Temperatura a la que arde la libertad
Fahrenheit 9/11 es un documental, pero parece un reportaje
sobre una investigación periodística. El título hace alusión a la novela de Ray Bradbury, Fahrenheit 451, y a la película homónima de François Truffaut, por la sinonimia entre el totalitarismo de la sociedad descrita en éstas y el que se está implantando en USA luego del 11 de septiembre de 2001, según sugiere Michael Moore. El material con el que está hecho este filme son
escenas reales de situaciones reales de la vida política estadounidense durante
la época del gobierno de George W. Bush. Es narrado, pero contiene también
entrevistas y escenas noticiosas de la televisión, y ganó el Premio a
la mejor película en el Festival de Cannes de 2004. Recibió aplausos por unos
20 minutos al final de su exhibición, siendo una de las películas más
ovacionadas en la historia de ese Festival. Ni siquiera puedo imaginarme una
ovación así, cuando aquí no pasamos de aplaudir uno o dos minutos en los
espectáculos. Es el documental más taquillero de la historia del cine.
Como dije, el filme dispara frontalmente al gobierno de
Bush, sin contemplaciones, haciéndose eco de la teoría de conspiración relativa a
los acontecimientos del 9/11 y la cacería de brujas posterior. Al término de su
visionado, uno queda convencido de que Bush fue uno de los peores presidentes
que ha tenido el país norteño, si no el peor de todos. Comienza con las
elecciones que ganó Bush, cuando Al Gore parecía el vencedor inminente. Luego se
mueve hacia los atentados del 11 de Septiembre de 2001. Llama la atención que
no muestra las imágenes –aún impactantes hoy- de las torres gemelas en llamas;
en su lugar hay un negro absoluto de varios minutos, solo con sonido. Después apunta a la
relación entre las familias Bush y bin Laden, las actividades de Bush en el
área petrolera y en el servicio militar, el interés por la invasión de
Afganistán en función de un oleoducto que atravesaría ese país, la invasión de Iraq, el
abuso contra los prisioneros de guerra, las armas de destrucción masiva que nunca se
hallaron, el sesgo de las noticias que transmitían las cadenas de TV de USA,
los jóvenes muertos en batalla y el dolor de sus familiares, y más. Casi al
final, Moore le ofrece a los congresistas –en plena calle- folletos y planillas para que alisten a sus hijos en la milicia y puedan ir a Iraq a defender la patria y la
libertad. Ninguno acepta, algunos simplemente le huyen cuando lo ven.
Con incisiva ironía, la narración va planteando al
espectador preguntas que no parecen tener respuesta en la información oficial y televisiva que se
nos suministró en el momento de los acontecimientos en cuestión, sino otras respuestas alternativas, producto de la
teoría de conspiración. Teoría que nace por algunos absurdos e inconsistencias presentes en la versión oficial de los hechos, y por la tendencia natural a pensar que los acontecimientos complejos son producidos por causas igualmente complejas; en las antípodas de la Navaja de Occam. Ciertas cosas parecen sospechosas, pero otras no tanto.
El problema con las conspiraciones es que son difíciles de demostrar, y no
siempre son conspiraciones los hechos que parecen serlo[1]. Queda a criterio del espectador en qué creer y en qué no creer. Tampoco es competencia de una película descubrir una conspiración, pero sí puede serlo modelar la opinión pública al respecto.
El filme, sin
embargo, evidencia situaciones menos subjetivas que la creencia o la veracidad
de la teoría de conspiración; algunas de las cuales son: dudas razonables sobre
la actuación del gobierno de USA en la invasión a Iraq, específicamente en lo
que concierne a su incompetencia para detectar armas de destrucción masiva en
terreno iraquí; el sesgo de las noticias que dan las
cadenas televisivas; el patriotismo de la juventud que acude –engañada o no- al
campo de batalla; el dolor de los familiares de las víctimas de ambos lados,
norteamericanas e iraquíes (esto es, sin duda, lo más objetivo de lo que se
muestra, y lo más triste); el tesón con el que Moore se dedica a la investigación, a decir lo
que piensa en voz alta y la candidez de muchos norteamericanos al pensar que el
gobierno lo hizo para lograr la libertad del oprimido pueblo iraquí. Quizás haya
más.
Una obra a todas luces aguda, bien realizada, y que debe
llamar a reflexión a los dirigentes y al pueblo norteamericano en su totalidad.
A pesar de ser tan incisiva, y de tener elementos subjetivos –pero también
objetivos-, Moore tuvo la libertad plena de hacerla. La misma libertad que tuvo/tiene la
dirigencia de no prestarle cuidado. Aunque esto último no debería ser así.
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[1] Sobre las teorías de conspiración puede el lector comenzar su indagación en
este enlace.
También de Michael Moore, Capitalismo: una historia de amor (2009).
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