La búsqueda de la tan ansiada justicia
Andrew Beckett (Tom Hanks) es un destacado abogado, homosexual, que trabaja en una prestigiosa firma. A pesar de tener un futuro promisor, es despedido. Entabla una querella contra la empresa porque, según él, lo despidieron por padecer de sida. Sus ex-jefes argumentan que fue por incompetencia. El colega Joe Miller (Denzel Washington) lo representa en la corte. El argumento completo se puede leer aquí. La película está inspirada en un hecho real.
Este filme presenta una emotividad in crescendo a medida que la salud de Andrew empeora y el juicio se torna más incómodo para todos los asistentes por las preguntas que se hacen a los testigos. Aunque se pueden abordar diversos temas interesantes presentes en este filme, el motivo por el cual él demanda es crucial. La demanda la emprende a pesar de que él sabe que quizás no disfrute de los beneficios económicos que le provea en caso de ganarla. Presiente que su vida concluirá más temprano que tarde, pero insiste en demandar porque no quiere irse con esa mancha en su carrera, ni en su biografía. No la supuesta mancha que hubiera sido el ser homosexual o haber contraído el sida, sino la mancha de haber sido injustamente despedido. Y aquí entra en escena otro concepto que él, como jurista, aprecia y el cual le motivaba a ejercer el derecho: la justicia. Andrew busca que se haga justicia, solo eso. Pero no es una justicia por un agravio que acarreó un perjuicio económico o un daño físico, es una justicia que tiene que ver con el mancillamiento de su prestigio, de su persona, con la dignidad, el honor y el respeto por el ser humano.
Es digno detenerse a pensar que, siendo la justicia una de las ideas más elevadas —si no la más elevada— de entre todas las ideas que tienen que ver con las relaciones entre los diversos actores sociales, la hemos cubierto con el derecho y a éste con las leyes. De suerte que llegar a ella se hace harto difícil: hay que correr dos cortinas solo para verla. Sabemos que por ella se inmoló Sócrates[1], para hacerle justicia a la justicia misma y exaltar la grandeza que dicho concepto representa en una sociedad y la importancia suprema de respetar las leyes que conducen a ella. Pero también sabemos que, gracias a esas cortinas, se han cometido las más monstruosas fechorías, particularmente las leyes discriminatorias, dentro de las que destacan las Leyes de Núremberg de la Alemania nazi, que han sido inspiradoras para leyes de otros gobiernos totalitarios, aún no erradicados. Y lo dice Andrew en el juicio: que lo mejor del ejercicio del derecho es que —a veces— se logra la justicia; el derecho, puente entre las leyes y la justicia, a veces logra una afortunada conexión entre ellas. Andrew quiere dejar impoluto un acto injusto contra él, que se basó en el hecho de su preferencia sexual. Lo bueno, lo bello y lo justo; tres grandes ideas que heredamos de la Grecia antigua y que solo a veces disfrutamos. Andrew quería disfrutar al menos de la justicia, la dama ciega que había sido la musa en su vida profesional.
Andrew muestra sus heridas en plena corte[2].
Philadelphia también nos habla de la discriminación, del tabú en tratar a la gente distinta a uno, distinta al común. En cada sociedad hay diversos grados de tolerancia al respecto. Los E.U.A., sin embargo, han mostrado una evolución asombrosa en las últimas décadas. Tan solo en los años sesenta, la secta fundamentalista KKK perpetraba asesinatos entre la gente de «raza» negra, solo por tener la piel de color oscuro, y hoy casi son punta de lanza en respeto, inclusión y no discriminación de las minorías étnicas, religiosas, de género diverso y discapacitados. No así con los visitantes desde el 9-11, pero sí en el seno de su sociedad. Han superado rápidamente el temor a lo distinto y han cultivado la tolerancia. Algo de lo que adolecen muchas sociedades.
No se puede dejar este comentario sin señalar que la dirección y las actuaciones son excelentes. Tom Hanks realiza una de las mejores interpretaciones de su vida, por cierto merecedora del Óscar al mejor actor en 1993. La actuación de Denzel Washington también es notable. Tiene varias escenas soberbias: la escena donde Andrew le explica a Joe el aria de ópera que canta «La Divina» María Callas; varias escenas durante el juicio, particularmente en las que Andrew muestra su torso y en la que se cae; y la escena final, que es muy conmovedora y nos hace recordar nuestra niñez y los filmes caseros que se hacían con película Super 8.
Jonathan Demme nos pone a pensar sobre los temas antes mencionados, a los que podríamos añadir otros. También nos hace pensar explorando la morbosidad en el más célebre de sus filmes, El silencio de los inocentes, que quizás comente en otra oportunidad.
____________________
[1] Sócrates probablemente haya sido el hombre más respetuoso de las leyes, pues aceptó la pena de muerte e incluso argumentó a favor de respetar ese fallo en su contra (ver el diálogo Fedón, en este enlace). Quizás Kant también hubiera respetado con el mismo rigor las leyes que, en un supuesto, lo hubieran llevado al cadalso.
[2] La escena me hizo recordar (seguramente por el espejo) el cuadro Las Meninas, de Diego Velázquez, pintor que se hizo justicia a sí mismo apareciendo en el cuadro junto a la familia real. En el Museo del Prado tenían un espejo para ver —y explicar— el cuadro; ignoro si aún exhiben esta obra con el susodicho espejo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario