Cada año, desde 1929, se celebra la entrega de los Premios Óscar, en la ciudad de Los Ángeles, California. Al día siguiente de la ceremonia de entrega, la prensa mundial está plagada de una ingente cantidad de comentarios sobre la ceremonia en sí y sobre los que asistieron. Críticas van y vienen. Que si lo que vestían, lo que dijeron, qué hicieron, si merecen el premio o si no lo merecen. Llueven las críticas, generalmente negativas. Una de las actividades más fáciles que hacemos los humanos es criticar. Es tan fácil, tan económico criticar, que nunca nos escapamos de hacerlo y siempre estamos tentados a ello. Pero, para esas críticas, están los periódicos y la TV, que nos llevan siglos luz de ventaja a los minúsculos blogueros.
Este año, la entrega fue particularmente curiosa, por varios motivos: la exclusión de Ben Affleck entre los nominados a mejor director, el marcado norteamericanismo de las dos películas nominadas, Argo y Lincoln (algunos las comparan con la propaganda nazi) y, sobre todo, la aparición de la muy mediática Primera Dama de USA, Michelle Obama, para anunciar, vía Internet, la película que se alzaría con el trofeo que se parece al tío Óscar de aquella secretaria, según cuenta una de las leyendas sobre el origen del nombre.
De suerte que uno puede intentar -solo intentar- decir algo que no se vea en la mayoría de las reseñas. ¿Y qué podría ser?
Todas esas críticas negativas, los que tenemos muchos años, estamos cansados de oírlas tantas veces que ya no les prestamos cuidado. Lo meritorio es que se reúnen los hacedores de cine, se mencionan los que se consideran más destacados, de acuerdo al buen entender de la Academia, y algunos ganan premios por su trabajo cinematográfico. Otra cosa digna de mención es el gran espectáculo musical que se presenta en la ceremonia, muy al estilo grandilocuente e inigualable de las coreografías norteamericanas. También algunos chistes buenos y quizás algunos agradecimientos; pero éstos últimos ya no sorprenden; sorprenden los premios y el espectáculo musical.
Para quien trabaja en tan competido campo, el solo hecho de ser nominado ya es un gran honor. Está entre los considerados los mejores en el quehacer fílmico. La alegría que supone recibir un premio de esta categoría quedó evidenciada ayer con la emoción que embargaba a Ben Affleck, a pesar de su no nominación a mejor director.
Las películas que han ganado el Óscar pertenecen a un pequeño Hall de la Fama que tiene tan solo 85 miembros. Pero en ese hall hay un apartado para las nominadas, y su número es mucho mayor. Algunas han trascendido (habiendo ganado o no) y otras no han trascendido tanto (habiendo ganado o no). Quizás esa relatividad es la que llevó a la legendaria actriz Katherine Hepburn a asistir, en una ocasión, en piyama para recibir el galardón, en señal de protesta por la trivialidad en la que se había convertido el premio, según su opinión.
A pesar de la posible trivialidad, hay cierto trasfondo en el que se puede creer, y uno puede acordar que se dan premios a buenas producciones. Su trascendencia y su aceptación entre el público es algo subjetivo, como lo es su escogencia. El arte, en general, es muy subjetivo, aunque tenga componentes científicos en su concepción y en sus elementos formativos.
Si no deseamos ver la ceremonia, o las películas que se premian, estamos en libertad de hacerlo, tanto como estamos de criticar el certamen. También la podemos ver a posteriori, como me tocará hacerlo a mí, pues se me olvidó que era la entrega de los Óscar, y estuve absorto viendo la programación de TCM: Lo que el viento se llevó, Apolo XIII y El padrino. ¡Naguará!
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Naguará: El significado de Naguará es de admiración de algo increíble o cierto, magnifico o extraordinario. Exclamación para denotar algo importante o sorpresivo. Es para darle cierta majestad a la expresión emocionante que siente el larense [nativo del Estado Lara] cuando aprecia lo bueno y lo malo.
Tomado de http://www.ucla.edu.ve/lara/curiosid.htm.
1 comentario:
Amour será la película que más recordaré de esta edición del Oscar.
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