El reproche más intenso del cine
Sonata otoñal (también conocida como Sonata de otoño) fue la única película en la que participaron
los célebres tocayos suecos: la hermosa y gran actriz Ingrid Bergman y uno de los mejores directores del cine, Ingmar Bergman. Ambos Bergman se unieron, junto a la también hermosa
y gran actriz noruega Liv Ullman, para realizar un filme de intenso dramatismo,
en el que el maestro Ingmar Bergman prescindió por completo de lenguaje simbólico. Sonata otoñal es una película llana, directa, sincera y muy emotiva. Otra
obra maestra del cineasta nórdico, en la que nuevamente hurga en el alma humana
y en las complejas relaciones entre los humanos, uno de sus más angustiosos y
reiterativos temas.
Eva (Liv Ullman) invita a su madre Charlotte (Ingrid Bergman, en su última película) a que pase unos días en su casa, junto a su esposo Viktor, un pastor
protestante. Tienen siete años que no se ven. Charlotte es una concertista que
se dedicó a su desarrollo profesional por entero, descuidando a su esposo y a
sus hijas. A la postre los abandonó en aras de su trabajo. Junto a Eva y su
esposo también vive Helena, la hermana de Eva que está totalmente incapacitada, personaje muy bien interpretado por Lena Nyman. A
Charlotte le disgustó que no le hubiesen advertido que Helena vivía ahí, pues a
ella le resulta incómodo ver a su hija disminuida (Helena vivía en una institución
para personas incapacitadas, pero su hermana Eva prefirió llevarla a su casa y cuidarla directamente ella). Charlotte es muy cómoda, muy
egocéntrica, y no gusta de escenas fuertes ni sobresaltos, aunque su hipocresía le ayuda a
sobrellevar este tipo de situaciones. Con una despreciable frialdad se acerca
para abrazar a la ilusionada Helena, que anhela ver a su madre. También le irrita el amateurismo con el que Eva toca el piano. En una noche,
en la que Charlotte despierta gritando debido a una pesadilla, Eva acude a su cuarto y luego comienza un diálogo sincero (más un monólogo de Eva que diálogo en
sí), en el que Eva le recrimina, con gran pesar y cierto odio acumulado, todas
las cosas que hizo Charlotte y las que dejó de hacer y que devinieron en sus sentimientos de sumisión y abandono, pero también en la enfermedad de Helena, según Eva. Uno
de los diálogos más impactantes del cine, apoyado con flashbacks de la infancia
de Eva y Helena. Eva no deja nada por fuera, le reprocha todo lo que puede reprocharle a
la madre. Ésta, con lágrimas en los ojos, apenas se da cuenta de lo que hizo y
de lo que no hizo, y pide perdón; perdón que no le es concedido. Se va a un
concierto acompañada por su representante, aparentemente con la misma frialdad de
siempre. Posteriormente,
Eva le envía una carta en la que se disculpa por su fuerte reproche y manifiesta su esperanza de que se vuelvan a ver.
Otra escena memorable ocurre al comienzo del filme, cuando Eva toca un preludio de Chopin mientras su madre la oye casi escandalizada, y luego ésta lo ejecuta con mayor maestría al tiempo que le explica los entresijos de la pieza del gran compositor polaco a su hija. La expresión facial de Eva constituye una actuación sublime de Liv Ullman. Una vorágine de sentimientos confluyen a su rostro. Con su cara nos lo dice todo, sin recurrir a las palabras: refleja el dolor por haber perdido a su madre, el regocijo por tenerla ahí en ese momento y el gran respeto -que raya en el miedo- que le profesa; todo esto mezclado con una dosis de odio. Esta excelsa actriz es poseedora de una enorme capacidad para el lenguaje gestual, particularmente facial. Quizás sea la actriz que ha desarrollado ese arte con mayor maestría en el cine. Este don fue aprovechado por Ingmar Bergman en todas sus películas en las que Ullman participó. La escena referida encabeza estas notas.
