Hitler no fue el único monstruo de la II Guerra Mundial
Aunque hayan transcurrido ya siete décadas de las atrocidades de la II Guerra Mundial, todavía su secuela se siente, gracias a que gente como Wajda no permiten que se olviden; y en eso tenemos que ser agradecidos, pues el aprendizaje se basa en gran medida en la repetición. Una y otra vez los dolientes de aquella hecatombe nos muestran a través de su obra, bien sea literaria, cinematográfica, plástica o documental, a quienes no tuvimos la desgracia de padecerla, su horror, su irracionalidad absoluta, su absurdo y sus brutales consecuencias.
Esta película de Wajda, como sus anteriores producciones, está impecablemente realizada y es muestra de la gran calidad del legendario trabajo de este realizador, quien es el representante más acreditado de la Escuela Polaca de Cine en nuestro medio. En esta oportunidad el cineasta es doliente directo de la masacre de Katyń, ocurrida en Polonia en 1940 y a la que se refiere su película, pues su padre fue uno de los asesinados por el sóviet del gran asesino Stalin. El enfoque no solo se centra en la milicia, sino también en los ciudadanos comunes, lo que la hace más impactante. Los militares, al fin y al cabo, se suponen entrenados para la guerra: para sufrir mutilaciones e incluso la muerte; pero los civiles ni estamos entrenados ni deseamos remotamente que eso nos ocurra, ni que le ocurra al enemigo. Simplemente no queremos violencia, ni mucho menos guerra. Esa es una diferencia vital. Y siempre hay víctimas inocentes, que no tienen nada en absoluto que ver con el conflicto bélico, tanto civiles como militares. La cinta Katyn refleja precisamente esto.
Durante décadas los rusos responsabilizaron a los alemanes, quienes también tenían a otro asesino en la presidencia, de los asesinatos de 22.000 polacos. A su vez, los alemanes responsabilizaban a los rusos. Polonia fue una de las naciones más castigadas durante la II Guerra Mundial, pues sufrió invasiones por el este de la URSS y por el oeste de Alemania, ambas naciones dominadas en ese entonces por dos verdaderos monstruos, dos artesanos del asesinato masivo. Luego de la caída del comunismo, en 1990, se logró disipar la duda (para el que la tenía): se obtuvo el documento en el cual Stalin estampó su firma junto a las de cinco de sus secuaces, ordenando los asesinatos. Todo un poema de la revolución bolchevique, la cual, aparte de unas pocas obras de arte de los intelectuales del momento, solo dejó violencia, muertos y desolación, sin siquiera hacer el intento de reivindicar las aspiraciones de un pueblo vilmente engañado.
Wajda le imprime toda la carga dramática, más bien trágica, de la que es capaz a este film, como lo ha hecho en sus obras anteriores. Quizás se trate, de manera íntima, de una obra dedicada a la memoria de su padre y de los demás caídos, pero es también una denuncia y una obra cinematográfica indispensable para la posteridad. Este autor nuevamente plasma en la Gran Pantalla los horrores de la Guerra, a ver si entendemos de una vez por todas lo que significa. Las imágenes finales, en donde los soviéticos asesinan con una pasmosa frialdad a los polacos, de una traumatizante crudeza, evidencian esos horrores como pocas escenas del Cinema.
La transmite Cinemax hasta finales de marzo. No deje de verla.
Documento que firmaron el carnicero Stalin y sus esbirros
Imágenes de archivo de los cadáveres de los asesinados
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