Para mí afuera va a ser peor.
Roberto, personaje del filme, negándose a la fuga.
Se refiere al mundo exterior, fuera del reformatorio.
El niño Pixote ingresa junto a unos amigos a un reformatorio de São Paulo. El ambiente en esa institución no es nada halagüeño; se cometen abusos y los internos, lejos de reformarse, se perfeccionan en el arte del delito. Pixote y tres de sus más allegados (Lilica, Dito y Chico) se fugan y hacen un negocio con el amigo de uno de ellos, Cristal, para transportar narcóticos. Van a dar a Río de Janeiro, donde venderán la droga, y donde conocen otros personajes del bajo mundo; entre ellos, la prostituta Sueli (la bella Marília Pêra). Compinchados con esta meretriz, atracan a sus potenciales clientes, justo antes de que se materialice el acto carnal. Es en Río donde Pixote ingresa al mundo del homicidio, paso último para obtener el diploma de criminal. Un resumen del argumento (en inglés) está en este enlace. Este filme ha sido premiado internacionalmente.
Ya he comentado que en el cine hay algunos temas recurrentes, y la diferencia entre las películas es la historia que cuentan y cómo la cuentan. Los olvidados, Hermano, La hora cero, Ciudad de Dios, Canción mansa para un pueblo bravo, son solo algunas de las películas que nos muestran la absurda vida de la gente de los bajos estratos sociales de nuestros países. Pixote pertenece a esa clase de film-denuncia neorrealista, que nos pone al tanto de lo que ocurre en el medio del hampa ordinaria (porque hay hampa de la otra, más elegante, de «cuello blanco»).
Tres cosas destacaré.
1
Resulta cuando menos paradójico que en días pasados, antes de comenzar la Copa mundial de fútbol Brasil 2014, el gigante país sudamericano se encontrara sumido en una ola de protestas populares que le reclamaban al gobierno la ingente cantidad de dinero gastada (invertida realmente) para el magno evento futbolístico, mientras que las necesidades básicas de los ciudadanos están lejos de ser cubiertas[1]. Al lado de lo paradójico que nos pueda parecer, eso evidencia el grado de conciencia ciudadana al que están llegando los brasileros, que le recordaron al gobierno que sus carencias tienen más prioridad que la fiesta, a pesar de que aman el fútbol a rabiar.
2
Otro punto digno de destacar: el cinéfilo que haya visto, o tenga en proyecto ver, Los olvidados (1950), Pixote (1981) y Ciudad de Dios (2003), puede apreciar en esta trilogía la evolución (a lo largo de varias décadas), tanto desde el punto de vista cinematográfico como desde el punto de vista de la realidad, de la criminalidad asociada a los bajos estratos socioeconómicos, así como de la violencia que se desata en su derredor, que va desde crímenes casi accidentales en Los olvidados, donde el delincuente prácticamente se ruboriza por lo que acaba de hacer, hasta la fría y sañosa especie de «hiperviolencia» del macabro personaje Zé pequeño en Ciudad de Dios, que siente placer cuando asesina, pasando por Pixote, que la ejerce en un nivel intermedio, deliberada y fría aunque con menos rabia que la de Zé pequeño. Esa evolución es la que uno justamente percibe a lo largo de los años en nuestra sociedad. Si antaño podría ser «normal» un arrebatón, hoy casi vemos como «normal» un asesinato.
3
Uno se pregunta reiteradamente si Latinoamérica no habrá sido un error histórico, un fracaso rotundo, una abominable mutación, pues pasan las décadas y las cosas siguen igual, o empeoran, como es nuestro triste caso en Venezuela. Paralelamente a esta pregunta, corre otra duda: ¿por qué hay algunos países exitosos que pertenecen al mismo acervo cultural que los fracasados?; pues hay algunos países que sí han traspasado el umbral de la mediocridad (Chile, Uruguay o Costa Rica, por ejemplo). Al menos aparentan eso desde lejos.
Como dato curioso sobre este filme, el actor principal, Fernando Ramos da Silva, habitante de una favela cuando niño, murió en un tiroteo en São Paulo antes de cumplir los 20 años, víctima de la violencia que había protagonizado unos años antes en esta película[2]. Dice Wikipedia, y otras fuentes, que luego de la película obtuvo ofertas para trabajar en TV y cine, pero su bajo nivel educativo y de compromiso no le permitió continuar con esa carrera, regresando a donde originalmente salió. Fue otro triste caso típico.
