El cine es un misterio. Es un misterio para el propio director. El resultado, el film acabado, debe ser siempre un misterio para el director, de otra forma no sería interesante.
Andréi Tarkovski
El cine de Andréi Tarkovski es
peculiar. No solo porque trata sobre temas realmente difíciles, también porque
la puesta en escena es distinta a lo tradicional. Fue un cineasta original, con
sus propios códigos y su propio estilo. Largas tomas, muchas de ellas mostrando
objetos inanimados, lentos movimientos de cámara, a veces imperceptibles, música perfectamente adecuada, muchas
tomas desde el punto de vista –y desde la mente- del sujeto observador y, a decir de la
crítica, muchos símbolos, si bien él dijo que no los usaba, que su cine solo era
poesía de la imagen. No es fácil deconstruir a Tarkovski. Podemos, eso sí,
interpretar de alguna manera su obra, al igual que la de otros creadores. Una
interpretación personal, subjetiva.
En Solaris, el sicólogo Kris
Kelvin es enviado a la estación espacial homónima, para establecer si se debe
continuar con el proyecto o no. En la estación han ocurrido eventos extraños e
inexplicables, incluso el suicidio de uno de los cosmonautas científicos. Kris
viaja a la estación, donde solo quedan dos compañeros. Pero esa no es la única
compañía que tendrá el sicólogo, pues también hay “visitantes” que son
materializaciones de seres que están registrados en la mente de los tres
cosmonautas. Entre estos visitantes se cuenta Kari, una ex esposa de Kris, que
se había suicidado hace 10 años. El amor entre Kris y Kari renace, y Kari
evoluciona, haciéndose cada vez más humana, a pesar de ser un ente conformado
por neutrinos en lugar de átomos, como los humanos. El planeta Solaris, cuyo
manto externo es un océano con patrones de movimiento que responden a la
información que recibe de los cosmonautas, es el que genera los visitantes y
los hace presentes en la estación. Kris se encuentra atrapado entre recuerdos,
deseos y preguntas sin respuesta. Al final Kris acepta que la realidad de su
mente es tan válida como la realidad física, pero preferible, lo cual da como resultado un
sorprendente final.
¿La imposibilidad de comunicarse o la posibilidad de incomunicarse?
En Solaris, el director admirado
por Ingmar Bergman y
admirador de Bergman, nos habla –entre otras cosas- sobre la comunicación y la
incomunicación. La novela sobre la cual se basa la historia, pretende exponer
las dificultades que podría haber en la comunicación con una especie
alienígena. Pero Tarkovski quería ir más allá, e introdujo elementos con los
que extrapolar esa dificultad a la comunicación de los seres humanos entre sí,
y a sí mismos. Más que la ciencia ficción, le preocupaba a este realizador el
universo interior de los seres humanos. La ambientación espacial es solo una
excusa para transicionar de la temática de la novela al planteamiento de su película.
Al introducir el elemento extraterrestre, se logra empalmar la dificultad de
comunicación con otras especies, que es obvia, a la dificultad endógena del
Hombre, más dura de aceptar.
Debido a que es una película
conceptual y no de exhibición de efectos especiales, se recurrió a una visión
antropocéntrica (como humanos que somos, difícilmente abandonamos eso): el
océano de Solaris, a quien se le atribuye la inteligencia que genera los
visitantes, se tiene que antropomorfizar para contactar a los humanos. La
incapacidad es de éstos más que del sistema alienígena. Esta comunicación es,
sin embargo, limitada y solo puede acrecentarse con el tiempo, a medida que los
visitantes se humanizan. La materia prima para generar los visitantes la
obtiene el océano de la mente de los cosmonautas, de sus recuerdos, también de
sus temores y de su imaginación. Esto pone en el tapete los dos problemas
básicos de la comunicación: la comunicación con otros y la comunicación con uno
mismo, con sus fantasmas, su memoria y sus miedos.
