Cuando los personajes buscan a su autor como hijos a su padre
A los pocos minutos de comenzada la película uno ya rememora la cinta 8-1/2 de Federico Fellini. Minutos después, por si acaso hubiera dudas, se explicita que en efecto es 8-1/2 la referencia obligada para narrar la historia de la des-inspiración de un dramaturgo, o sea, un dramaturgo sin demiurgo. La laureada directora Elia Schneider no oculta, en esta obra, su influencia –y su admiración- por el cine de Federico Fellini, amén de tomar elementos de –yo diría- Bob Fosse (Cabaret, All that jazz), quien también tenía influencias del cineasta de Rímini, y de Woody Allen, de quien probablemente tomó la idea de los personajes des-autorizados lidiando con su autor (quizás para que los autorice), recurso utilizado por Allen en Deconstruyendo a Harry o en La rosa púrpura de El Cairo. Lo interesante es que, apartando el hecho de que hay elementos nuevos (nadie podría decir que es una copia de películas de los autores citados), es que se encuentra en nuestro contexto y, adicionalmente, cuenta con pasajes de fino humor. El título, de entrada, nos remite al Da-sein heideggeriano y el protagonista, Elías, es ese ser solo, dejado, abandonado en el mundo a su suerte y a su existencia.
Es muy curioso que en este blog, que apenas tiene unas pocas películas comentadas, varias de ellas tratan sobre el enfrentamiento que tiene lugar en el personaje central entre su realidad perceptible y alguna otra realidad que lo aborda. En esta muy buena película se esbozan también los diversos elementos que nos evocan esa diatriba de realidades. El escritor protagonista del film es un artista que quiere expresarse, quiere que en su obra haya reflejo de él, de su existencia, de su circunstancia, de todo lo que quiere decir y mostrar, pero se ve subyugado por el dragón fascista del mercado. Por cierto, el fascismo está representado en un estilo fidedignamente felliniano. En este maremágnum de personajes e ideas, correcciones del libreto y demás, deambulan una serie casi interminable de símbolos que sería largo de tratar en este breve comentario. Es por este motivo que va a tener poco público. De hecho, en la función a la que asistí, de unas 20 o 30 personas que habría, una media docena abandonó la sala por no entender la película, y por no querer poner nada de su parte para entenderla.
No quiero dejar de reseñar en esta nota el hecho de que la diégesis de los personajes deviene en una Caracas distópica y solitaria. Esto parece ser así porque es el mundo de los personajes en el que ellos están emplazados, es un mundo onírico, irreal para nosotros aunque no lo es para ellos. Destacan las escenas rodadas en el Hotel Humboldt de El Ávila, que nos recuerdan a algunas escenas de las películas de Michelangelo Antonioni o Alain Resnais en las que el surrealismo y la confusión de tiempos e ideas son los protagonistas. La Caracas de los personajes reales también es solitaria y distópica. Los escenarios son sumamente escuetos y simples y, seguramente, le hubiesen gustado a Sergéi Eisenstein y a Carl Theodor Dreyer, y a muchos otros entre los que me incluyo. Se ha inspirado mucho Schneider en los grandes realizadores del cinema lo cual, repito, no hace desmerecer esta película; todo lo contrario, le garantizan la profundidad y calidad que tienen, máxime cuando se ha tratado de traer a nuestra realidad temas difíciles -y de difícil puesta en escena- que ha tratado la filmografía de otras latitudes.
Estamos seguros de que Schneider no se hará rica con esta película, pero todo parece indicar que no es la simple riqueza económica lo que esta cineasta persigue. Esta es, sin duda, la película venezolana más inteligente que he visto desde Oriana. Algunas escenas son simplemente deliciosas. Apúrese a verla, pues es del tipo de película que retiran pronto de la cartelera, que se maneja tan implacablemente como maneja la importadora de prótesis el empresario que le compra el libreto (¿y el alma?) a Elías.
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