Pixote. Nótese la mirada de desesperanza, vacía, de
este personaje, similar a la que tienen muchos criminales.
Tres cosas destacaré.
1
Resulta cuando menos paradójico que en días pasados, antes de comenzar la Copa mundial de fútbol Brasil 2014, el gigante país sudamericano se encontrara sumido en una ola de protestas populares que le reclamaban al gobierno la ingente cantidad de dinero gastada (invertida realmente) para el magno evento futbolístico, mientras que las necesidades básicas de los ciudadanos están lejos de ser cubiertas[1]. Al lado de lo paradójico que nos pueda parecer, eso evidencia el grado de conciencia ciudadana al que están llegando los brasileros, que le recordaron al gobierno que sus carencias tienen más prioridad que la fiesta, a pesar de que aman el fútbol a rabiar.
2
Otro punto digno de destacar: el cinéfilo que haya visto, o tenga en proyecto ver, Los olvidados (1950), Pixote (1981) y Ciudad de Dios (2003), puede apreciar en esta trilogía la evolución (a lo largo de varias décadas), tanto desde el punto de vista cinematográfico como desde el punto de vista de la realidad, de la criminalidad asociada a los bajos estratos socioeconómicos, así como de la violencia que se desata en su derredor, que va desde crímenes casi accidentales en Los olvidados, donde el delincuente prácticamente se ruboriza por lo que acaba de hacer, hasta la fría y sañosa especie de «hiperviolencia» del macabro personaje Zé pequeño en Ciudad de Dios, que siente placer cuando asesina, pasando por Pixote, que la ejerce en un nivel intermedio, deliberada y fría aunque con menos rabia que la de Zé pequeño. Esa evolución es la que uno justamente percibe a lo largo de los años en nuestra sociedad. Si antaño podría ser «normal» un arrebatón, hoy casi vemos como «normal» un asesinato.
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Uno se pregunta reiteradamente si Latinoamérica no habrá sido un error histórico, un fracaso rotundo, una abominable mutación, pues pasan las décadas y las cosas siguen igual, o empeoran, como es nuestro triste caso en Venezuela. Paralelamente a esta pregunta, corre otra duda: ¿por qué hay algunos países exitosos que pertenecen al mismo acervo cultural que los fracasados?; pues hay algunos países que sí han traspasado el umbral de la mediocridad (Chile, Uruguay o Costa Rica, por ejemplo). Al menos aparentan eso desde lejos.
Como dato curioso sobre este filme, el actor principal, Fernando Ramos da Silva, habitante de una favela cuando niño, murió en un tiroteo en São Paulo antes de cumplir los 20 años, víctima de la violencia que había protagonizado unos años antes en esta película[2]. Dice Wikipedia, y otras fuentes, que luego de la película obtuvo ofertas para trabajar en TV y cine, pero su bajo nivel educativo y de compromiso no le permitió continuar con esa carrera, regresando a donde originalmente salió. Fue otro triste caso típico.
Y sí, es la ley del más débil: son ellos los más débiles de la sociedad, los olvidados, los pixotes, aunque tengan armas de fuego para sentirse y hacerse ver como los más fuertes. Son, ciertamente, los más fuertes en el justo y preciso momento de la coyuntura en la que el arma es útil: durante el atraco. Fuera de ese instante son los más débiles de todos.
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[1] Fotos de una de las protestas en Copacabana:
http://prodavinci.com/2014/07/01/galeria/fotografias-la-marcha-silenciosa-una-protesta-en-copacabana-por-carlos-becerra
[2] Noticia sobre su muerte:
http://www.dgabc.com.br/Noticia/109478/pixote-30-anos
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[1] Fotos de una de las protestas en Copacabana:
http://prodavinci.com/2014/07/01/galeria/fotografias-la-marcha-silenciosa-una-protesta-en-copacabana-por-carlos-becerra
[2] Noticia sobre su muerte:
http://www.dgabc.com.br/Noticia/109478/pixote-30-anos
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