Imagen del póster en IMDb.
A medio camino entre la denuncia y la propaganda.
La noche de los lápices está basada en el evento homónimo ocurrido en septiembre de 1976 en La Plata, Argentina. El cineasta bonaerense Héctor Olivera es el director y coguionista de este importante filme. Comienza narrando las, hasta cierto punto inocentes, actividades de los chicos durante las manifestaciones para solicitar (más bien exigir) que no se aumentase el precio del boleto estudiantil, ocurridas durante los estertores del gobierno de Isabel Perón (que, por cierto, era un desastre). En estos eventos preliminares, algunos de ellos se conocen; incluso se hacen novios. Luego de ocurrido el golpe de estado del 24 de marzo de 1976, el nuevo régimen tiránico le hace seguimiento a los jóvenes estudiantes (los revoltosos tradicionales) y posteriormente organiza las razias en las que son detenidos, encarcelados y torturados. El filme se centra en diez de ellos (aunque fueron más de 200 los jóvenes secuestrados), y basa la línea narrativa en las declaraciones de uno de los sobrevivientes: Pablo Díaz(1). Tanto el espionaje como la captura y el ulterior encarcelamiento y tortura en pestilentes mazmorras son recreados muy bien por la película de manera explícita y con buena calidad cinematográfica. La ambientación, en particular, está bien lograda. Las actuaciones no descollan pero son convincentes lo necesario. El uso de la ironía y del simbolismo no está ausente; tampoco la crítica de diversas instancias del poder y de la burocracia.
El filme tiene momentos planos, muertos, en los que se visualizan acciones superfluas, en general lentas. Pero, a pesar de ello, como denuncia funciona. El aspecto negativo que muestra es el de no haber logrado denunciar las atrocidades del gobierno militar sin colocarse en las antípodas ideológicas, sin acudir al auxilio del marxismo y la cacareada revolución, de los que hace apología(2). Sí, las dictaduras del proletariado, las marxistas, son cariñosas con los disidentes. Las de Stalin, Hitler, Fidel o Mao fueron cariñosas. La de Venezuela también es puro amor con los opositores, también la de Kim Jong-un. Si hay dos médicos asesinos en la historia son Mengele y Ché Guevara. A este último —al que la película le dedica loas— no se cansan de enaltecer con aquél estribillo de que «dió la vida por un ideal». Muy bien, da tu vida por un ideal, tu vida es tuya, haz con ella lo que quieras; pero no asesines por ese ideal. Pudo haber sido una mejor película si se centrara en la denuncia de las monstruosidades de torturar —y desaparecer (¿matar?)— nada menos que a menores de edad, sin recurrir a convertirse en un panfleto propagandístico del comunismo, la otra cara de la misma moneda.
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(1) Los nombres de los jóvenes figuran en este enlace. Al día de hoy, continúan desaparecidos.
(2) Que sí lo logró, por ejemplo, Costa-Gavras (a pesar de ser comunista) en su polémico y aclamado film Desaparecido.
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Artículo en Wikipedia:
Artículo en Wikipedia en inglés:
Ficha en IMDb: https://www.imdb.com/title/tt0193355
Ficha en Filmaffinity: https://www.filmaffinity.com/es/film865976.html
Artículo sobre La noche de los lápices como suceso histórico; incluye los nombres de los jóvenes desaparecidos:
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