Imagen del póster en IMDb.
Hoy es (casi) una realidad.
También llamada Soy leyenda, es una película estelarizada por el legendario Vincent Price que narra las andanzas del doctor Robert Morgan, el último hombre que —como tal— habita en la Tierra, la cual ha sido asolada por un bacilo del que no se dan datos. Es una adaptación de la novela Soy leyenda, de Richard Matheson.
La mayoría de los sobrevivientes de la pandemia son hematófagos (Robert los llama vampiros pero más parecen zombis). A través de flashbacks se nos cuenta que Morgan trabajó en los laboratorios donde se estudiaba la forma de neutralizar al bicho. También cómo era su vida, su relación con sus amigos y cómo perdió a su esposa y a su pequeña hija en la pandemia. Ahora se limita a sobrevivir (él se sabe inmune y supone que es debido a que fue mordido por un murciélago en el pasado). En su triste y deprimente deambular diurno por la desértica ciudad, en una ocasión se topa con Ruth, otra sobreviviente que no está inmune a la enfermedad pero que tampoco se ha convertido en una vampiresa propiamente dicha: se inyecta un antídoto para que el mal no progrese en su organismo (a tal punto que puede salir de día, como Morgan, que se convirtió en leyenda por ser el único que circulaba a plena luz). El grupo al que pertenece la envió para retener a Morgan, al que pretenden eliminar.
Lo que quedó de la humanidad está dividido en dos bandos: unos inútiles y torpes vampiros (o zombis), y otros que no llegan a ser tan inservibles pero que ven en Morgan un peligro del que tienen que salir. A este grupo pertenece Ruth. Son los que establecerán un nuevo orden, en el que los diferentes no serán aceptados.
Afiche de El hombre omega (El último hombre vivo),
remake con Charlton Heston.
No se trata de una gran película pero es de visionado casi obligado en estos días de pandemia. En 1971 se hizo un remake protagonizado por Charlton Heston, cuyo título es El hombre omega, también de calidad media. La más reciente versión (2007), protagonizada por Will Smith y dirigida por Francis Lawrence, es la mejor cinta de las tres mencionadas. Cualquiera que piense que es mera ciencia ficción sin posibilidades de concretarse en realidad, está mal informado, como bien puede constatarlo por sí mismo en estos días.
Sobre este tema hay infinidad de películas. Las distopías, si bien son pesimistas y a algunos no gustan, tienen buena taquilla por la atracción del grueso del público hacia lo sórdido, lo morboso (sin que esto sea peyorativo): en el arte dramático, una historia en la que todos son felices no cautivaría a nadie o a muy pocos; la mayoría gustamos de historias donde los personajes se ubican al límite de sus posibilidades y luchan contra los obstáculos que emergen en su vida. Si vencen o no (finales felices o infelices) es otra cosa y suele no ser relevante, lo importante es que se presente un conflicto y combatan las dificultades.
Afiche de Soy leyenda, con Will Smith.
Covid-19, la peste china.
Esta pandemia que estamos sufriendo en la actualidad, es un abreboca de lo que sería un final apocalíptico provocado por una guerra bacteriológica. El virus SARS-CoV-2 (llamado coronavirus por los mass media, muy respetuosos con el partido comunista chino) arrojado a la población del mundo en Wuhan, China, ha destrozado nuestras vidas. Basta con salir o con ver por la ventana las desoladas calles de las ciudades (tal como en las películas comentadas), las tiendas cerradas, los escasos vehículos circulando y los más escasos peatones caminando y evadiendo a otros peatones que se encuentren en su camino. Se escribirán libros (correrán «ríos de tinta») sobre este asunto; ya se han escrito al momento de hacer esta reseña. A seguir, algunas consideraciones.
Es evidente que los estándares de higiene en China son peores que mediocres. Si el origen de la pandemia no fue en el mercado de repulsivos animales vivos de Wuhan (donde parece ser que no venden murciélagos) y fue el escape de un producto elaborado en su laboratorio de guerra bacteriológica (posibilidad que, en principio, han descartado los científicos), tanto peor, pues sería un genocidio deliberado. Hay razones de índole económica que hacen pensar que ha sido así (un producto creado de forma artificial con propósitos económicos financieros). Quizás la investigación aclare, algún día, si fue así y si se liberó ex profeso. Por cierto, no entiendo a los que dicen que esta ha sido una guerra mundial y que la ha ganado China por goleada. ¿Los que ganan son siempre los más asesinos? No estoy muy claro con eso.
