Hay dos (personas) en ti: uno que ama y uno que mata.
Dice Roxanne, una de las francesas que habita en la jungla[1].
Al capitán Benjamin Willard (Martin Sheen, en uno de sus mejores papeles, quizás el mejor) le es encomendada una misión especial: buscar y neutralizar al proscrito coronel Walter Kurtz (Marlon Brando, soberbio como siempre), atrincherado en la jungla de Cambodia. El capitán ya había realizado misiones secretas y turbias anteriormente. El coronel Kurtz, luego de una brillante carrera en la milicia, se desvió de acuerdo a los cánones de esta, perdió la sindéresis, se volvió loco. En la jungla ha conformado un ejército con los habitantes locales que lo idolatran como a un dios. Willard es llevado a través de la jungla en un bote por cuatro militares de menor rango. A lo largo del viaje por el río, lee el expediente del coronel Kurtz, al tiempo que se tropiezan con escenarios cada vez más insólitos, casi irreales: una batalla campal para destruir un poblado en el delta del río que navegará (una escena excelente), un campamento donde se monta un espectáculo con conejitas de Playboy, una familia francesa que habita en la zona porque ahí tiene su plantación, un puente que es el punto final adonde llegan las fuerzas estadounidenses y en el que se desarrolla un feroz batalla. Finalmente el cuartel de Kurtz, sitio sombrío y espeluznante. Cuando avanza en su lectura, y en su viaje, Willard se adentra en Kurtz el hombre e intenta entenderlo, no solo con el propósito de conocer cómo es su objetivo a «neutralizar», sino para entender el porqué Kurtz cambió por completo, de ser un soldado brillante y con gran futuro a un dios olvidado en un dominio emplazado en la tórrida jungla. El argumento algo más detallado, así como algunas curiosidades sobre su rodaje, en este enlace[1]. Más detallado, en inglés, en este enlace. Apocalipsis ahora Redux en este enlace (inglés).
Dos cotiledones
«Debemos matarlos, debemos incinerarlos, cerdo tras cerdo, vaca tras vaca, aldea tras aldea, ejército tras ejército. ¡Y me llaman asesino!, ¿cómo hay que llamarlo, cuando los asesinos acusan a los asesinos? Mienten, mienten y tenemos que ser misericordiosos con los que mienten. A esos peces gordos les odio, ¡cómo les odio!»
Coronel Kurtz
Hace unas semanas entrevistaron por radio, vía telefónica, a una venezolana que vive en Israel, en las inmediaciones de la franja de Gaza. Dijo que para ella en una guerra no hay buenos y malos, son todos malos. Ambos bandos son malos. Es una forma muy objetiva de calificación. A Willard no se le hace muy difícil comprender las razones por las que Kurtz desertó, ya que él mismo ha sentido la dicotomía amor-odio en su relación con la guerra de Vietnam: cuando está en casa (USA) quiere estar en Vietnam, y cuando está en Vietnam quiere estar en casa. Posteriormente es el mismo Kurtz quien le hace entender la falsa moral que está implícita en la guerra, la hipocresía, los intereses ocultos y la falta de valores. También los franceses, en donde el capitán pernocta una noche, le explican que los estadounidenses habían ayudado a los vietnamitas en la guerra de Indochina. ¿Con quién están, entonces, los estadounidenses? Esta y muchas otras preguntas con respuestas comprometedoras y difusas son las que llevan a individuos como Kurtz a disentir. Los binomios como amor-odio, bueno-malo, racional-irracional, justificado-no justificado, y muchos otros, dirigen inevitablemente al individuo a una forma maniquea de resolución del conflicto: debo escoger uno o lo otro. Pero, ¿qué pasa si lo uno y lo otro no se excluyen mutuamente? Kurtz resolvió crear su propio feudo, con sus leyes y sus súbditos. ¿Debe Willard eliminar a Kurtz? Este le dice que sí, que tiene derecho a matarlo, pero no a juzgarlo. Y el derecho a matarlo provendría, solamente, de una orden directa que se le dio como soldado. Pero, ciertamente, no tiene derecho a juzgarlo.
