El medio es el mensaje
Esta superproducción constituye
un hito en el cine de ciencia-ficción. No por su simple argumento: los buenos
rescatan a la princesa, que está en manos de los malos, y luego castran las
malévolas intenciones de éstos últimos. Pero sí por la tecnología empleada y el
marketing de la película. A menos de una década de 2001: Una odisea espacial, La guerra de las galaxias introduce efectos especiales alucinantes para el público
de entonces, sin mencionar el vestuario y el maquillaje. El sub género de ciencia-ficción (que no cuenta con muchos adeptos
en estas latitudes) volvió a recuperar espacios dentro del cinema gracias a esta producción, que le
abrió las puertas a películas posteriores que sí tenían
guiones más inteligentes, como Alien, el octavo pasajero, Blade Runner o The Matrix. George Lucas nos
legó el uso intensivo de los efectos especiales, a tal punto que son los
protagonistas de muchas películas de hoy. Tal como diría McLuhan: el medio es
el mensaje.
Desde el punto de vista de su
propuesta filosófica, La guerra de las galaxias no aporta absolutamente nada a
la discusión. Pero es un film imprescindible dentro de la filmografía mundial. Ningún cinéfilo debe dejar de verla. Dejó
huella que muchos siguieron y una estela que aún hoy es visible. Como fenómeno
social no dejó de ser notable. Junto con la película, se invadió el mercado con toda suerte de
artículos: prendas de vestir, juguetes, accesorios, con los que abultó su
ingreso e hizo de Lucas un multimillonario. Parece ser que las masas quieren
eso: pan y circo. Embobadas en las butacas, sólo son capaces de captar lo que
les es suministrado vía ósmosis ocular. Al salir de la sala, frases como “¡Qué
película tan arrecha!” son las disquisiciones de mayor profundidad que dejan las dos horas del insustancial encierro. Es el
hombre-masa.
Cinematográficamente fue un hito. Una película técnicamente perfecta, pero como un globo: vacía por dentro. Aún así, repito, es indispensable para todo cinéfilo verla.
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