El imaginario de la infancia y la linterna mágica
No nos enredaremos en descifrar símbolos ocultos en esta explícita película del maestro Ingmar Bergman. Hay que recordar la anécdota de Luis Buñuel, a quien le preguntaron cuál era el significado de un burro, u otro animal, que aparecía en una escena. Buñuel contestó algo así como que él no lo sabía, que se veía bien ahí. Nada, no significaba nada. No es el único que ha jugado con la crítica. Una de las más mordaces críticas a la crítica de cine la hizo Fellini en su excepcional 8-1/2, en donde un crítico monologa, durante toda la película, una serie de intrincadas frases que, seguramente, no dicen nada, aunque suenan bien y muy intelectuales y profundas. Sobre Fanny y Alexander, el mismo Bergman confesó en su libro La linterna mágica, que son una suerte de collage de imágenes inspiradas en su propio pasado, en su infancia, que pueden o no ser reales. Bergman tenía un canal abierto a su infancia. ¿Realmente importa qué tan reales son? En nuestra mente todo puede ser o no real; es nuestro mundo íntimo, con precisiones y con imprecisiones, con fantasías y con “realidades”. Unas realidades entre comillas, pues difícilmente pueden ser universalmente reales como lo son otras cosas o hechos, que son reales para todos. Pero esas son nuestras realidades.
Inicialmente de unas 6 horas de
duración, hecha para televisión, se recortó para proyectarla en cines a una
versión de 3 horas y algunos minutos. Esta película recibió muchos premios, y
destacan el vestuario, la fotografía (Sven Nykvist), la
escenografía, la dirección artística y la dirección. Obtuvo el Óscar a la mejor
película extranjera en 1983. La cinta tiene gran belleza plástica (quizás la de
mayor belleza plástica de la obra bergmaniana), y el relato es sencillo aunque,
al igual que toda su filmografía, invita al espectador a una reflexión sosegada
sobre los temas vitales de la vida: la existencia de Dios, la muerte, el
sentido de la vida, el tiempo, la realidad y la ficción, las relaciones
interpersonales. Alexander,
al igual que el caballero Antonius
Block, de El
séptimo sello, está furioso con Dios, porque no parece ocuparse de los
asuntos terrenales y permite la injusticia y el dolor. También se plantea el
inexorable transcurrir del tiempo y su relatividad (no física, pero
metafísica). La crianza bajo reglas exageradamente rígidas, a tal punto que la
víctima desea el mal para su victimario, y la mentira como escudo ante el
castigo, son motivo también de reflexión en el argumento, escrito por el propio
Bergman. Todo el imaginario infantil de Bergman se encuentra en este film: el
teatro, los títeres, en cierta forma el mundo circense, incluso la linterna mágica, título
de sus memorias, el inflexible mundo cristiano, Dios, y la muerte. Es la visión
del mundo a través de un niño sensible, que no solo está, sino que piensa en su
estar y en su ser. Otros aspectos, solo esbozados, también se presentan en la obra: la liberalidad sexual, la frustración
de algunos personajes, el antisemitismo, la armonía familiar, la solidaridad,
la esperanza.
La cadencia de la historia, que
pareciera deliberadamente lenta, responde al estilo de Bergman, característico
del cine nórdico y del centro y este de Europa. Este devenir lento nos permite
reflexionar en caliente, sobre la misma escena y lo que ella presenta. Cada encuadre,
cada parsimonioso movimiento de la cámara, nos invita a pensar a la velocidad adecuada
de acuerdo a la profundidad de lo planteado. Es un placer “degustar” cada
escena, tanto por su intelectualidad como por su belleza formal. No deja uno de
recordar el Amarcord
de Fellini. Ambos filmes son
casi autobiográficos, tienen elementos, historias y recuerdos (precisos o
imprecisos) pertenecientes a la infancia del director, vistos con la nostalgia
y el cariño que el tiempo ha curtido, sin descuidar un análisis de las memorias,
aunque no demasiado objetivo, pues el elemento perdón suele percolarse con el
tiempo. Una gran obra del maestro sueco.
No hay comentarios:
Publicar un comentario