Caballero — Yo
quiero entender, no creer. No debemos afirmar lo que no se logra demostrar.
Quiero que Dios me tienda su mano, vuelva su rostro y me hable.
M— Pero
continúa en silencio.
C— Clamo a Él
en las tinieblas y nadie contesta a mis clamores.
M— Tal vez no
haya nadie.
C— Entonces la
vida no tendría sentido. Nadie puede vivir mirando a la muerte y sabiendo que
camina hacia la nada.
M— La mayoría
de la gente no piensa en la muerte ni en la nada.
C— Un día,
llegan al borde de la vida y deben enfrentarse a las tinieblas.
M— Sí. Y cuando
llegan...
C— Calle. Sé lo
que va a decir. Que el miedo nos hace crear una imagen salvadora. Y esa imagen
es lo que llamamos Dios.
M— Lo noto
preocupado.
Fragmento de la conversación entre el caballero medieval
Antonius Block (Max von Sydow) y la Muerte (Bengt Ekerot) en el confesionario.
El caballero ignora que habla con la muerte. Tomado de las citas de Wikiquote sobre El séptimo sello.
Ingmar Bergman ha sido
el director que más incisiva y profundamente ha penetrado el alma y la mente
humana en el cine. Los temas abordados por este creador son los más peliagudos de
nuestra existencia: la muerte, el sentido de la vida, Dios, la psiquis, los
sentimientos, las emociones, la existencia misma. Toda la maquinaria inmaterial
que nos conforma ha sido tema de sus películas. Luego de realizar Sonrisas de
una noche de verano (1956), película galardonada en Cannes 1956,
Bergman enfila sus baterías
hacia temas fundamentales, tres de ellos: la muerte, el sentido de la vida y la
existencia de Dios en El séptimo sello,
también homenajeada en el festival de Cannes (1957)
con el Premio
del Jurado. Una de sus más conocidas y aclamadas realizaciones.
El fragmento del diálogo entre la
Muerte
(con figura antropomorfa) y el caballero, referido al comienzo de esta nota,
quizás sea el más significativo del film. En él está la clave de lo que el autor
intenta indagar: ¿tiene sentido una vida que finaliza en la nada?, ¿cuál es el
sentido de la vida y cual el objeto de morir?, ¿dónde está Dios, si existe?,
¿por qué no está, por qué no se deja percibir, por qué no contesta a mis
llamados? Estas preguntas, con o sin la existencia de Dios, no tienen respuesta
certera. Pero, en la frase “Yo quiero entender, no creer” el discurso se fisura:
el entender es a través de la razón, mientras que el creer es a través de la
fe. Esto es simplemente el tema filosófico central –y prácticamente único- de
la Edad Media, época en
la que se emplaza la historia de esta película: en una Europa víctima de la Peste Negra (s. XIV), cuando
la muerte hacía su agosto. Este tema aún sigue siendo central en nuestra
existencia, y siempre que hay una disputa sobre este asunto, se puede observar
que un discurso es desde la razón, y el otro desde la fe. Razón y fe, agua y aceite. A la razón no le
consta la existencia de Dios, la fe cree en ella ciegamente sin necesidad de
pruebas.
A pesar de que fue hijo de un pastor luterano, Bergman comenzó a perder la fe en la niñez y, según él mismo contó, dio cuenta de ello años después de realizar El séptimo sello. Como sea, no conocemos qué tanto habría perdido la fe al momento de hacer esta película. Más bien parece que busca los motivos para tener fe. De manera que la indagación de la existencia de Dios es pertinente en alguien que aún no ha perdido la fe, pero ve el mundo desde un plano racional. Quizás quería conseguirlo (a Dios), al igual que el caballero Block, su yo en la película. Quizás también Nietzsche lo quiso conseguir. Pudieron haber pensado que como no se explicitó, es indiferente que exista o no exista. Quizás por esto último Nietzsche decidió matarlo, matar algo que no se sabe si es o no es. Ante todo este maremágnum de incertidumbres, cabría preguntarse: si existe Dios, entonces, ¿la vida y la muerte tendrían sentido?, ¿para qué y por qué la nada si hay Dios?, ¿por qué ese esquema de vida-muerte?, ¿qué es la nada, el “no ser” de Parménides?, ¿la muerte es la nada para el que muere?, ¿es la muerte la disociación entre el ente y el ser heideggerianos? Uno se puede hacer infinidad de preguntas similares, algunas incluso enmarcadas en una suerte de circuito tautológico.
El caballero de El séptimo sello,
conocedor de que su fin se aproxima, quiere conocer el sentido de la vida, pues
percibe que hasta ese entonces todo ha sido vacío; y se niega a creer que no
haya un sentido, un fin último que justifique la vida, y que después solo haya
la nada. La Señora
de la Guadaña no le responde a tan trascendental pregunta, ni le da noción
de lo que es la nada, si es que la nada es algo, pues todo parece indicar que
la nada no es nada. El propósito de la vida, y las vicisitudes que esta
entraña, acompañarán la filmografía de Bergman hasta el final. Nuestro caballero
cruzado Antonius Block (muy bien interpretado por un joven Max von Sydow), a pesar de que
regresa de batallar en las Cruzadas,
no encuentra en los actos de su vida suficiente propósito que la justifiquen. Intenta vanamente retrasar su partida con un juego de ajedrez contra la Inexorable, y finalmente debe conformarse con el recuerdo de un leve, pero muy placentero, encuentro con una
familia de actores nómadas (que algunos interpretan como paráfrasis de la Sagrada Familia), con
el que justificaría la existencia. La eternidad atrapada en un instante. Un instante
que puede fungir como leitmotiv de su vida. Todo, antes de ese momento, deja de
tener importancia. Como si fuese la revelación de San Agustín en
el jardín de Alipio. Ya puede partir tranquilo, y hasta gozoso, tal como se
muestra en la antológica escena final de la Danza de la Muerte,
icónica entre los finales de películas.
El filme, encuadrado en lo que podría ser la tercera etapa del cineasta sueco, es impecable desde el punto de vista formal; aunque no tiene el sello característico de los excelentes close up bergmanianos de etapas posteriores, que exige a los actores gran capacidad histriónica en lo que a lenguaje gestual a nivel facial refiere. Basta recordar las brillantes “miradas-cámara”
(como las llama G. Deleuze)
de Persona,
de Cara
a cara, o de Gritos
y susurros (por mencionar solo algunas de sus mejores películas) en las que
los rostros de las actrices en primerísimo primer plano,
sin decir palabra expresan todo lo que hay que expresar, todas las angustias
existenciales que bullen internamente, y simultáneamente la vacuidad que las
embarga. Bergman, sin duda, es uno de los más existencialistas –si no el más- de
los autores cinematográficos.
Esta emblemática obra, de
profundo contenido filosófico -particularmente metafísico-, como casi
todas las del cineasta que en sus cumpleaños veía El circo, de Chaplin; sobre la que
se han escrito libros, que se proyecta una media de dos veces por día en
Estados Unidos, es hoy un clásico del cinema mundial.
No hay comentarios:
Publicar un comentario