Otra escena memorable ocurre al comienzo del filme, cuando Eva toca un preludio de Chopin mientras su madre la oye casi escandalizada, y luego ésta lo ejecuta con mayor maestría al tiempo que le explica los entresijos de la pieza del gran compositor polaco a su hija. La expresión facial de Eva constituye una actuación sublime de Liv Ullman. Una vorágine de sentimientos confluyen a su rostro. Con su cara nos lo dice todo, sin recurrir a las palabras: refleja el dolor por haber perdido a su madre, el regocijo por tenerla ahí en ese momento y el gran respeto -que raya en el miedo- que le profesa; todo esto mezclado con una dosis de odio. Esta excelsa actriz es poseedora de una enorme capacidad para el lenguaje gestual, particularmente facial. Quizás sea la actriz que ha desarrollado ese arte con mayor maestría en el cine. Este don fue aprovechado por Ingmar Bergman en todas sus películas en las que Ullman participó. La escena referida encabeza estas notas.
Ingrid Bergman, en la vida real, abandonó a su
primogénita Pia, afectándola severamente. Sin embargo, su descendiente más
conocida, Isabella Rossellini, nunca se refirió a su madre con pesar, todo lo contrario,
con admiración. Por su parte, Ingmar Bergman tuvo una niñez enmarcada en rígidas costumbres casi medievales; esas costumbres que causan traumas
a las personas sensibles. Fue un niño muy travieso (terrible según él) y recibió numerosos castigos por su comportamiento. La temática que este autor trata en sus producciones, tiene sus orígenes en su niñez. Tampoco se dedicó mucho a sus hijos. A uno de ellos le dijo algo así: "Sé que fui un mal padre", a lo que el hijo contestó: "¿Un mal padre? ¡Ni siquiera fuiste un padre!". En cuanto a Liv Ullman, la afectó mucho la
muerte de su padre cuando ella tenía unos seis años. Comento ésto porque se puede especular, con mucha probabilidad de éxito, que si existen algunas similitudes entre el libreto y algunos eventos de la vida personal de quienes participan en una
obra, hace que éstos tengan más vinculación, mayor sentido de pertenencia respecto a la historia
que recrean, y el producto final posee un valor agregado que se refleja en su calidad.
Quienes somos padres (y hemos sido hijos, obviamente),
comprendemos el dolor que siente uno como padre por no responder a todas las
demandas de sus hijos, y también el pesar porque los padres no hicieron lo que
uno quiso como hijo. No hay un manual de cómo ser hijo, ni de cómo
ser padre, que cubra todos los casos; a pesar de que algunos se atreven a
escribir libros sobre ello. No parece haber una epistemología de los
sentimientos, como tampoco la hay de la fe. Algunas personas no poseen la
vocación suficientemente enraizada para ejercer como padres, y prefieren ocupar
su vida en su desarrollo profesional, o en otras actividades. La vida
moderna, por otra parte, no permite –en muchos casos- una interrelación
estrecha entre los miembros de una familia. Lo que le ocurrió a Eva le ocurre
a muchas personas, con mayor o menor intensidad. Es un mal generalizado de la postmodernidad,
que incluso afecta a países que aún no han ingresado en la postmodernidad; y es
un mal que afecta a los diversos estratos socioeconómicos. Es por ello que
vemos a presidentes o papas diciéndole a la gente que deben interactuar más con
sus hijos.
Esta película no deja de recordar la gran película
Cuentos de Tokio (Yasujirō Ozu, 1953), en la que igualmente se reflexiona sobre la difícil relación
padres-hijos, en ese caso en la postmodernidad japonesa.
Solamente la inolvidable escena de la conversación entre
madre e hija, justifican esta película que fue premiada en diversos festivales.
Ambas actrices dejaron clara su calidad interpretativa, por la que recibieron merecidos
reconocimientos, e Ingmar Bergman nos hace reflexionar -una vez más- con una
obra impecable, que analiza en profundidad, y al desnudo, las tensas relaciones
que puede haber entre los padres y los hijos.
1 comentario:
Un grande, no hay más que decir.
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