A pesar de nuestro lenguaje
complejo, que incluye lengua hablada y escrita, gestos y recursos sensoriales,
no podemos comunicarnos sino en un nivel elemental. Nadie puede comprender en
su total dimensión las emociones, los sentimientos de los otros. Podemos
acceder a la representación de una emoción: una risa que expresa alegría, o las
lágrimas que reflejan la tristeza o el dolor; pero no podemos sentir lo que la
otra persona siente, en su real intensidad. Solo podemos compararla con una
emoción similar a la que nosotros sentiríamos bajo la misma representación. Es
por tal motivo que a las personas que tienen (o tenían) filiación con una
víctima se les llama dolientes. Solo los dolientes sienten el verdadero dolor,
y cada uno con su intensidad y con su forma propias. El océano de Solaris, el
que suponemos un ser superior, logró algo parecido al humanizarse en Kari y
sentir similar a como ella sentía, como los humanos sienten, con la salvedad de
que los humanos sentimos diferente unos de otros. Esta capacidad de la materia
neutrínica humanizada cataliza los recuerdos de Kris y su deseo de permanecer
con Kari (que solo puede “vivir” en la estación), e incluso lo hace desistir de regresar a la Tierra.
En cuanto a la comunicación con
nosotros mismos, cual dialéctica en soliloquio, Tarkovski, al igual que Bergman, Allen, Antonioni, y
muchos otros cineastas, nos deja preguntas para algunas de las cuales solo tímidas
respuestas comienzan a esbozarse hoy desde las neurociencias. Quizás para otras
no haya respuestas. Lo que sí parecía evidente en esta película, es la
facilidad que tenían los visitantes producidos por Solaris para comunicarse
consigo mismos, a través de la limitada y desfigurada data que obtenían de las
mentes de los humanos. La incapacidad de comunicación inmanente de los humanos para
consigo mismos, se hace patente en la falta de respuestas que tenemos para
preguntas que nos hacemos a nosotros sobre nosotros mismos. Esto nos recuerda la
frase que –se dice- estaba esculpida en el pronaos de Delfos (conócete a ti mismo),
y el aforismo del Tractatus
de Wittgenstein
que reza que de lo que no podemos hablar, debemos guardar silencio.
Los “rollos” existenciales
El asunto de la [in]comunicación
no es lo único de lo que trata Solaris. A lo largo de la película también se
discurre sobre el verdadero sentido de la existencia humana, el propósito de nuestras
acciones, las relaciones familiares y sus secuelas, el hecho de que la
humanidad no termina en nosotros, lo acogedor que es nuestro ambiente, la
realidad del entorno y nuestra realidad, los fantasmas y temores que anidan en
nuestro laberinto mental. Todos estos ingredientes constituyen el contenido
mental de Kris, cual humano que es. Este cóctel es tan rico y variado, que conforma un sistema interneuronal, un entramado complejo en el que todos los
elementos están relacionados con muchos, y en el que el llamado efecto mariposa tiene
perfecta cabida. Así, cualquiera de ellos influye en cualquiera de los otros. Un
cóctel tautológico.
La Internet, un ejemplo de sistema interneuronal.
En Solaris se abordan esos
ingredientes: el perdón a la madre, la falla de la memoria, el recuerdo, la
duda ante regresar o quedarse, la dialéctica sobre las grandes preguntas de la
vida, la búsqueda de la área de confort y el deseo de permanecer en ella, el
amor, la amistad. No es casual que Kris sea psicólogo, pues de esa forma podemos establecer: si eso le pasa a un psicólogo ¿qué queda para nosotros, que no lo somos? Kris no logra deslindar sus ideas y motivaciones
personales del objetivo frío y científico de su misión, lo cual era imperativo. Tal como lo han dicho
muchos científicos, es difícil –por no decir imposible- deslindar ambas cosas. Realidad
física versus realidad síquica.
Solaris es una película extraña,
profunda, que llama a la reflexión metafísica en todas sus escenas. Una extraordinaria
película.
No hay comentarios:
Publicar un comentario