La estrategia del partido comunista chino de esconder la información ha sido letal para la humanidad; confirmando así lo infame que es ese sistema de gobierno de libertades conculcadas y lo anticuado que es para el mundo moderno; tan lejos de ser favorable al progreso como pueda serlo. Deben pagarlo de alguna forma. Las vidas perdidas no podrán devolverlas, pero algunas medidas deberán adoptar los países que han sido víctimas de su proceder asesino para resarcirse de este genocidio. Por ahora solo percibimos las consecuencias de vidas humanas que se han perdido; pronto veremos las terribles consecuencias en la esfera de la economía y en la forma de vida de todos nosotros. ¿De verdad China ha ganado esta «guerra mundial»?
Si bien esto ha sido algo imprevisto, la mayoría de los gobernantes (y de los gobiernos) han sido torpes e incompetentes, por decir lo menos. Ni siquiera saben contar los casos ni los muertos. Algunos, como el español, han sido tan negligentes —de forma deliberada para hacer negocio con el suministro de equipos y materiales— que podrían tildarse de delincuentes, si no de genocidas. Con la anuencia de los gobernantes, o sin ella, los mercaderes de siempre han hecho su agosto, esos a quienes no les importa la vida de las personas: mascarillas que costaban céntimos de euro, ahora cuestan cinco euros o más. Decenas de veces —o más— su precio ordinario. Lo peor de la especie humana ha aflorado. Como contrapartida, también han emergido iniciativas ubicadas entre lo mejor de la especie, como los gestos de solidaridad o los de darse ánimos —y pésames— unos a otros.
Ha quedado evidenciado lo fácil que es, con el apoyo de las nuevas tecnologías, instaurar un estado totalitario. De hecho, en todos los países que hay cuarentena (llamada también confinamiento) se está viviendo un ensayo de estado absolutamente totalitario. Bastaría con el «distanciamiento social» y simples protecciones para combatir el contagio masivo, pero los gobiernos desconfían de sus súbditos la gente y del sentido común de la gente (cosa comprensible, por demás) y han optado por el estado de sitio (a excepción de Suecia y quizás de algún otro país): todos en sus casas, sin siquiera el derecho a dar un corto paseo. Los que tienen mascotas sí pueden salir a dejar las aceras tapizadas de caca (lo usual). También se puede salir a por comida y medicinas (¡no faltaría más!, de lo contrario serían una réplica de los nazis).
Los medios de comunicación, en su inmensa mayoría en manos de gente de izquierda y de extrema izquierda, le lavan la cara al régimen chino que engendró esta pandemia (también al gobierno español actual, de corte comunista, trivializando todo lo que pueden el desastre). El discurso deriva, en muchas ocasiones, hacia el agradecimiento: debemos estar agradecidos por las inmensas oportunidades que esta pandemia nos ha proporcionado; ahora podemos ver cosas de la vida que antes no veíamos (éramos unos ciegos y tontos); hay menos contaminación (esto es cierto, claro) y podemos estar más tiempo con nuestros seres queridos (también cierto). Es el tipo de argumento que, si bien es esperanzador, alecciona para que agradezcamos a nuestros verdugos por esta oportunidad histórica de que nos asesinen. Es lo que, a falta de otro calificativo, en inglés se denomina bull shit. El costo ha sido razonable: la vida de decenas de miles de personas. ¡Gracias, partido comunista chino, por los favores recibidos!
Organizaciones como la OMS (y miles de oenegés, que, por cierto, están de muy bajo perfil) han demostrado ser inservibles, como los vampiros supervivientes del filme comentado. Si no son inservibles, ha quedado en evidencia que sus pronunciamientos responden a la ideología política (comunitarismo [comunismo] o liberalismo [capitalismo]) de sus dirigentes y no a principios científicos imparciales. De la OMS, que está dirigida por un advenedizo que ni siquiera es médico o biólogo (es una suerte de «médico comunitario», similar a los «médicos» bolivarianos que se gradúan en pocos meses de «médicos»), ¿qué se podría esperar? Con razón Donald Trump le quiere quitar la teta de la boca. La academia del ministro de sanidad español, por ejemplo, está tan lejos de la biología como la de un albañil o la de un herrero; es el criterio chavista, según el cual cualquiera puede detentar cualquier cargo, sin importar su formación académica. Así las cosas, todo ha sido un desastre (que los medios, en manos progres, esconden y tergiversan).
