Solo soy un artesano
que no tiene nada que decir, pero sabe cómo decirlo.
F. Fellini
Recordar con amor
Estando en Italia, en el 2006,
tuve la oportunidad de ver por TV una entrevista a un crítico de cine, en la
que le preguntaron ¿por qué no tenemos un Fellini? La –lógica- respuesta fue
que no nace un Fellini todos los días. Los italianos tendrán que esperar. Federico Fellini ha sido, sin duda, uno de los más altos representantes de la prolífica y
excelente cinematografía italiana, si no el más alto. Hay todo un portafolio de
directores icónicos en el cine italiano: Fellini, Visconti, Rossellini, DeSica, Bertolucci, Antonioni, Pasolini, Benigni, Scola, Leone, Zefirelli, y pare
usted de contar; aparte de los cineastas que tienen “pedigrí” italiano, que son
norteamericanos: Scorsese, Coppola, De Palma, Tarantino, etc. De ellos, Fellini
es el maestro del onirismo, de la nostalgia por su pasado en Rímini, que parece
que tanto lo marcó, para bien del cinema. Si hubiera que escoger una tríada que representara el cine italiano, muy probablemente ésta estaría conformada por Fellini, Sofía Loren y Marcello Mastroianni. Usted diseñe su propia tríada, pero seguro que Fellini va en ella.
Dentro de la filmografía
felliniana, Amarcord destaca por la sencillez de su lenguaje cinematográfico, por
su belleza plástica y por la forma de contar un pasado nostálgico, un tanto bucólico, recordado con cariño. Haciendo caso de su frase –que encabeza este
comentario-, Amarcord no dice nada desde el punto de vista de la reflexión filosófica
de corte académico, no tiene la sátira del Satyricon o del Casanova, tampoco
los problemas existenciales de 8-1/2, La Strada o de Julieta de los espíritus; pero es un poema de película, un canto a la vida, que nos lleva a la Italia de
preguerra, a un pueblo no exento de esos personajes folclóricos que hay en todo pueblo, y nos envuelve en el ejercicio que Fellini hace para retrotraerse a
aquellos tiempos: una Italia pueblerina, inocente, mítica, en las fauces del Duce, pero con el respaldo de un glorioso pasado, representado por un Imperio de los más grandes e importantes que
hayan florecido a lo largo de la Historia. Con una diégesis impecable, como en muchas de sus
realizaciones, nos pasea por ese mundo, guiándonos con la voz de un alegre narrador,
que podría ser el propio Fellini, y nos hace recordar nuestra propia infancia,
aunque fuese en un ambiente muy distinto, travesuras infantiles incluidas. No hay que olvidarse de la excelente música de Nino Rota, común en muchos filmes de Fellini, y que le imprime una fuerte carga emocional y sentimental a esta historia.
El recuerdo en Amarcord es feliz,
agradecido y, muchas veces, gracioso. Es la película que expresa, por
excelencia, la forma en que los italianos ven la vida. A pesar del pesimismo de
postguerra que selló al neorrealismo italiano,
ellos en realidad aman la vida, y saben que el propósito de ella no es más que deslizarse
por los acontecimientos con el mayor optimismo y regocijo del que uno pueda hacer
prenda. A pesar de que haya vicisitudes, gritos, momentos duros, nostalgia, peleas, tristeza y malinconia, a la final se trata de vivir
la vida, de disfrutarla, tenga ésta sentido o no. Viva la vida, como tituló Frida Kahlo su último cuadro...
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