Utopía y Porvenir, el cambio de sus cuerpos, la emergencia de las hormonas, los juegos de manos del descanso y el aislamiento extremo, los lleva a un previsible intento de incesto, brutalmente castigado por Gabriel. Es el momento más intenso de la película. A partir de entonces, la severidad de Gabriel para con su familia será aún mayor, y la monotonía será la misma.

Se pueden diferenciar más temas en esta rica película: la mal llamada «violencia de género», la explotación infantil, el maltrato animal (aunque es contra las ratas), y otros. Como todas las películas que invitan a pensar, es el espectador el que, en última instancia, interpreta los diversos ingredientes argumentales de acuerdo a su propio gusto o a su experiencia.

Arturo Ripstein ha llevado a la pantalla un caso de comportamiento anómalo in extremis, en el que una aparente moralidad sirve para cubrir la inmoralidad subyacente. Es la hipocresía que vemos por doquier en nuestro mundo, si bien en su caso es causal de violencia en el seno familiar. Excelente película del país hispanoamericano más prolífico en cine.


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Comentarios en otros sitios:

04 abril 2014

Filadelfia - Jonathan Demme (1993)



La búsqueda de la tan ansiada justicia


Andrew Beckett (Tom Hanks) es un destacado abogado, homosexual, que trabaja en una prestigiosa firma. A pesar de tener un futuro promisor, es despedido. Entabla una querella contra la empresa porque, según él, lo despidieron por padecer de sida. Sus ex-jefes argumentan que fue por incompetencia. El colega Joe Miller (Denzel Washington) lo representa en la corte. El argumento completo se puede leer aquí. La película está inspirada en un hecho real.

Este filme presenta una emotividad in crescendo a medida que la salud de Andrew empeora y el juicio se torna más incómodo para todos los asistentes por las preguntas que se hacen a los testigos. Aunque se pueden abordar diversos temas interesantes presentes en este filme, el motivo por el cual él demanda es crucial. La demanda la emprende a pesar de que él sabe que quizás no disfrute de los beneficios económicos que le provea en caso de ganarla. Presiente que su vida concluirá más temprano que tarde, pero insiste en demandar porque no quiere irse con esa mancha en su carrera, ni en su biografía. No la supuesta mancha que hubiera sido el ser homosexual o haber contraído el sida, sino la mancha de haber sido injustamente despedido. Y aquí entra en escena otro concepto que él, como jurista, aprecia y el cual le motivaba a ejercer el derecho: la justicia. Andrew busca que se haga justicia, solo eso. Pero no es una justicia por un agravio que acarreó un perjuicio económico o un daño físico, es una justicia que tiene que ver con el mancillamiento de su prestigio, de su persona, con la dignidad, el honor y el respeto por el ser humano.

Es digno detenerse a pensar que, siendo la justicia una de las ideas más elevadas —si no la más elevada— de entre todas las ideas que tienen que ver con las relaciones entre los diversos actores sociales, la hemos cubierto con el derecho y a éste con las leyes. De suerte que llegar a ella se hace harto difícil: hay que correr dos cortinas solo para verla. Sabemos que por ella se inmoló Sócrates[1], para hacerle justicia a la justicia misma y exaltar la grandeza que dicho concepto representa en una sociedad y la importancia suprema de respetar las leyes que conducen a ella. Pero también sabemos que, gracias a esas cortinas, se han cometido las más monstruosas fechorías, particularmente las leyes discriminatorias, dentro de las que destacan las Leyes de Núremberg de la Alemania nazi, que han sido inspiradoras para leyes de otros gobiernos totalitarios, aún no erradicados. Y lo dice Andrew en el juicio: que lo mejor del ejercicio del derecho es que —a veces— se logra la justicia; el derecho, puente entre las leyes y la justicia, a veces logra una afortunada conexión entre ellas. Andrew quiere dejar impoluto un acto injusto contra él, que se basó en el hecho de su preferencia sexual. Lo bueno, lo bello y lo justo; tres grandes ideas que heredamos de la Grecia antigua y que solo a veces disfrutamos. Andrew quería disfrutar al menos de la justicia, la dama ciega que había sido la musa en su vida profesional.


Andrew muestra sus heridas en plena corte[2].


Philadelphia también nos habla de la discriminación, del tabú en tratar a la gente distinta a uno, distinta al común. En cada sociedad hay diversos grados de tolerancia al respecto. Los E.U.A., sin embargo, han mostrado una evolución asombrosa en las últimas décadas. Tan solo en los años sesenta, la secta fundamentalista KKK perpetraba asesinatos entre la gente de «raza» negra, solo por tener la piel de color oscuro, y hoy casi son punta de lanza en respeto, inclusión y no discriminación de las minorías étnicas, religiosas, de género diverso y discapacitados. No así con los visitantes desde el 9-11, pero sí en el seno de su sociedad. Han superado rápidamente el temor a lo distinto y han cultivado la tolerancia. Algo de lo que adolecen muchas sociedades.

No se puede dejar este comentario sin señalar que la dirección y las actuaciones son excelentes. Tom Hanks realiza una de las mejores interpretaciones de su vida, por cierto merecedora del Óscar al mejor actor en 1993. La actuación de Denzel Washington también es notable. Tiene varias escenas soberbias: la escena donde Andrew le explica a Joe el aria de ópera que canta «La Divina» María Callas; varias escenas durante el juicio, particularmente en las que Andrew muestra su torso y en la que se cae; y la escena final, que es muy conmovedora y nos hace recordar nuestra niñez y los filmes caseros que se hacían con película Super 8.

Jonathan Demme nos pone a pensar sobre los temas antes mencionados, a los que podríamos añadir otros. También nos hace pensar explorando la morbosidad en el más célebre de sus filmes, El silencio de los inocentes, que quizás comente en otra oportunidad.

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[1] Sócrates probablemente haya sido el hombre más respetuoso de las leyes, pues aceptó la pena de muerte e incluso argumentó a favor de respetar ese fallo en su contra (ver el diálogo Fedón, en este enlace). Quizás Kant también hubiera respetado con el mismo rigor las leyes que, en un supuesto, lo hubieran llevado al cadalso.
[2] La escena me hizo recordar (seguramente por el espejo) el cuadro Las Meninas, de Diego Velázquezpintor que se hizo justicia a sí mismo apareciendo en el cuadro junto a la familia real. En el Museo del Prado tenían un espejo para ver —y explicar— el cuadro; ignoro si aún exhiben esta obra con el susodicho espejo.


Proyecto El chico

En 2007 realizamos un proyecto en ambiente Web 2.0: traducir la película -en dominio público- El Chico, de Charlie Chaplin (1921), a diversas lenguas. Inicialmente en Google Video se tradujo a 26 lenguas, 4 de ellas por humanos: 3 por colaboradores de Portugal, Francia e Italia, y el autor de este blog. Las demás lenguas se tradujeron vía traductores online, la mayoría a través de Translate Google. Ahora la película está en YouTube, con intertítulos en 12 lenguas. Más información sobre este proyecto en este enlace. Ver la película en YouTube.

Las 10 + proyectadas