Los olvidados es la tercera película que Luis Buñuel realizara en México, ya con nacionalidad mexicana, y una de sus más reconocidas obras. Es una película con visos neorrealistas y surrealistas. Narra las desventuras de jóvenes de las barriadas marginales de México, y de los personajes de su entorno inmediato. Todos ellos conforman los olvidados. Algunos de estos jóvenes tienen potencial para insertarse en la sociedad no marginal, sin embargo la influencia de los amigos y vecinos delincuentes, y la precaria situación en la que viven, doblegan su espíritu y caen, víctimas de las circunstancias, en el delito. La narrativa, y la historia, es propia del neorrealismo italiano de posguerra.
Buñuel, de tendencias políticas de lo que un día se llamó izquierda, hace un crudo análisis de la vida de los niños que ya nacen sentenciados por el entorno. Esa sentencia los lleva, poco a poco, hasta el crimen máximo: el homicidio. Con una narrativa ágil y muy llamativa, que incluye los imprescindibles elementos surrealistas de sus películas, nos hace pensar y comparar la sociedad de la época que él pinta en Los olvidados con la sociedad actual. Bastaría ver esta película y Ciudad de Dios (Fernando Meirelles, 2002), para apreciar las diferencias luego de más de tres décadas; haciendo abstracción de que una cosa es México en 1950 y otra Río de Janeiro en los 80’s. Pero, ¿qué tanta abstracción habría que hacer? Es que casi no hay diferencia conceptual, solo ha habido algunos cambios. Cambios negativos. Por ejemplo, ahora la policía es cómplice de los hampones, mientras que el México que Buñuel nos presenta no tenía que lidiar con eso, ya que el medio marginal en el México de los 50’s no era tan corrupto como puede serlo hoy. También hoy la droga pulula de manera descontrolada, en tanto que en los años 50 no era tal. La violencia, en sí, pudo haber sido muy llamativa en su momento, pero si la comparamos con la violencia explicitada en Ciudad de Dios, los niños de Los olvidados nos parecen hasta cándidos, aun siendo homicidas. Se sorprenden de lo que han hecho y hasta hacen gestos de arrepentimiento y redención, mientras que los hampones de Meirelles son descarnados, desalmados, indignos de redención alguna.
Buñuel no pierde oportunidad para criticar la burocracia de entonces, que nos la muestra incompetente para manejar el problema de los niños con comportamiento desviado, e incluso el desamor materno hacia esos niños, potenciales delincuentes. Este punto, el desamor materno, es una realidad que los que vivimos en los países del tercer mundo (¿o ya es el cuarto?) podemos constatar. No deja de ser éste, sin embargo, uno de los aspectos resaltantes de la película del André Breton del cine. Pienso que el más descarnado. Ese desamor constituye un acicate para que los jóvenes se alejen del comportamiento adecuado y salten la barda que los separaba de la delincuencia. ¿Qué tanto puedo perder si mi propia madre no me quiere? La diana de sus dardos es la realidad que sobre los pobres pesa; y sobre eso nos insinúa que de esa realidad puede surgir el delito; que la pobreza, más allá de ser injusta, es una de las simientes del delito, y que ese delito es una respuesta a lo injusto de la pobreza. Hoy sabemos que ciertamente la pobreza puede ser crisol para el delito, pero no es el único causal: hay delincuentes que no son pobres. Esta película está excelentemente realizada, y constituye una de las producciones de Buñuel que requiere el visionado por parte del cinéfilo. Es una de las cintas fundamentales del gran director aragonés-mexicano, y la segunda película incorporada en el Registro de la Memoria del Mundo de la Unesco. La primera es Metrópolis (Fritz Lang, 1927).
1 comentario:
Wow hasta ahora no he podido verla. Tengo que hacerlo pronto.
Felices Fiestas!
Publicar un comentario