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Recientemente (23 de marzo) se cumplió un año
de la desaparición física de Liz
Taylor. El canal de televisión TCM
transmitió, como homenaje póstumo a esta bellísima actriz, varias películas en
las que ella participó, bien como protagonista principal, o como actriz en rol secundario. No solo su belleza deja sin aliento a cualquiera,
también su trabajo como actriz. Su actuación en ¿Quién
le teme a Virginia Wolf? (Mike Nichols, 1966) es icónica
en la historia del cine. Siendo natural de la tierra de Shakespeare, resulta asimismo natural su histrionismo de primera línea. Este maratón de un día completo con
películas en las que Liz actuó, me convenció que se puede escribir también del entorno de las
películas, aunque no sea ello mi fuerte. Pero la tentación es grande.
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Charlando con Rubén Bolívar, durante uno de sus programas, salió a relucir el tema de que hay películas que son simplemente irrepetibles. Todos hemos visto varias versiones de King Kong, o de Drácula o Nosferatu. También hay películas seriadas, como las serigrafías de la pintura: innumerables Rockys y Rambos y Terminators. Pero hay aquellas películas que no se pueden repetir, porque pareciera que fuesen concebidas para determinados actores, o los actores se adentraron tanto en el papel que resultaron insustituibles e irrepetibles en su rol. Cada quien prefiere una versión en particular. Por ejemplo, mi Nosferatu preferido es el protagonizado por Klaus Kinski (Nosferatu, el fantasma de la noche, dirigida por Werner Herzog, 1979), aunque el Nosferatu, el vampiro, la original de 1922, no se queda atrás, todo lo contrario. O el King Kong de 1933, que es la original, aunque también disfruté de la versión de 1976 (que tiene en el papel de "la bella" a la bella actriz Jessica Lange) y de la más reciente, de 2005, con la no menos bella Naomi Watts.
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Pero no nos desviemos, es de actrices y actores, no de películas. Tal como comentábamos Rubén y yo, hay esas películas que son irrepetibles simplemente por los actores que participaron en ellas. Por ejemplo: se puede realizar otra versión de Zorba el griego (Michael Cacoyannis, 1965), pero jamás será como la original, porque Anthony Quinn es Zorba. Humphrey Bogart es Rick e Ingrid Bergman es Ilsa en Casablanca (Michael Curtiz, 1942) ¿Y quién le quitaría el sitial a Orson Welles como El ciudadano Kane? ¿Quién podría negar que, cinematográficamente, Salma Hayek es Frida Kahlo? ¿Y de quién es, de forma casi natural, el papel del Dr. Hannibal Lecter? No puede ser de otro que de Antony Hopkins. Hopkins es el Dr. Lecter. ¿Quién podría hacer, en una segunda parte, 8-1/2 o La dolce vita sin Marcello Mastroianni, o Matrimonio a la italiana sin él y sin Sofía Loren? ¿Quién es Marty si no Ernest Borgnine? ¿Y quién Forrest Gump si no Tom Hanks?
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Los grandes actores siempre se
entregan por entero al personaje. Se adentran en él hasta que son él. Sin embargo,
hay casos en los que la compenetración va más allá del mero trabajo actoral y
se funden personaje y actor. Incluso, y eso lo ha confirmado más de un
entrevistado en Inside the actor’s
studio, algunos personajes influencian y enriquecen al actor. De forma que
la actuación es una calle de doble vía: tanto penetra el actor en el personaje
como el personaje en el actor.
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Algunas duplas actores-directores
han sido legendarias en el cine. Hay una comunión entre los caracteres
representados por los actores y los actores, que el director no puede obviar. Es
así como vemos que Robert
De Niro es prácticamente indispensable para muchos de los films de Martin Scorsese,
especialmente aquellos en los que el crimen y el mundo de los delincuentes son el
tema central. También hubo parejas de actores que dejaron huella porque tenían
una “química” especial entre ellos que se notaba en la pantalla y enriquecía de
manera insospechada el valor de la producción. Ejemplos de ellas fueron la de Sofía Loren y Marcello Mastroianni, la de Liz Taylor y Richard Burton o la de Katharine Hepburn y Spencer Tracy. Algunos simplemente amigos, otros llegaron a ser pareja en la vida real.
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Es una verdad de Perogrullo
afirmar que sin los actores todo el trabajo del resto del equipo, toda la
sesuda reflexión del director por hacer una película trascendente, se viene
abajo. Ellos son los que dan forma al trabajo final, más allá de la
escenografía o la música o el vestuario o… Después de los directores son,
probablemente, las piezas más importantes en una película. Y son referencia
entre el público, incluso más que el director. De hecho, si hay que escoger
entre películas cuyos directores no se conocen, uno siempre opta por ver la que
esté interpretada por los actores que uno conoce y sabe que actúan bien. Sin ellos
no habría películas.
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