Dejemos las cosas del pasado en el pasado
Hacia el final de la “época de
oro” del cine venezolano, irrumpe desde el exterior esta cinta aclamada en
diversos festivales internacionales. De la mano de Fina Torres se nos presenta
esta película de excepción dentro de la historia cinematográfica venezolana.
Constituye, junto con Araya,
de Margot Benacerraf,
las dos películas venezolanas más acabadas y más premiadas. Quizás no las más vistas
por el público, pero son las mejores. Oriana solo la
he visto dos veces: en su estreno en cine en 1985, y recientemente para
escribir estas notas. Luego de 26 años, ha sido todo un placer volver a
degustar esta hermosa película, pobremente calificada en IMDb. El hilo narrativo es
lineal, pero se presenta en cuatro tiempos, tres de ellos en analepsis (Oriana
niña, adolescente, adulta y ya fallecida). Cada uno hace aparición según se
requiera, de acuerdo a los recuerdos de personajes, a objeto de que el
espectador reconstruya la historia paso a paso, hasta el sorprendente final.
María (interpretada por Daniela Silverio), sobrina de Oriana (personaje interpretado por Hanna Caminos en la niñez, Claudia Venturini en la adolescencia, y por la inolvidable y hermosa Doris Wells en la madurez), viaja desde Francia para vender la hacienda que ha heredado de su tía. María había visitado a su tía unos diez años antes, siendo adolescente (y Oriana adulta). A medida que María recorre la derruida casa, recuerda pasajes de cuando estuvo de visita. Durante el desarrollo de la historia, se presentan escenas de cuando Oriana era niña, de cuando era adolescente y de la visita de María a la Oriana adulta. Al final del recorrido, intentando hacer el inventario de las pocas cosas servibles que aún quedan, María (al igual que el espectador) se da cuenta de la historia que está detrás de las oscuras frases y respuestas de su tía y de la empleada Fidelia (Mirtha Borges), y resuelve no vender la hacienda... porque tiene lo que se podría llamar un dueño natural. Oriana fue víctima de la férrea moral victoriana de su padre, y su amor por su contemporáneo Sergio, criado desde niño en la hacienda, dio paso a su triste vida posterior.
La también hermosa Claudia Venturini
Solo resta por comentar la moral
victoriana de principios del siglo pasado y que tenía preceptos morales basados
en creencias y mitos, como el de la raza o el de la condición socioeconómica. Muchos
de esos mitos ya estaban superados en los círculos más cultos de las grandes
ciudades, pero tardó prácticamente generaciones en llegar a los pueblos del
interior de Venezuela. Esa moral, enclavada en lo que se llama la modernidad,
arrastraba algunas creencias tan antiguas como el Medioevo, y fue desplazada
por la postmodernidad, hasta la aparición de la globalización o
transmodernidad. Pese a todo ello, aún hoy perduran algunos elementos
medievales en nuestra cultura (cultura de refranes o prejuicios raciales),
mezclados con algunos transmodernos (unión legal, mal llamado matrimonio, entre
homosexuales).
Ficha técnica: Imagen: Jean-Claude Larrieu, Montaje: Christiane Lack, Escenografía: Asdrúbal Meléndez, Concepto de vestuario y ambientación: Fina Torres, Guión: Fina Torres (inspirado en un cuento de Marvel Moreno), Co-guionista: Antoine Lacomblez, Música original: Eduardo Marturet, Música complementaria: Fauré, Beethoven, Bach.
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