El olvido en aire poético
Hay películas que no son fáciles de ver, y
tampoco son fáciles de comentar. Es difícil transcribir en palabras lo que uno
realmente quiere decir sobre su interpretación de la película, especialmente
para quienes no somos escritores. A pesar de haber ganado el León de Oro del
Festival de Venecia de 1961, es un film famoso por lo confuso, y está incluido
en alguna lista de las peores películas que se han hecho.
A veces pesada, siempre lenta y confusa, esta
extraordinaria película de Alain
Resnais nos cuenta lo que puede entenderse como una visión, una
interpretación de la memoria y su intemporalidad, del tiempo y del movimiento.
Es un estudio de lo que esos conceptos son, velado por la historia de un hombre
que intenta persuadir a una mujer de que el año pasado quedaron de acuerdo en
reencontrarse el año en curso, para iniciar una vida juntos. Ella abandonando a
su esposo, o a quien parece ser su esposo.
Entre escenas del pasado y del presente, no
bien delimitadas (de ahí buena parte de la confusión), se desarrolla una
historia que no tiene conclusión determinada, ni la requiere. De lo que parece
hablarnos Resnais es de cómo
parece funcionar la memoria, dicho en lenguaje artístico, en lenguaje
cinematográfico codificado. Es clave en esta producción, lo estático, lo poco
dinámico que actúan los personajes. Desde siempre el tiempo se ha asociado,
consciente o inconscientemente al movimiento. Es común, cuando vemos un paisaje
que permanece igual a lo largo de los años, decir “aquí el tiempo se detuvo”.
El tiempo se congela cuando todo sigue igual, cuando no hay cambio, y el
movimiento es justamente cambio, relación aceptada desde los tiempos de Aristóteles. En El año
pasado en Marienbad abundan las escenas donde los personajes simplemente no
se mueven, o lo hacen mínimamente. El tiempo detenido, y con él los recuerdos,
la memoria; y la sutil inexactitud de los recuerdos, afectados por el recordar
particular de cada quien, delineados por la personal experiencia, las
sensaciones y la capacidad de percepción de la velada realidad.
Dos elementos que parecen ser importantes en esta
sobria realización son la arquitectura y la iluminación, dignas de remedar la importancia que ha
tenido en films como Iván
el Terrible de Serguéi Eisenstein.
No solo es la elegancia del chateau, sino su
incólume imperturbabilidad y permanencia en el tiempo, su invariabilidad, que
lo hace una referencia espacio temporal, siempre necesaria para el
emplazamiento de un recuerdo.
Desde el punto de vista formal, la película es
de gran belleza. Belleza basada en la elegancia de la edificación y de los
personajes. La lengua francesa también le da un aire de elegancia, de
sobriedad. Las escenas, cuidadosamente elaboradas, tienen inspiración
surrealista, sin irrumpir demasiado en el absurdo.
El año pasado en Marienbad es una de esas
películas que amerita más de una visualización, y que ofrece más de una interpretación.
Magistral.
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