Más allá de toda duda razonable...
También llamada 12
hombres en pugna, esta producción es el primer largometraje del prolífico y
gran director Sidney Lumet.
Un jurado, compuesto por 12 integrantes, delibera para fijar la sentencia a un
enjuiciado por homicidio. El dictamen de culpable supone la pena de muerte, y
el indiciado es un joven de origen latino. Toda la acción, o casi toda, se
desarrolla en el cuarto donde el jurado discute la sentencia. Al comienzo, 11
de ellos votan a favor de la culpabilidad del reo, y uno solo (interpretado por
el legendario Henry Fonda,
quien también fue el productor de la película) por su inocencia, en virtud de
que éste percibe una duda razonable en relación a la culpabilidad del joven. La sentencia tiene que dictarse por unanimidad.
Acuerdos y desacuerdos se suceden
durante la película, en ese claustrofóbico ambiente, hasta que finalmente los
12 votan a favor de la inocencia, persuadidos por el único miembro que al
comienzo lo consideró inocente y por los sucesivos seguidores de su teoría. A pesar de lo tedioso que pareciera ser, dada
la descripción anterior, el film atrapa al espectador en una tensión permanente
debido a varios factores: la inteligencia de los diálogos –contenidos en el igualmente
inteligente guión-, el desvelamiento de las diversas personalidades del jurado,
compuesto por hombres solamente, y la exhibición de sus prejuicios y sus míticos puntos de vista, una soberbia actuación de Henry
Fonda, y buenas actuaciones de los demás actores. Los prejuicios y los mitos son los dos elementos que les
hicieron votar por culpable en la primera y en sucesivas votaciones. A
medida que avanza la trama, se van sumando al personaje de H. Fonda los
miembros que caen en cuenta de que no hay elementos que aseguren la
culpabilidad del joven latino. Ese proceso de persuasión también obra sobre el
espectador.
La pena de muerte, como castigo
para los criminales culpables de homicidio, aún se practica en algunos estados
de Estados Unidos, y en otros países. El planteamiento medular de esta cinta es
precisamente la crítica hacia dicha pena, debido a la consideración de que el
Estado –al igual que un ciudadano- tampoco tiene el derecho a asesinar, y a la
dificultad que existe en el establecimiento de la culpabilidad. Muchos
inocentes han sido asesinados, y muchos han sido erróneamente sentenciados,
siendo liberados luego de obtener pruebas de su inocencia a través de nuevas
tecnologías. En algunos casos la policía ha conseguido condenar inocentes, a
través de confesiones forzadas o de la falsificación de pruebas, con la sola
intención de mostrar su eficiencia para justificar y mantener su trabajo. Las estadísticas a este respecto evidencian lo subjetivo de la sentencia y lo criminal que es la pena de muerte. Pero...
¿si la culpabilidad es demostrada fuera de toda duda, se debe ejecutar al
criminal? ¿Tiene el Estado derecho a ello? Los norteamericanos tienen
discusiones referentes a este tema desde hace décadas. Hay argumentos muy bien
sustentados sobre la eliminación de la pena de muerte, pero también los hay a
favor de la pena de muerte.
Un docente del área de derecho me
contó en una ocasión, que realizó una encuesta anónima entre sus estudiantes preguntando su parecer sobre si debería existir la pena de muerte o no, y para
su sorpresa –y la de cualquiera- el resultado fue que una abultada mayoría votó a favor de
la pena de muerte (aquí en Venezuela). Ello, sin duda, es una respuesta a la
extrema delincuencia que impera en nuestro país desde hace décadas, y que está
exacerbada hace dos lustros.
Tema peliagudo, que Sidney Lumet exploró con gran tino en esta su ópera prima. Hoy es toda una obra maestra del subgénero judicial.
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1 comentario:
Obra maestra como tú bien dices.
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