Esta producción fílmica, sin grandes pretensiones, con un lenguaje cinematográfico sencillo, nos hace reflexionar sobre la muerte, el gran tema. Muchos realizadores han hablado sobre ella. Baste con recordar dos películas sobre este tema: el célebre Séptimo sello (Seventh seal) de Ingmar Bergman, cuyo enfoque es más complejo y cargado de filosofía y angustia existencial inherente al personaje del caballero medieval interpretado por Max von Sydow, quien desea eliminar su angustia y conocer las respuestas a sus preguntas trascendentales antes de atravesar el umbral que separa a la vida de la muerte; y La fuerza del cariño (Terms of endearment) de James L. Brooks, que habla al final de la historia, de una manera triste, sobre la muerte de un familiar y el vacío que deja en los deudos este hecho. Moretti en esta película nos muestra una familia común contemporánea, en la cual la desaparición física de uno de los hijos hace que el tejido familiar se desmorone y que no superen en grupo la grave pérdida, que los deja sumidos en el vacío. Tal ocurre ante la muerte de un familiar, como sabemos quienes hemos tenido esa terrible experiencia.
Al final de esta cinta se asoma la separación de los individuos, quienes llorarán y superarán el sufrimiento por separado: cada uno solo logra entenderse con su propia experiencia, su propio pesar. Es un planteamiento totalmente válido, y que es eco de la realidad, ya que cada uno es una persona distinta, que siente por sí y no necesariamente por los demás. Si ocurre así en una familia liderada por un psicólogo, como lo es la de este film, no es de extrañarse que sea para cualquier otra. Y es que ante la muerte de un ser querido y el sufrimiento que invade a los sobrevivientes, no valen psicologías ni conocimientos previos, pues los conocimientos, la inteligencia y la razón poco juegan en ello; son los sentimientos, las emociones las que gobiernan en estos dolorosos momentos. La racionalidad ni siquiera le sirvió al psicólogo para reiniciar su labor cotidiana. La racionalidad no tiene campo ante las grandes cosas de la vida, como lo es la muerte. Es nuestra desgracia: que teniendo el más grande don, como lo es la razón, no podamos servirnos de ella cuando se presentan situaciones tan trascendentales como esta.
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