Entendemos la duda de Kurtz y la de Willard. Entendemos, también, que los aliados tuvieron que pactar con Stalin para acabar con Hitler, a pesar de que después de cumplir dicho objetivo fuesen enemigos por décadas. El interés político obliga a convenios entre opositores, convenios que incluyen actos de guerra; es decir, homicidios. Dentro de la «lógica bélica» se puede entender, pero pone en entredicho los contrarios que se excluyen mutuamente. Estoy con ellos pero no estoy con ellos. Me baño en el mismo río pero no me baño en el mismo río, pero con una intencionalidad muy distinta a la de Heráclito, que implicaba el cambio dentro de la dinámica temporal y no una posición contradictoria entre dos opuestos. Pero, para desgracia de estos militares, deben navegar, les guste o no, en aguas antagónicas. Muchas veces nosotros, individuos ordinarios, también tenemos que navegar en aguas similares.
La veleidad del conflicto bélico
El gran director Coppola pone de manifiesto, a lo largo de todo el filme, la frivolidad de la guerra. Se manifiesta en la obsesión del teniente coronel William Kilgore (Robert Duvall en una extraordinaria actuación) por el surf, obligando a sus soldados a practicarlo, con fondo musical wagneriano, mientras destrozan una aldea, poniendo en riesgo la vida de los amenazados soldados deportistas. También en el espectáculo con las «conejitas» de Playboy; que, por cierto, deben abortar ante el comportamiento animalesco de los soldados, sometidos a una castidad involuntaria. Esto es solo un aperitivo, pues la frivolidad también se manifiesta en el mayor de los delitos de sangre. La ligereza con la que los soldados toman el más horrendo crimen, la matanza de civiles inocentes, deja en evidencia la naturaleza dual de la especie humana. La misma bondad que se tiene para asistir a un herido del bando contrario tiene como reflejo especular la maldad para matarlo a sangre fría. Se ha mostrado en muchas películas, pero en Apocalipsis ahora se hace con gran maestría, amén de una estética estupenda, si cabe este concepto en una película que muestra a la muerte en primer plano.
«Si así es como Kilgore hacía la guerra, me pregunto qué es lo que en realidad tenían en contra de Kurtz. No era solo por demente y asesino, había bastante de eso en todas partes»
Capitán Willard
El gran director Coppola pone de manifiesto, a lo largo de todo el filme, la frivolidad de la guerra. Se manifiesta en la obsesión del teniente coronel William Kilgore (Robert Duvall en una extraordinaria actuación) por el surf, obligando a sus soldados a practicarlo, con fondo musical wagneriano, mientras destrozan una aldea, poniendo en riesgo la vida de los amenazados soldados deportistas. También en el espectáculo con las «conejitas» de Playboy; que, por cierto, deben abortar ante el comportamiento animalesco de los soldados, sometidos a una castidad involuntaria. Esto es solo un aperitivo, pues la frivolidad también se manifiesta en el mayor de los delitos de sangre. La ligereza con la que los soldados toman el más horrendo crimen, la matanza de civiles inocentes, deja en evidencia la naturaleza dual de la especie humana. La misma bondad que se tiene para asistir a un herido del bando contrario tiene como reflejo especular la maldad para matarlo a sangre fría. Se ha mostrado en muchas películas, pero en Apocalipsis ahora se hace con gran maestría, amén de una estética estupenda, si cabe este concepto en una película que muestra a la muerte en primer plano.
El escape de la horrorosa realidad
En un entorno de terror, altamente irracional, ¿cómo hace el soldado para deslastrarse de la culpa moral de sus actos?, ¿le basta con tener como bandera la frivolidad? Pues parece que no. También necesita drogas y licor. Más allá de constituir una vía para el entretenimiento o para simplemente «sentirse bien», la droga y el licor lo ayudan a evadir la realidad, a entrar en un mundo sin culpas, sin moral, sin remordimientos. Lo demencial del conflicto bélico, al menos el de Vietnam, no permite otra solución que esté a la mano; más aún en una época en la que el uso de drogas estaba de moda. Un tabaco de marihuana o una porción de algo más fuerte, una botella de güisqui y un fondo musical de Jimi Hendrix, The doors o Rolling Stones, conformaban ese valle de intrascendencia y quietud, de exculpación, que el soldado necesitaba.
