Alabado seas, mi Señor, en todas tus criaturas,
especialmente en el Señor hermano Sol,
por quien nos das el día y nos iluminas.
...
Alabado seas, mi Señor, por la hermana Luna y las estrellas,
en el cielo las formaste claras, preciosas y bellas.
Del "Cántico a las criaturas"
El libre albedrío y la adoración por la Creación
No deja uno de recordar esta película en estos días, dado
que el nuevo Papa ha adoptado el nombre de Francisco, justamente en honor a San Francisco de Asís (1181-1226). Hermano Sol, hermana Luna, título inspirado en
el cántico religioso que San Francisco compuso, el Cántico a las criaturas, nos
cuenta la vida del santo desde su regreso de las Cruzadas y el proceso de su conversión de laico, hijo de un potentado, a humilde fraile que vivía prácticamente de dádivas, hasta su audiencia con el Papa. Franco Zeffirelli, quien cuida mucho el
aspecto estético de sus producciones, es uno de los cineastas que se vio atraído
por el histórico y curioso personaje. Otros cineasta que han hecho películas
sobre Francisco son Michael Curtiz, director de Casablanca, en 1961, el maestro Roberto Rossellini, en 1959, Liliana Cavani, directora de El portero de noche, en 1966,
reincidiendo en 1989, entre otros. En literatura, autores de la talla de José Saramago, Valle Inclán o Nikos Kazantzakis, tampoco se han desentendido de este singular hombre.
Francisco fue la versión medieval de lo que serían en los
años 60’s y 70’s los hippies. Dejó la vida mundana, llena de riquezas, glamour
y confort, y abrazó la ascética vida de la prédica del amor a Dios y a las
criaturas que nos acompañan, con tanta austeridad que llegó a ser limosnero. Aún hoy sería un comportamiento excéntrico, cuanto más para aquella época. Salvando
las diferencias, algo parecido a lo que hizo Wittgenstein, renunciando a la
rica herencia de su familia para convertirse, prácticamente, en un filósofo trotamundos.
También Gandhi renunció a su relativamente cómoda vida de abogado por un noble y trascendental ideal: la independencia de India. Hay muchos más casos como éstos.
El santo de Asís, al igual que San Agustín, tuvo una suerte de revelación para cambiar el rumbo de su vida, atendiendo al llamado divino para servir a Dios. ¿Qué lleva a estas personas a realizar un giro copernicano en sus vidas? De acuerdo a la filosofía medieval, el regalo que Dios nos dio es el libre albedrío[1]. Un regalo que es un cuchillo de doble filo. Tenemos licencia para decidir qué será de nosotros, cómo habremos de comportarnos, qué haremos. Estos personajes, sin duda, sintieron que la finalidad de su existencia no estaba anclada al estilo de vida que tenían, a lo que hacían. Cambiaron para darle un sentido que pensaron era el correcto. Percibieron que por el camino que transitaban no lograrían sus propósitos. La humildad, la modestia, la absoluta falta de vanidad, el desapego por los bienes materiales, son los medios que escogió Francisco para darle sentido a su vida, para lograr su propósito de predicar el amor por la Creación y por Dios. Atrajo los pobres a las iglesias, motivo por el que el Papa Inocencio III le otorgó permiso para continuar su prédica. Creó la orden de los Franciscanos y la de las hermanas Clarisas (por su amiga Clara, la que cuidaba de los leprosos, personaje que también figura en la película), y dejó uno de los legados más importantes de la Iglesia Católica.
Francisco renuncia a los bienes materiales y es cubierto tras desnudarse.
Hermosa, emotiva y aleccionadora película, que nos muestra el giro de
San Francisco de Asís, el rechazo inicial que la sociedad de la Edad Media le
mostró por sus excentricidades y la posterior aceptación. Tal como ocurre con las Confesiones de San Agustín, provoca en el espectador el retorno a la fe; de manera que es de visionado obligatorio para todo aquel que quiera renovar su fe en Dios o en el Hombre. Todo esto en un marco de gran
belleza plástica (Óscar 1974 a la mejor dirección artística), adornado con bucólicas imágenes de la excepcional campiña italiana y una notable música compuesta e interpretada por el británico Donovan. Nos ayuda a reflexionar sobre el hecho cierto de que el sentido y el propósito de la vida son distintos para cada uno de nosotros, y solo cada uno de nosotros, con el libre albedrío del que estamos dotados, puede determinarlo. El reflexionar sobre esto también puede ayudarnos a evitar incomprensiones y confrontaciones.
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[1] Sobre el libre albedrío ha habido muchas discusiones, en relación a si realmente tenemos esa libertad. Como quiera que sea, esa libertad se extiende hasta donde otro se perjudique. Dicho de otra manera, somos responsables de lo que hacemos (enunciado existencialista), o nuestros derechos terminan donde comienzan los de los demás. Se llega, casi sin querer, al mandamiento de "amar al prójimo como a ti mismo", o al imperativo categórico kantiano, más elaborado.
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