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Este blog no es de crítica especializada ni académica, solo de comentarios «al dente» de un espectador común.

Advertencia: destripe.

Algunos comentarios hacen referencia a momentos claves del argumento o al desenlace de este (destripe, spoilers).

14 agosto 2020

Derechos del hombre - Juan Rodrigáñez (2018)


Imagen del póster de Derechos del hombre.
Tomada de IMDb.

Ejercicios para demostrar que lo mal hecho no tiene posibilidades de ser bueno.


El Museo Reina Sofía tiene cabida para la proyección de cine experimental y que rara vez es exhibido en las salas comerciales. Ejemplos de ello son el ciclo de cine de Chantal Akerman(1), a finales de 2019, o el de Margarida Cordeiro y António Reis(2), a inicios de 2018. El cine experimental, ese que está tan distante de ser comercial (o de ser exhibido en salas comerciales) como se pueda estar, tiene su oportunidad en recintos como el pequeño teatro del edificio Sabatini del Museo Reina Sofía. Es el caso de estas dos películas, un largometraje y un cortometraje, agrupadas en esta entrada, tal como lo fue su exhibición.


Derechos del hombre
75 minutos.


Un circo (el Circo Indómito) se prepara para realizar una presentación en un pequeño pueblo de Castilla. Sus artistas discuten sobre algunos de los actos que tienen previsto hacer, cantan y hacen cualquier cosa que tenga o no que ver con la próxima representación circense. Los actores improvisan y es el ejercicio de improvisación lo que constituye la película. No se cuenta nada, no hay historia, no hay guion previo ni planificación para el rodaje, nada, es la improvisación más cruda posible. Pocas escenas que recordar. Una es la escena en la que discuten sobre los alcances del arte y uno de ellos irrumpe con la idea de comprar coches usados en Alemania y traerlos para la venta; algunos entienden que el acto circense será sobre coches, o taxis, lo que ocasiona que la conversación derive hacia los terrenos del disparate gracioso. La otra es, quizás, la escena en la que cantan y bailan. Poco más hay.

El filme es un ejercicio para denotar los alcances de la improvisación actoral. Nada más. Le puede interesar a los estudiantes de actuación, para el público general es una pérdida de tiempo; por mucho que los «intelectuales» exégetas adornen la crítica con sesudos argumentos sobre la exégesis que subyace a niveles subterráneos y profundos de la propuesta fílmica que los demás mortales (nosotros) no logramos comprender por nuestro escaso entendimiento y poder de raciocinio.


Imagen del póster de Un diálogo circunstancial.
Tomada de IMDb.


Un diálogo circunstancial
13 minutos.


Codirigido por el ecléctico artista Isidoro Valcárcel Medina y el cineasta Luis Deltell, este cortometraje nos muestra una conversación entre tres personas en la que, gracias al montaje, parecieran tres monólogos y hasta un gran monólogo a tres voces. No se sabe de lo que hablan si no se ve unas veinte veces (eso confesaron, orgullosos, sus autores en el coloquio posterior a la exhibición de ambos filmes). De manera que lo que querían demostrar quedó demostrado: si el montaje se hace de cierta forma, no hay manera de entender la película. Creo que no hacía falta hacer la película para ello, basta con ver Memento, por ejemplo, cuya compleja edición nos deja locos cuando la vemos por vez primera. Para que algo quede mal, solo es menester hacerlo mal. El artista plástico Valcárcel reconoció que eso era un experimento y que salió tal como lo previó. El problema es que el resultado no es interesante. No se cuenta una historia y no se cuenta una no historia, no se cuenta nada, son imágenes de gente hablando, un collage heterogéneo, pero que no encierra reflexión alguna sobre nada (excepto sobre lo patas arriba que puede llegar a poner una película el montaje). Empero, se hizo un guion y se rodó como se rueda una película normal; pero el montaje sí fue guiado por Valcárcel, que no cesó en su empeño en hacerlo anárquico como ejercicio para ver qué pasaba, cuál era el resultado y si los espectadores se molestarían. La honestidad de este señor merece nuestro mayor respeto.

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Es muy loable que el Reina Sofía tenga las puertas abiertas a estos experimentos, al cine disruptivo y diferente; pendejos nosotros los espectadores que perdemos el tiempo viendo estas películas. Claro, como uno quedó relativamente satisfecho con otro cine exhibido en la misma sala, como el de Margarida Cordeiro y António Reis o el de Chantal Akerman, entre otros, uno cree que siempre es así. Pero no, no siempre es así, a medio satisfacer o a satisfacer completo.

Algunos asistentes reconocieron como una falta de respeto hacia el espectador el que los filmes no sean explícitos, al menos un mínimo (¿como Memento?); pero otros alzaron loas de grandeza sobre ellos, ¡geniales!, ¡obras maestras!, argumentando cualquier cosa que suena muy erudita pero que no tiene ni pies ni cabeza, tal como las películas proyectadas. ¿Pretendían innovar estos filmes? Los mismos realizadores fueron sinceros en lo que refiere a lo que hicieron y lo que esperaban como resultado; pero siempre hay algunos que intelectualizan la nada o el vacío, como aquél crítico de cine que marea con su parloteo a Guido en Ocho y medio, mientras están en el coche, casi al final de la película. El crítico habla y habla, muy erudito, muy académico, pero no dice nada sustancial. Es una cháchara como las de Cantinflas, pero mucho menos graciosa. Recordemos que, en fechas recientes, un «artista» pegó con una cinta adhesiva un cambur en la pared de una galería de EUA y vendió la «obra de arte» en centenares de miles de dólares. ¿Es un chiflado el «artista»? No, desde luego que no; el chiflado es el que la compró (si es que esto es cierto). Baste con leer la reseña del sitio web del museo para darse un baño de erudicción vacía sobre estas obras.

Ambos filmes tienen interés (si es que lo tienen) solamente para los que estudian cine o actuación. Y no es, de ninguna manera, para mostrar cómo contar una historia. A miles de años luz de Robert McKee y del cine como ejercicio serio que, al igual que otras actividades complejas que hace el hombre, requiere de preparación previa, planificación y que —de preferencia— debe ser entendida por el público. El gran cine, el cine inolvidable, grandioso, eterno, obra de arte, está conformado por esas películas que son inolvidables, grandiosas, eternas y que son obras de arte como El padrino, 2001, Casablanca, El ciudadano Kane y un muy largo etcétera. En esas producciones se hicieron los rodajes con muchísimo cuidado, con planificación, con orden y con la intención de que fueran entendidas por el público, no por una pequeña élite privilegiada. Algunas de ellas innovaron en el séptimo arte; no como fin último (la innovación como objetivo de la cinta), innovaron de paso que estaban haciendo la película.


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(1) Una de sus películas comentada en este blog:
(2) Una de sus películas comentada en este blog:
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Reseña en el website del Museo Reina Sofía sobre ambos filmes: 

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Ficha de Derechos del hombre en IMDb: 
Ficha de Derechos del hombre en Filmaffinity: 
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Ficha de Un diálogo circunstancial en IMDb: 


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Proyecto El chico

En 2007 realizamos un proyecto en ambiente Web 2.0: traducir la película -en dominio público- El Chico, de Charlie Chaplin (1921), a diversas lenguas. Inicialmente en Google Video se tradujo a 26 lenguas, 4 de ellas por humanos: 3 por colaboradores de Portugal, Francia e Italia, y el autor de este blog. Las demás lenguas se tradujeron vía traductores online, la mayoría a través de Translate Google. Ahora la película está en YouTube, con intertítulos en 12 lenguas. Más información sobre este proyecto en este enlace. Ver la película en YouTube.

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