Tú no cuestionas tus creencias, yo debo hacerlo.
Personaje Hipatia al Obispo Synesius de Cirene
Ágora es al interesado en filosofía lo que es una cena en el
Maxim's al sibarita. Todo un banquete cinematográfico cocinado deliciosamente
por Alejandro Amenábar, y protagonizado por la hermosa Rachel Weisz (algo
deslucida físicamente en este film respecto a otras películas en las que ha
actuado; supongo que intencionalmente).
Una ala de la historia del filme nos cuenta la asombrosa
posibilidad de que Hipatia (c.355 - c.415), hubiese dado con la solución al
enigma de la forma geométrica de la trayectoria de los planetas al orbitar el
Sol, tan temprano como en el siglo III d.C., en Alejandría, Egipto. Dada su
experticia tanto en astronomía como en la naturaleza de las curvas cónicas, ese
planteamiento es posible, pero nunca se comprobó. En aquél entonces, los
astrónomos se debatían entre la teoría geocéntrica de Ptolomeo (el Sol orbita
alrededor de la Tierra) y la heliocéntrica de Aristarco de Samos (la Tierra
orbita alrededor del Sol). Obviamente la primera fue la aceptada e impuesta por
la iglesia. Unos mil años después, el primer astrónomo moderno, Nicolás Copérnico, comprobó la teoría heliocéntrica de la disposición de los astros del
sistema solar, y dos siglos después de Copérnico, Johannes Kepler, pupilo de
Tycho Brahe, determinó que la curva es una elipse, gracias a las innumerables
anotaciones que sobre la trayectoria de los planetas habían acumulado su
maestro y demás antecesores. Posteriormente Sir Isaac Newton formuló las
fuerzas asociadas a tal movimiento y la relación matemática de las masas y distancias
entre los astros orbitante y orbitado. Lo que sigue es historia harto conocida.
El personaje de Hipatia está excelentemente interpretado por Rachel Weisz, y
nos transmite la mística con la que esta pionera y poco conocida filósofa
abrazó el conocimiento y la difusión del mismo. A pesar de que no se conoce
mucho de ella, esto pudo haber sido cierto. El desempeñarse como una mujer
científica en aquellos tiempos fue toda una proeza y da prueba de su coraje.
La historia que corre paralela, más interesante y menos
especulativa, es el policidio de Alejandría, otrora ciudad luz de la
antigüedad, y especialmente la imperdonable destrucción de la Biblioteca de Alejandría (por segunda vez), la segunda Biblioteca o Serapeum, la mayor joya
que tenía la Humanidad en ese entonces, donde estaba concentrado todo el saber
occidental acumulado hasta la fecha. Esa pérdida fue irreversible, y jamás se
sabrá cuánto conocimiento hubo que reconstruir posteriormente. Es parecido al
caso de las leyes de la herencia, de Mendel, que un burócrata engavetó y solo
se dispuso de ellas 30 años después, pero magnificado a la enésima potencia.
Por cierto, cabe mencionar que la recreación de la ciudad fue realizada a la
vieja usanza: con escenografía real, no virtual, tal como la que usaran las
grandes películas épicas como Ben-Hur, Los 10 mandamientos, etcétera. En 1987,
impulsada por la Unesco, se creó una nueva Biblioteca Alejandrina, ubicada en
Alejandría, que está acopiando el conocimiento humano, y donde se conjugan
millones de libros, muchos petabytes de información en discos duros de más de
1.500 computadoras, museos, centros de investigación, planetario, etcétera.
El policidio en cuestión, sugiere la película, fue
perpetrado por hordas de cristianos dogmáticos que querían imponer el
pensamiento único. Históricamente no está esclarecido cual turbamulta fue la
causante de semejante destrucción (cristianos, judíos, musulmanes o paganos).
Es indiferente cual haya sido. Puesto que todas culpan a otra, quiere decir que
cualquiera pudo haberlo hecho. Cualquiera de ellas padecía (y aún padecen) de
un dogmatismo enfermizo, que incuba violencia en los fanáticos, los
fundamentalistas que hay en todo bando religioso o político. Si fue la iglesia
cristiana, entonces esa es otra acción de su prontuario delictivo. Si no fue la
cristiana, no importa, poco resta a los desmanes que cometió durante la noche de mil años. Del lado opuesto, los también dogmáticos paganos, musulmanes y
judíos hacían lo propio: ejecutar acciones direccionadas únicamente por la
irracionalidad de un dogma religioso intolerante, orientadas a neutralizar o
eliminar al otro, considerado enemigo.
Pero, ¿y hoy? Hoy las cosas son idénticas. Basta con dar un
vistazo al pasado inmediato: Holocausto, revolución islámica, Jihad y movimientos
similares. Basta con abrir el periódico, aquí y ahora. Esos son motivos que lo
hacen pensar a uno que la Humanidad no ha avanzado un milímetro en lo que
refiere al manejo de la conducta modelada por la irracionalidad desenfrenada,
por el fanatismo. Los movimientos dogmáticos tienden al fanatismo,
especialmente en los campos religioso y político. Causan toda suerte de
tropelías, para desgracia de todos, incluidos los fanáticos. Desde el punto de
vista político es caldo de cultivo para engendrar un régimen totalitario.
¿Todo eso para qué? El film nos recuerda reiteradamente
nuestra pequeñez frente al frío, impersonal e infinito Cosmos, por medio de
acercamientos que comienzan fuera de la Tierra y llegan hasta la metrópolis
egipcia. Todos nuestros míseros actos no significan nada para el Cosmos, no
ocasionan mayor afectación que la que le provoca un grano de arena al mar.
En relación al asesinato de Hipatia, se conoce que fue
horrendo, pues estuvo a cargo de una jauría de fanáticos. Fue apedreada o desollada,
aunque la película suavizó un poco el monstruoso procedimiento empleado.
Existe una feroz discusión en relación a si la destrucción
de las Bibliotecas y la muerte de Hipatia (que no ocurrieron en el mismo tiempo
histórico) fueron provocadas por los cristianos o por otras fuerzas religiosas
o políticas. En internet se pueden consultar cualquier cantidad de argumentos
en pro y en contra del cristianismo a propósito de estos hechos. Algunos
ataques rayan en el insulto: el fanatismo continúa. Una cosa es Dios, y otra
muy distinta es la iglesia, institución creada por el Hombre y conformada por
hombres.
La película no guarda precisión histórica, y quizás no la
pudiese guardar nunca, pues los hechos a los que refiere están difusamente
registrados en la historia. Pero es una extraordinaria producción, con
fastuosos escenarios, impecables vestuario y maquillaje, excelentes actuaciones
y efectos especiales, y una música que le hace honor. Definitivamente Alejandro Amenábar es uno de los mejores cineastas que ha dado a luz España.
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