«No creo que existan palabras para describir todo lo que significa, a aquellos que no saben qué es, el horror. El horror. El horror tiene rostro. Tienes que hacerte amigo del horror. El horror y el terror moral deben ser amigos, si no lo son se convierten en enemigos terribles, en auténticos enemigos»
Coronel Kurtz
Epitafio
"Apocalipsis ahora es el mejor film sobre la Guerra de Vietnam, uno de los mejores de la historia, porque te lleva más allá de las demás películas sobre este conflicto, te lleva dentro de la oscuridad del alma. No se trata tanto sobre la guerra sino sobre cómo esta revela la verdad, de que hubiera sido mucho mejor jamás haberla descubierto"
Quizás haya guerras «justificadas». Aquellas que tienen motivos de invasión de territorio, liberación de pueblos oprimidos, desintegración de naciones. Hasta podríamos incluir aquellas que tienen motivos económicos. Las de hoy, básicamente por energía (petróleo). Pero, en general, las guerras, aparte de ser la más irracional de las acciones humanas, puesto que incluye —entre otras cosas— homicidios masivos y genocidios, son simplemente inviables. No es una acción que viabiliza[2] el desarrollo humano, aún cuando se argumente que muchas nuevas tecnologías son consecuencia de los requerimientos militares que surgen durante las guerras. Solamente en las dos primeras guerras mundiales murieron más de cien millones de personas. En Vietnam fueron tres millones[3]. No importan si fueron unas pocas. La guerra, por otra parte, muchas veces perjudica al que presuntamente ha resultado victorioso, por aquello de las relaciones comerciales interneuronales entre los países, de las que habla Umberto Eco. Vietnam fue una guerra que es difícil de clasificar. Quizás la mejor descripción se la dio un francés que vivía en la jungla (Hubert de Marais) al capitán Willard: «Ustedes, los estadounidenses, están peleando por la nada más grande de la historia».
Apocalipsis ahora es un filme de imprescindible visionado para los amantes del cine. Ha recibido notables premios internacionales y es considerada una de las mejores películas del cine. Excelentes interpretaciones de los personajes principales; igualmente musicalización, fotografía, ambientación y dirección hacen esta película merecedora del epíteto de obra maestra. Su director, Francis Ford Coppola, al igual que había retratado a la mafia siciliana en su extraordinaria saga El padrino, diseccionó los intríngulis de una guerra sin sentido que, aún hoy, tiene secuelas en la sociedad norteamericana... y seguramente también en la vietnamita.
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[1] «There are two of you, can't you see? One that kills, and one that loves». Este comentario corresponde a la versión Apocalipsis ahora Redux (2001). Entre las diferencias más relevantes entre la original de 1979 y la versión de 2001 se encuentran las nuevas escenas de amor de los soldados con las chicas de Playboy y la de la visita a la familia francesa que está asentada en la plantación de su propiedad en plena jungla. Para conocer todas las diferencias entre ambas versiones véase el enlace (en inglés):
http://en.wikipedia.org/wiki/Apocalypse_Now_Redux#New_scenes_and_alterations
[2] Es decir, que genera vida, contrario a exterminarla.
[3] Algunas estadísticas de esta guerra, así como enlaces pertinentes, se dan en el artículo sobre la película Nacido el 4 de julio.
Comentarios en otros sitios:
http://loquecoppolaquiera.blogspot.com/search/label/Apocalypse%20Now
http://lafilmotecadesantjoan.blogspot.com/2010/08/apocalypse-now-redux-de-francis-ford.html
http://www.cineismo.com/criticas/apocalypse-now.htm
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