La dependencia en la manufactura de infinidad de menudencias que se llevan a cabo en los países asiáticos, dejando sin industria a los países occidentales (la llamada globalización) ha demostrado ser muy nefasta. También en esto tenía razón el catire Trump al pretender reindustrializar EUA. Podrá ser folclórico y quizás algo temperamental, pero es un fulano muy informado y ha demostrado querer egrandecer aún más a su ya grande país. Los industriales van a tener que invertir más en sus propios países de origen y depender menos del «gigante asiático», sin considerar mucho el asunto de los costes de producción, contentándose con canjear estos por «costes estratégicos».
La biosfera del planeta está agradecida por este corto período de descanso de las actividades humanas. El aire y las aguas están ahora más limpias y la contaminación es mucho menor. Es más, se nota al salir a la calle, al respirar aire más puro; se nota en la grasa y la suciedad que exuda nuestra piel; se nota de varias formas. Ha sido una fiesta para la biosfera, pero lo pagaremos caro con la reducción brutal del estado de bienestar a corto plazo. Seremos todos más pobres. Algún meme que rodó por las RRSS decía que el chavismo se ha adueñado del orbe. Tal cual. Ojalá y el futuro derive hacia procedimientos de producción menos agresivos con el medio ambiente y se aproveche la que quizás haya sido la única ventaja de la pandemia.
Las RRSS han servido como teléfonos (y para afianzar el estado totalitario). Ahora que todos tenemos que relacionarnos a distancia, las RRSS se imponen para la comunicación. Quizás han logrado su panacea: que la comunicación sea solo a distancia (tendremos que emplear cosas como el orgasmatrón, jocoso dispositivo que apareció en la película El dormilón (1973), de Woody Allen, entre otras cosas). En cuanto a la ayuda de las tecnológicas para combatir la pandemia, esta ha brillado por su ausencia o ha sido muy tímida, muy tibia. Apenas a varios meses de iniciada la hecatombe, van a desarrollar una app para ayudar a combatir el genocidio. Debe ser que no percibieron posibilidades de hacerse de millardos o de billones de dólares por hora. Al comienzo pudieron implementar algún tipo de logística para registrar los contactos entre las personas infectadas con otras, pero no surgió ninguna iniciativa digna de mención. Han tenido una actuación gris oscura, tan oscura como el negro. Con la excusa de que no circulasen los bulos, implementaron una censura totalitaria a los mensajes que nos enviamos, al menos por WhatsApp (censura controlada por los progres, que son los elegidos de Dios para conocer la verdad). Para esto sí actuaron, para castrar la libertad de expresión.
Nuestras vidas cambiarán a partir de ahora (a menos que pronto se descubra una vacuna y que la hagan universal). No solo por las condiciones de la golpeada economía, también por el simple hecho de que cambiaremos nuestros hábitos de vida. El llamado «distanciamiento social» es la bandera de la nueva sífilis. En la calle, cada uno de nosotros es un homicida en potencia, que porta en su boca el cañón del arma y en sus manos el veneno invisible; ergo, debemos evadir y distanciar al otro. ¡A mí no me toques ni te me acerques! ¡Vete con tu chancro a otro lado! «El infierno son los otros», nos dijo Sartre; bien, ahora el otro es nada menos que el homicida, el nazi. La normalidad tal como la hemos conocido no regresará hasta pasado mucho tiempo, si es que se desarrolla una vacuna de libre y universal acceso (cosas de las que podemos dudar). En cuanto a la economía, también tardará mucho tiempo en rescatarse el estatus «normal», sea lo que sea que eso signifique.
No sé si podemos aspirar a la justicia por todo lo que ha acontecido. Espero que paguen los que tengan que pagar, comenzando por el partido comunista chino (por asesinos al mentir de forma deliberada) y China en general (por sus estándares de higiene medievales, si es que eso fue el caso). Por ahora, hay que soportar con estoicismo nuestro destino. Quizás otra frase de Sartre puede ayudarnos; una frase que supongo la pusieron en práctica (antes que Sartre la enunciara) los sobrevivientes de los campos de exterminio del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán:
«Lo importante no es lo que han hecho de nosotros, sino lo que hacemos con lo que han hecho de nosotros».
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Artículo en Wikipedia, con argumento detallado:
https://es.wikipedia.org/wiki/The_Last_Man_on_Earth
Ficha en IMDb: https://www.imdb.com/title/tt0058700/
Ficha en Filmaffinity: https://www.filmaffinity.com/es/film193915.html
Sobre la pandemia:
En Wikipedia:
https://es.wikipedia.org/wiki/Pandemia_de_enfermedad_por_coronavirus_de_2019-2020
Los números:
https://www.worldometers.info/coronavirus/
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