¿Realmente importa si es fantasía o realidad?
El
gran pez (Big fish) es la
más terrenal de las películas de Tim Burton (su curioso sitio
web aquí); también la menos
espectacular, la que sigue una línea más convencional. Descartando algunas
escenas típicas del cine norteamericano, un tanto cursis, muy sentimentales y
que invitan a lagrimear (o a llorar según la sensibilidad), es una excelente
película.
Pero no hay que engañarse con lo de “convencional”.
Tiene su toque fantástico, emplazado en las memorias del senil protagonista, muy
bien interpretado por el veterano Albert Finney, y
acentuado por la fotografía, la escenografía y el vestuario, nada ortodoxos. Un
toque de fantasía que su hijo desaprueba y hasta detesta. A través del film, el
hijo se va dando cuenta de que los cuentos de las aventuras que el padre
confiesa no son tan fantásticos como él lo había percibido. Es de extrañar que
en un hogar dominado por la concordia y el amor el hijo sea tan reaccionario. Suponemos
que la explicación de ello es que el hijo representa el necesario elemento
racional que rechaza los delirios aparentes del padre. Eso es antes de darse
cuenta de que la fantasía no solo constituye un hermoso adorno de los cuentos,
sino que constituye un elemento primordial de la memoria y es una forma de ver
el mundo. Más allá de una leve mitomanía está la poesía que enmarca las
historias que conforman su vida y a él mismo como ser que ha estado aquí. Sueños
y anhelos, búsqueda de la felicidad, fracasos y comienzos desde cero,
amistades, contrariedades, todo está mezclado en una suerte de realismo mágico.
Al final del filme uno puede llegar a la
conclusión, un tanto anti cartesiana,
de que ese mundo que nos envuelve, en el que nosotros estamos y en el que somos
es la simbiosis de nuestras fantasías, del “qué hubiera sido u ocurrido si” con
“lo que realmente fue y ocurrió”, con la realidad tangible, o aparentemente
tangible. Burton nos invita a preguntarnos
¿qué es la realidad?, ¿qué realidad deseamos y en cuál realidad estamos y somos?
Otra incógnita, menos común, sería ¿tiene alguna importancia que deslindemos la
realidad de la fantasía, a efecto de nuestras vivencias propias?
Al final de la película, cuando el personaje de
Finney está próximo a la
muerte, su hijo lo consuela con un cuento fantástico sobre cómo se
desarrollaría la muerte de su padre, con los mismos personajes que adornaron
las historias que éste contaba, haciendo de su muerte algo apacible. En el
entierro de su padre, el hijo no deja de sorprenderse cuando ve muchos de los
personajes de los cuentos de su padre, que asistieron para darle el último adiós.
¿Reales o imaginarios?, ¿tiene alguna importancia lo que sean?
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